“El artista debe ser
mezcla de niño, hombre y mujer”.
(Ernesto
Sábato)
Biopic
sobre Margaret Keane (Amy Adams), pintora estadounidense conocida
principalmente por sus retratos de niños con ojos grandes.
La
potenciación desmedida del estilo en detrimento del contenido, han llevado al
Tim Burton de los últimos años a una encrucijada de difícil salida. Si redundar
en esa línea de superficial estilización le acarrearía (le acarrea) no pocas
críticas, apartarse de ella sería (es) visto como un acto de renuncia de lo que
hace de su cine algo verdaderamente personal. Por tanto, al otrora mágico autor
de Eduardo Manostijeras sólo le queda
la opción de elegir el modo en el que quiera ser apuntillado
(cinematográficamente hablando), y en Big
Eyes, su nueva película, ha decidido hacerlo mediante la segunda vía.
Con
guión de Scott Alexander y Larry Karaszewski, los mismos que firmaron la
magistral Ed Wood, Big Eyes se adentra en los años más
convulsos y, paradójicamente, exitosos de la carrera de la artista Margaret
Keane. Los que coincidieron con su matrimonio con Walter Keane (Christoph
Waltz) y el posterior divorcio entre ambos que los llevaría a enfrentarse en
los tribunales por la autoría de sus obras. Y es que, por si el lector no lo
sabe, Margaret consintió que, durante años, su marido se atribuyese el mérito de
los cuadros que ella pintaba a cambio de un reconocimiento que la sociedad de
su época (los años cincuenta y sesenta) probablemente no le hubiese brindado a
una “simple” ama de casa. El problema de la cinta radica en lo esquemático que
resulta el libreto, que en ningún momento profundiza ni en personajes
(demasiado planos) ni en situaciones. Por otra parte, su factura visual, en la
que cuesta encontrar elementos propios de la imaginería burtoniana, no se
diferencia en mucho de la de cualquier telefilme de sobremesa. Amy Adams
realiza una interpretación espléndida como la sufrida Margaret Keane, al
contrario que su compañero de reparto, un Christoph Waltz sobreactuado y pasado
de rosca. Temas como el talento creativo, la frivolización y mercantilización
del arte, los celos profesionales o el sometimiento social femenino, son tratados de
manera digna, pero harto convencional para alguien con la personalidad de
Burton.
Con
todo, probablemente estemos ante el filme de acción real más interesante del
director desde Big Fish (2003), lo
que tampoco dice mucho en favor de su trabajo llevado a cabo durante la última década.
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