Un grupo de arqueólogos británicos halla un sarcófago en el que se encuentra el cuerpo momificado de un sacerdote del Antiguo Egipto llamado Imhotep (Boris Karloff). La momia revivirá tras la lectura de un extraño manuscrito por parte de uno de ellos.
Tras su vuelta a la vida, Imhotep quedará prendado de una joven de físico idéntico al de la princesa a la que amó años atrás, y cuyo amor supuso su ejecución.
Esta mórbida historia de amor y muerte constituye una de las cimas del cine de terror de la Universal. Su visionado a día de hoy sigue resultando fascinante gracias, en parte, a la magnética y mortecina interpretación de Boris Karloff.
La película surge tras el boom mediático que se derivó del descubrimiento de la tumba de Tutankamón en 1922 por parte de Howard Carter y su equipo, y de la supuesta maldición que persiguió tras su hallazgo a algunos de los miembros de la expedición.
El guión de John L. Balderston también bebe de algunas obras literarias como La Novela de la Momia de Théophile Gautier o el Lote número 249 de Conan Doyle. Es preciso recordar que Balderston había sido uno de los autores de la adaptación teatral del Drácula de Stoker que sirvió de base al filme que Tod Browning dirigió en 1931, de ahí que se puedan encontrar algunos paralelismos entre ambas películas.
Karl Freund, que había sido el director de fotografía de obras de Murnau y Lang, se hizo cargo de la dirección, mostrando una extraordinaria capacidad para crear atmósferas misteriosas. Es una pena que se prodigase tan poco como director, no obstante nos ha legado joyas del género fantástico como la que ahora nos ocupa o la magnífica Las manos de Orlac (Mad Love, 1935).
En The Mummy hay dos secuencias que destacan sobre el conjunto. Me refiero a la de la resurrección de Imhotep, que demuestra que en el cine lo no explícito puede resultar mucho más sugerente e inquietante que lo claramente manifiesto, y el flashback en el que el filme se retrotrae hasta el Antiguo Egipto, que lamentablemente fue en parte mutilado debido a la censura de la época.
Mención aparte merece el brillante trabajo de maquillaje llevado a cabo por Jack Pierce, creador también de otros iconos del cine de terror como el monstruo de Frankenstein o el hombre lobo.
En 1959 Terence Fisher hizo un interesante, aunque inferior, remake en el que Christopher Lee era el encargado de caracterizar a la momia.
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