“Ningún
gran artista ve las cosas como son en realidad; si lo hiciera, dejaría de ser
artista”.
(Oscar
Wilde)
Marcel
Marx (André Wilms) es un viejo limpiabotas que vive en compañía de su mujer
Arletty (Kati Outinen), gravemente enferma de cáncer, en un humilde barrio de
la ciudad francesa de Le Havre. Un día, se tropieza por casualidad con Idrissa
(Blondin Miguel), un niño inmigrante fugado a quien la policía busca. Marcel
decide prestarle su ayuda.
Le Havre
es uno de esos filmes que tienen la extraordinaria capacidad de reconciliarte
con el cine y con la humanidad. Ojalá el mundo fuese como el barrio proletario
que aquí describe Kaurismäki; un lugar donde los buenos corazones comparten su
experiencia vital en un clima de esperanza y solidaridad. Y es que, en última
instancia, Le Havre supone un
hermoso canto a la solidaridad entre los hombres. Ésa que tanta falta hace en nuestra sociedad de hoy.
A
través de una entrañable paleta de personajes (el propio Marcel, su esposa
Arletty, el pequeño Idrissa, el comisario de policía Monet, la panadera, el
limpiabotas chino, la dueña del bar, Little Bob…), Kaurismäki reflexiona con su particular
sentido del humor acerca de un tema tan dramático como es el de la inmigración
ilegal norteafricana en Europa. La trama es de una sencillez casi transparente,
con una exposición brechtiana (ajena al sentimentalismo) de los acontecimientos
y un tratamiento estético depurado hasta el extremo. Su "simpleza" formal
recuerda al mejor Bresson, confiriendo al conjunto un carácter atemporal. La composición
de planos resulta magistral. Por otro lado, la marcada teatralización de las escenas de
interiores contrasta con la presencia del mar abierto (recordemos que Le Havre
es una ciudad portuaria) en las de exterior. En la fotografía de Timo Salminen
predominan los tonos fríos de grises y azules tan característicos en la obra del realizador
finés.
Con
su final, es imposible no pensar en el Dreyer de Ordet. Los milagros existen, y una prueba irrefutable de ello la
constituye esta maravillosa, inolvidable película. Un cuento contemporáneo.
En este gran blog, el cual atesora algo hoy escaso, esto es, criterio y excelencia en tanto que hay lugar para otro cine, suelen aparecer magníficas crónicas. Muchas de ellas mejores que la que nos ocupa, pero la de hoy rezuma por todos sus poros gratitud y pasión para con esta pequeña obra maestra indiscutible.
ResponderEliminarSiempre digo que desde lo pequeño se visita lo abisal y una prueba evidente es esta película que demuestra como un cineasta es capaz de hablar de la condición humana con más hondura que muchos sesudos en sus intrincados laberintos. Un cuento formidable, surrealista, mágico que, salvando las enormes distancias en el tiempo y en la forma, me recordó a Milagro en Milán.
Hacía tiempo que una película tan pequeña no me parecia tan enorme. Cuanto más la recuerdo más grande la siento. Un abrazo y gracias, una vez más, por traernos el gran cine.
Hola, Francisco:
ResponderEliminarCoincidimos en todo, incluso en lo de que se hace más grande cuanto más se recuerda. Sin duda, una de las imprescindibles de lo que va de siglo.
Gracias a ti, por comentar.
Un abrazo
En toda película, para que te guste, tienes que 'entrar', y este no fue mi caso en "Le Havre". Me gustaron algunas cosas (la composición de colores, la iluminación, la secuencia en la que uno de los personajes canta con su banda una canción en un concierto benéfico), pero en general me pareció ridícula. Creo que el distanciamiento brechtiano al que te refieres, Ricardo (y coincido contigo en que se usa esta recurso), me impidió creerme este cuento.
ResponderEliminarEstoy muy de acuerdo en que en esta película, por lo peculiar de su director, hay que "entrar" para que te guste. Otra en la que no coincidimos.
EliminarNo te preocupes, Ricardo. Gracias a ti descubro pelis que ni sabría que existen; y te hago mucho pero que mucho caso!
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