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Las 10 mejores películas protagonizadas por gais, lesbianas y transexuales.

"En sí, la homosexualidad está tan limitada como la heterosexualidad: lo ideal sería ser capaz de amar a una mujer o a un hombre, a cualquier ser humano, sin sentir miedo, inhibición u obligación".
(Simone de Beauvoir)


1. Mulholland Drive (Mulholland Dr., 2001), de David Lynch. Francia/Estados Unidos. 147 min.




2. El quimérico inquilino (Le locataire, 1976), de Roman Polanski. Francia. 126 min.




3. Las amargas lágrimas de Petra von Kant (Die bitteren Tränen der Petra von Kant, 1972), de Rainer Werner Fassbinder. Alemania Occidental. 124 min.




4. Carol (ídem, 2015), de Todd Haynes. Reino Unido/Estados Unidos. 118 min.




5. Muerte en Venecia (Morte a Venezia, 1971), de Luchino Visconti. Italia/Francia. 130 min.




6. Bara no sôretsu (1969), de Toshio Matsumoto. Japón. 107 min.




7. Happy Together (Chun gwong cha sit, 1997), de Wong Kar-wai. Hong Kong/Japón/Corea del Sur. 96 min.




8. Dioses y monstruos (Gods and Monsters, 1998), de Bill Condon. Estados Unidos/Reino Unido. 105 min.




9. Un año con trece lunas (In einem Jahr mit 13 Monden, 1978), de Rainer Werner Fassbinder. Alemania Occidental. 124 min.




10. Desayuno en Plutón (Breakfast on Pluto, 2005), de Neil Jordan. Irlanda/Reino Unido. 128 min.


Rocco y sus hermanos (Rocco e i suoi fratelli, 1960) de Luchino Visconti.

“La familia es la patria del corazón”.
(Giuseppe Mazzini)

Rosaria Parondi (Katina Paxinou) y cuatro de sus hijos, Simone (Renato Salvatori), Rocco (Alain Delon), Ciro (Max Cartier) y Luca (Rocco Vidolazzi), llegan a Milán procedentes de su tierra natal, Lucania, en busca de trabajo y unas mejores condiciones de vida. Allí se encuentran con Vincenzo (Spiros Focas), el mayor de los hermanos, que trabaja como albañil y está comprometido con Ginetta (Claudia Cardinale).


Sobrecogedor melodrama familiar de raíces neorrealistas que transita hacia una estilizada estética de claroscuros propia del cine negro, anticipando algunos de los elementos operísticos (la estructura narrativa, la dirección, el gusto por lo visual, la catarsis emocional de los personajes) que caracterizarían al cine posterior de su inmarcesible autor. La película, coproducción italo-francesa de unas tres horas de metraje, obtuvo el Premio FIPRESCI de la Crítica Internacional en el Festival de Venecia de 1960.


Rocco e i suoi fratelli está estructurada, como las tragedias de Shakespeare, en cinco actos. Cada uno de esos cinco actos recibe el nombre de cada uno de los cinco hermanos Parondi por orden de edad, desde el mayor hasta el menor (Vincenzo, Simone, Rocco, Ciro y Luca). No obstante, son dos los hermanos que tienen un mayor peso en el desarrollo de la trama, y los que, por tanto, aparecen mejor definidos: Simone y Rocco. De hecho, se puede decir que buena parte del guión (en el que intervinieron hasta siete manos, incluidas las del propio Visconti y las de la reconocida guionista Suso Cecchi D´Amico) gravita en torno a la contraposición que progresivamente va estableciéndose entre ambos: enamorados de una misma mujer, la prostituta Nadia (Annie Girardot), y dedicados, aunque con suerte dispar, a la misma profesión, el boxeo. A Simone la vida en la gran ciudad lo va corrompiendo poco a poco debido a su afición al sexo, el juego y la bebida. Lo suyo es una auténtica bajada a los infiernos de los celos, la desesperación y el pecado tras enamorarse de Nadia. Rocco, en cambio, de carácter bondadoso y generoso, termina erigiéndose como el inesperado pilar sustentante del edificio familiar, sacrificando su felicidad (y la de Nadia) en favor de su querido hermano. Ese montaje en paralelo, absolutamente magistral por su impacto emocional, en el que Visconti nos muestra a Rocco, por un lado, venciendo sobre el cuadrilátero en un combate importante, y a Simone, por el otro, cometiendo un atroz crimen a orillas del río, refleja a la perfección el ascenso de uno y la definitiva caída del otro.


El reparto de la película incluye a conocidos actores italianos, franceses y griegos, destacando las interpretaciones de Renato Salvatori y, sobre todo, Annie Girardot, quien bajo mi punto de vista constituye la gran figura trágica del filme. Su escena junto con Alain Delon entre los pináculos y contrafuertes del tejado de la Catedral de Milán, es una de las más bellas que yo haya podido contemplar en una pantalla de cine.

Otros aspectos a subrayar dentro de esta incuestionable obra maestra, son la impresionante fotografía en blanco y negro de Giuseppe Rotunno y la hermosa partitura de Nino Rota.


Las 10 mejores películas de los años 70. Lista de 2015.


1. Stalker (ídem, 1979), de Andrei Tarkovsky. Unión Soviética.




2. Barry Lyndon (ídem, 1975), de Stanley Kubrick. Reino Unido/USA/Irlanda.




3. El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice. España.




4. Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig, 1972), de Luchino Visconti. Italia/Francia/Alemania Occidental.




5. Gritos y susurros (Viskingar och rop, 1972), de Ingmar Bergman. Suecia.




6. El Casanova de Fellini (Il Casanova di Federico Fellini, 1976), de Federico Fellini. Italia/USA.




7. Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979), de Werner Herzog. Alemania Occidental/Francia.




8. Apocalypse Now (ídem, 1979), de Francis Ford Coppola. USA.




9. El quimérico inquilino (Le locataire, 1976), de Roman Polanski. Francia.




10. Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur objet du désir, 1977), de Luis Buñuel. Francia/España.


Las diez mejores películas de los años setenta (lista revisada)*.


Tristana (1970), de Luis Buñuel.



Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig II, 1972), de Luchino Visconti.



Gritos y susurros (Viskningar och rop, 1972), de Ingmar Bergman.



El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice.



Barry Lyndon (ídem, 1975), de Stanley Kubrick.



El quimérico inquilino (Le locataire, 1976), de Roman Polanski.



Taxi Driver (ídem, 1976), de Martin Scorsese.



Apocalypse Now (ídem, 1979), de Francis Ford Coppola.



Nosferatu, vampiro de la noche (Nosferatu: Phantom der Nacht, 1979), de Werner Herzog.



Stalker (ídem, 1979), de Andrei Tarkovsky.

*Las películas que integran la lista aparecen en orden cronológico.

Luis II de Baviera, el rey loco (Ludwig, 1972) de Luchino Visconti.

“El arte es una verdad absoluta”.

Se narran diversos episodios del reinado de Luis II de Baviera (Helmut Berger), monarca que rigió el estado bávaro desde 1864, cuando tan sólo contaba con dieciocho años de edad, hasta 1886, fecha en la que fue declarado incapacitado para gobernar y recluido bajo atención psiquiátrica.


Ludwig es uno de los proyectos más ambiciosos y personales del maestro italiano Luchino Visconti. Aquí, su concepción operística de la puesta en escena alcanza unas cotas de exquisitez, grandilocuencia y refinamiento raras veces vistas en la historia del cine. A partir de la figura histórica del príncipe alemán Luis de Wittelsbach, apodado “el rey loco”, el autor de Muerte en Venecia recrea de manera magistral y suntuosa un fresco de época con el que reflexiona acerca de temas puramente viscontianos como la soledad, la decadencia aristocrática o la insatisfacción vital.


El rey ha perdido la cordura, se dice en el reino de Baviera. ¡Se gasta los impuestos de sus súbditos en construir castillos y satisfacer a ese aprovechado de Richard Wagner! ¡Esto no se puede permitir! Claman encolerizados algunos miembros del gobierno, ansiosos por apartarle el poder. Una comisión de investigación inicia un proceso para determinar si, efectivamente, su majestad ya no está en condiciones de gobernar. Ministros, consejeros, sirvientes y médicos hacen sus declaraciones frente a la cámara de Visconti. Con cada una de ellas se inicia un fragmento de las dos décadas de reinado del monarca. Nosotros, atentos espectadores, somos testigos de todo cuanto se cuenta. La película se abre con una revelación del joven Ludwig a su confesor poco antes de subir al trono: “Llamaré a los verdaderos sabios, a los grandes artistas, y les pediré que me ayuden. De ellos serán los monumentos, como disponen los grandes reyes”. Esta frase denota una personalidad más preocupada por las artes que por los asuntos de estado. El metraje, que se extiende durante casi cuatro horas, irá descubriéndonos a un ser extremadamente sensible, vulnerable y fantasioso que se encierra en el interior de sus lujosos castillos para evitar el contacto con la realidad. Su admiración por la música de Wagner (Trevor Howard), de quien se convierte en mecenas y protector, y el amor platónico que profesa hacia su prima Elizabeth (Romy Schneider), la emperatriz de Austria, son los dos únicos pilares sobre los que se sostiene su melancólica existencia. Como hombre temeroso de Dios, tratará de reprimir sus inclinaciones homosexuales. Quizá ningún otro personaje de la filmografía viscontiana se asemeje tanto al propio cineasta como este Ludwig. 


El filme se rodó en los impresionantes escenarios reales de Baviera donde tuvieron lugar los hechos narrados, como los palacios de Nymphenburg y Herrenchiemsee, o los castillos de Berg, Hohenschwangau, Linderhof y Neuschwanstein. Visconti envuelve al conjunto con piezas clásicas de Jacques Offenbach, Richard Wagner y Robert Schumann, haciendo un uso primoroso del zoom de acercamiento y alejamiento.

Helmut Berger realiza la interpretación de su vida en su sublime composición del enigmático Ludwig. Junto a su trabajo, cabe resaltar el de la malograda Romy Schneider, que vuelve a encarnar a “Sissi Emperatriz”; aunque con unas connotaciones muy diferentes a las del personaje de la película con la que se dio a conocer en la década de los cincuenta.

En definitiva, obra mayor de un artista mayúsculo. Fascinante.


Cine y literatura: Thomas Mann, Luchino Visconti y La muerte en Venecia.


Thomas Mann (1875-1955).


“Porque la belleza, Fedón, nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que éste es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos? La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez, a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedón, conducen a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete también tú”. (La muerte en Venecia, 1912).


Luchino Visconti (1906-1976).

















(Morte a Venezia, 1971).

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