“La enfermedad, la
locura y la muerte son los ángeles negros que custodiaron mi cuna y me
acompañaron durante toda la vida”.
(Edvard Munch)
En una pequeña población alemana comienzan a sucederse
una serie de misteriosos asesinatos coincidiendo con la llegada a la feria
local del doctor Caligari (Werner Krauss) y de su sonámbulo Cesare (Conrad
Veidt), el cual tiene la capacidad de predecir el futuro.
Película mítica donde las haya, Das Cabinet des
Dr. Caligari, del director alemán Robert Wiene, sentó de manera plena los
cimientos del expresionismo cinematográfico tanto a nivel formal (realización
íntegra en estudios, antinaturalismo, decorados inclinados y retorcidos,
iluminación efectista, sombras pintadas, composiciones angulosas, predominio de
las líneas diagonales, personajes sobremaquillados…) como conceptual (visión
subjetiva de la realidad, onirismo, plasmación de las angustias vitales del
hombre, alucinaciones, locura, asesinato, muerte…), originando con su éxito (popular
y crítico) uno de los movimientos artísticos más influyentes de la historia del
cine. Su alargada sombra aún se proyecta sobre títulos recientes como Mulhollad
Drive (Mulholland Dr., 2001), de David Lynch, o Shutter Island
(ídem, 2010), de Martin Scorsese, por citar sólo un par de buenos ejemplos.
El expresionismo, un cine de monstruos, fantasmas y
crímenes, surge, no por casualidad, durante la República de Weimar que se
instauró en Alemania tras su derrota en la Primera Guerra Mundial. La crisis económica,
unida a la humillación que para el país germano supuso el Tratado de Versalles
(1919), favoreció el desarrollo de un clima colectivo de depresión crónica que
invitaba a exorcizar los impulsos más oscuros y recónditos de toda una nación. El
gabinete del Dr. Caligari, filme fundacional de ese movimiento, puede
considerarse, además, como una obra de carácter premonitorio, al anticipar el
sonambulismo ideológico que invadiría al pueblo alemán con la llegada al poder de
los nazis en los años treinta. Visto con cierta perspectiva histórica, el
doctor Caligari podría ser el mismísimo Hitler; y el sonámbulo Cesare, el
conjunto de la “sonámbula” nación alemana que obedece sin rechistar la trastornada
voluntad de su “Führer”.
Atendiendo
a su (aún) sorprendente giro final, el cual dota de sentido a la vanguardista propuesta
formal, la película que nos ocupa puede definirse como la alucinada fantasía de
una mente desquiciada que toma elementos de su entorno cotidiano para
trastocarlos a modo de pesadilla. Algo similar a lo que años después harían
cineastas como Fritz Lang en La mujer del
cuadro (The Woman in the Window,
1944), o David Lynch en la ya citada Mulholland
Drive: pieza maestra con la que se culminaba y actualizaba el “caligarismo”
ochenta años después del estreno de la inmortal película de Wiene.
Gran reseña de un clásico adelantado a su época, todo en ella es redondo, la música no se queda atrás. Me sorprendió no ver a Wiene en la lista de los alemanes.
ResponderEliminarPD: Tocando el género, ¿has podido ver El incinerador de cadáveres?
La tengo descargada desde hace algún tiempo (por recomendación de otro lector del blog), pero aún no he podido verla.
EliminarUn saludo.
Jajaja, ese era yo :P
EliminarToda esa interpretación politico/social no acabo de verla...especialmente la parte de los nazis, ¿en serio crees que una casualidad asi influye en la percepción de una obra?, ¿era peor la pelicula en los años veinte cuando la gente ni se imaginaba el ascenso de Hitler?
ResponderEliminarPor lo demás te doy toda la razón: influyente, transgresora, pionera, original...y todo lo que quieras pero la verdad es que a mi NO me gusta, que al final es lo que cuenta jajaja.
Saludos.
Creo que la película siempre ha sido igual de buena. Lo que pasa es que hoy en día también sabemos que fue premonitoria.
EliminarUn saludo.
Obra maestra, si señor.
ResponderEliminarMi película muda favorita.
Sin duda una de las mejores del período mudo. Y quizá la más influyente.
EliminarUn saludo.