“Pueden
forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer.
Dentro de ti no pueden entrar nunca”.
(George
Orwell)
Un
fallido experimento científico para combatir el calentamiento global, ha
terminado por congelar la totalidad de la superficie terrestre. Los únicos
supervivientes son los pasajeros de un moderno tren que recorre el mundo
impulsado por un motor de movimiento eterno.
El
director surcoreano Bong Joon-ho, responsable de las sobrevaloradas cintas de
culto Memories of Murder (Salinui chueok, 2003) y The Host (Gwoemul, 2006), entre otras, adapta en Snowpiercer la novela gráfica de ciencia-ficción posapocalíptica Le Transperceneige, de Jacques Lob y
Jean-Marc Rochette. El resultado es un filme mediano, muy lineal desde el punto
de vista narrativo, en el que lo más destacado es su notable concepción visual.
Corre
el año 2031, la Tierra lleva diecisiete años inmersa en una nueva era glacial.
Los pocos humanos que aún sobreviven permanecen a bordo de un tren del que no
bajan por temor a morir congelados. La sociedad de jodedores y jodidos se
perpetúa en el interior de los vagones diseñados tiempo atrás por el visionario
Wilford (Ed Harris), quien controla el motor sagrado y al que se rinde culto como
si de una divinidad se tratase. Mientras las clases privilegiadas disfrutan de
cierto nivel de bienestar en los vagones delanteros, el populacho malvive
hacinado en el insalubre vagón de cola. Curtis (Chris Evans), arquetipo del
héroe atormentado por su pasado, debe liderar una rebelión que conduzca a sus harapientos
compañeros hacia la libertad. Este es, grosso modo, el atractivo planteamiento
inicial de Rompenieves. Una lástima que
su reiterativo desarrollo (la trama se reduce al progresivo avance de los
rebeldes de un vagón a otro, con las consiguientes sorpresas que en cada uno
les aguardan) termine arruinando las esperanzadoras perspectivas que el
espectador tenía depositadas al principio de la película. Tampoco ayuda la insuficiente
configuración de personajes, a caballo entre lo plano y lo pintoresco (a Tilda
Swinton dan ganas de arrojarla del tren en marcha), pese a algún que otro buen
momento protagonizado por la simpática pareja de surcoreanos (Kang-ho Song y
Ah-sung Ko) adictos al kronol (una droga) que ayuda a Curtis y a los suyos a
abrir las puertas de acceso a los diferentes vagones. Lo mejor: el magnífico
diseño de producción.
Para
pasar el rato. Aceptable sin más.