Por Antonio Miranda.
Existe un elemento devastadoramente
interpretativo en los filmes que dan origen al cine: la música. Es éste uno de
los mayores ejemplos (gracias al cual la cinta, muy deteriorada con el paso de
los años por causas múltiples, pudo finalmente restaurarse con el empleo de los
puntos de sincronización con los que el autor fabricó su gran obra). Cine mudo,
inicios del séptimo arte y, por tanto, exactitud milimétrica entre partitura y
secuencias. Nada podía fallar.
El visionado actual del trabajo,
escuchando nítidamente matices que se pierden en los orígenes de los sonidos
antiguos, es una delicia. No podríamos ser capaces, aun agudizando el sentido,
de percibir el éxtasis que provoca la marcha de los obreros saliendo y entrando
de su ciudad aderezados dramáticamente con el sonido ronco, grave y mortífero
de los cellos de la orquesta. Majestuoso inicio de historia con una paleta
musical aparentemente cargada pero, no obstante, sutilmente intencionada y
dejando claras las dos vertientes que van a chocar y existir en la creación: el
lado del obrero (compuesto a medios tiempos y con los graves dando una importancia
marcada a las melodías) y el privilegiado (de ritmos alegres, desenfadados y
hasta soberbios). Ocurre en los primeros minutos. Importante introducción de
argumento con no menos crucial de partitura, clara muestra de cómo una obra
musical para cine que sienta sus bases al inicio será fruto de niveles
altísimos: el vals y las notas hermosas sirven de preámbulo y anclaje al mundo
subterráneo que pronto llega. Ellas reflejan la voluptuosidad de sus
habitantes. Aparece, en una secuencia casi visionaria, un grupo de niños y una
mujer en los Jardines del Edén. Proceden de los suburbios. Freder, el
protagonista, hijo del dirigente de Metrópolis, marcha en su busca y da con los
mundos inferiores portando una fuerza que sólo imprimen las cuerdas graves. Espectacular
contraste y un inicio de filme abrumador, musicalmente hablando. Una secuencia
envidiable y, hoy día, en todo sentido artístico, ejemplo a seguir. El detalle
que cierra la escena, escuchándose de nuevo a la orquesta reproduciendo el tema
‘’machacón’’ de la gran máquina que se ve y que se presentó al inicio de este
episodio que comentamos ahora es, simplemente, un matiz minimalista y
repetitivo que describe de manera insuperable el carácter que se acaba de vivir
en el maléfico lugar. Huppertz, astutamente, ha resumido su obra completa en
unos quince primeros minutos insuperables. Maravilloso.
El compositor se asienta durante los
próximos minutos en una calidad narrativa muy alta y que ya no abandonará. El
uso de la orquesta queda por supuesto y un empleo puro de sus sonidos y con
relevancia de las secciones graves, también en estos fragmentos, van a guiar
sus pasos en el primer tercio de metraje. Los instantes más dramáticos son
delineados cuidadosamente, como si se tratara de las mismas impresiones geométricas
que ofrecen las máquinas o el diseño de la propia ciudad: Huppertz compone
fragmentos de una gran potencia directa, con tres o cuatro líneas de
composición que quedan claras y limpias, percibiéndose el ímpetu que otorga a
los cellos, siempre. De toda esta parte, la secuencia del descubrimiento del
robot que ha sido creado por Rotwang, el inventor, destaca de forma absoluta,
con una aplicación tan magnífica de la vertiente descriptiva de la música que
pareciéramos estar en el siglo XXI y no en el año 1927, cuando la metodología
musical aplicada a la imagen se presupone en ciernes. Fijémonos: el cariz agudo
del violín nace por vez primera, indicando el género femenino de la nueva
máquina creada.
Llegamos al núcleo del primer tercio
(‘’Preludio’’), la escena donde María, aquella divina mujer a la que Freder
siguió al inicio de cinta hasta los suburbios humanos, cuenta a los obreros la
leyenda de la construcción de la Torre de Babel mientras todos ellos escuchan
sus enseñanzas. Nos encontramos ante una de las escenas con más contenido y
sustancia variada y trascendente en una película. Es importante cómo el
director funde en toda ella un sinfín de variables mediante las cuales podemos
proyectar cuerdas de entendimiento y unión hacia el inicio de la obra y con las
que ya nos quedaremos hasta el final. Huppertz es consciente de dónde está y
practica un ritmo narrativo encomiable, rematándolo con el uso principal del
elemento ‘’ternura’’. Leemos una sentencia, dictada en la aventura también en
su inicio, que dice: ‘’El mediador entre el cerebro y las manos ha de ser el
corazón’’. Para cualquier inquieto cultural dicha frase supone, en relación a
‘’Metrópolis’’, un todo absoluto (es planteada al inicio, mitad y final de la
obra). El compositor actúa y nos muestra, ahora, ese mediador (el corazón que
pide la sentencia) en forma de ternura musical. El uso del matiz sutil y
hermoso de las melodías ha llegado a su clímax y aún podríamos ir más allá: el
carácter religioso que se llega a interpretar en ‘’Metrópolis’’, absolutamente
presente y más en el instante que comentamos, descansa en las formas
curvilíneas, tranquilas y dulces (alejadas de los golpes secos y verticales
referentes a la explotación de los obreros) del fragmento de esta secuencia. Un
trabajo excepcional que llega incluso a hacernos creer, pensar, esperar o
desear el inicio de un dueto operístico, interpretado por María y Freder,
cuando ambos acercan sus caras, sus cuerpos y sus sentimientos. Realmente
sorprendente y muestra de la unión completa entre imagen y música.
‘’Entreacto’’. Huppertz da un
pequeño giro en sus planteamientos, tan ligero como astuto. Hasta el momento
hemos visto innumerables acontecimientos, multitud de lugares, secuencias e
imágenes y los motivos musicales conveniente y variadamente planteados. Ahora,
la historia se centra en la pareja, secuestrada ella y al rescate él. El
artista, que detecta cómo la aventura también girará, ante todo, en un solo
emplazamiento físico (la casa extraña del inventor) decide ‘’musicar’’ este intermedio
variando constantemente un solo tema. Inteligente decisión ya que, al igual que
personajes y lugar quedan fijados, las notas perderían consistencia si no
deambularan en torno a un solo motivo musical igualmente sellado. Un final de
fragmento, ensalzando heroica la figura de la muerte (más que tenebrosamente,
cuyo adjetivo el autor lo guarda siempre en su máxima versión para el mundo
marginado de los obreros), de una fuerza absoluta.
‘’Furioso’’. Como partitura
original, el último tercio de composición pierde fuerza por el empleo constante
y variado de las notas principales del himno de la Marsellesa, clara alusión al
sentimiento de patriotismo (y grupo) que mueve a los obreros a su
levantamiento. La estructura de la música no tiene objeciones, su forma de
marcha une intencionadamente la imagen, el himno mencionado y el carácter
enfurecido y claro de los protagonistas incluso sobreponiéndose a líneas de
composición más dinámicas, que quedan escondidas en segundo plano con un gran
mérito técnico por parte de Huppertz. El entramado creado por esta forma
musical es continuo, incluso hasta asfixiante (como resultan también las
avalanchas humanas en pantalla).
Final activísimo. Pequeños detalles
interesantes, como la traslación del elemento dramático-musical a la pantalla
cuando los obreros son conscientes del peligro que corren sus hijos debido a su
acción, adornan una narración trepidante, con grandes cambios de ritmo y
siempre manteniendo la unidad mediante los temas ya usados. Todo ello culminado
a través de, cómo no, un elemento de ternura, como en la historia resulta Freder
(el mediador), reflejado en los tiempos delicados y las melodías más hermosas
que terminan por cerrar el filme.
En conclusión, un trabajo
notabilísimo que bebe desde inicio a fin de la tradición musical clásica del
Romanticismo. Una apoteosis narrativa nada fácil en un tipo de cine que no cesa
de mostrar su música como el ‘’elemento mediador’’, ahora entre historia y
espectador. Sin duda, de lo mejor compuesto en los inicios del séptimo arte.
Hola, Antonio: Tu análisis me parece inconmesurable y de una enorme formación artística. ¡Es admirable! No podía dejar pasar esta oportunidad y ya te lo he hecho saber. ¡Buen trabajo! :)
ResponderEliminarRecuerdo que fue este invierno cuando la vi por primera vez, con el último metraje adicional. Lástima que no podamos disfrutar de esta obra en su totalidad.
Un saludo.
¡Siempre tan agradable con tus palabras, Lumiére! Muchísimas gracias. La verdad es que el estudio de la música para películas de este género es una delicia. Llegarán más a Esculpiendo el Tiempo. Saludos y mil gracias!!!!
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