Tras separarse de su mujer, Andreas Winkelman (Max von Sydow) vive retirado en una apartada isla. Su retraimiento hacia el mundo no impedirá, sin embargo, que se acerce a Anna (Liv Ullmann), una joven viuda, y al matrimonio de Elis (Erland Josephson) y Eva (Bibi Anderson).
Si buscamos la palabra pasión en el diccionario de la RAE , nos encontramos con que la primera acepción del término dice que se refiere a la acción de padecer. Eso es lo que precisamente ocurre con los personajes de este crudo drama del maestro sueco, todos padecen una misma enfermedad: la vida.
Bergman vuelve a indagar en la angustia que produce la insatisfacción existencial, y sólo halla en el retiro voluntario una salida que atenúe sus consecuencias. Salida que el propio cineasta tomaría durante los últimos años de su vida, cuando decidió vivir solo y apartado del mundo en la isla de Farö, lugar en el que está filmada la presente cinta.
Al inicio del filme, la voz en off de un narrador que aparecerá puntualmente a lo largo del mismo, nos presenta al personaje de Andreas arreglando el tejado de su casa debido la inmediatez del invierno. Vemos que apenas tiene contacto con nadie, salvo con Johan (Erik Hell), otro ermitaño que acabará convirtiéndose en el gran sacrificado de la película.
Así es el paraíso bergmaniano: la soledad de un Adán que vive con su pasado y sus recuerdos, un ser que ante su tormento interior, prefiere ensimismar su odio e incomprensión hacia Dios y el género humano.
Su contacto con las dos mujeres de la película, especialmente con Anna, ya que con Eva no pasará de un affaire carnal, le devolverá al infierno terrenal al constatar su incapacidad para amar y vivir en armonía con otra persona. Y es que Bergman es un pesimista y brillante cirujano de las relaciones de pareja, a las que disecciona con una sinceridad y crueldad nunca vistas salvo en sus obras y en las de su compatriota el escritor y dramaturgo Strindberg, una influencia evidente para el director sueco.
El entorno de la isla y su mar calmo, son retratados magistralmente por la sobria fotografía de Sven Nykvist, que capta con agudeza los diferentes estadios lumínicos de Farö en un trabajo que, sin duda, debió inspirar a Andrei Tarkovsky para su Sacrificio (Offret, 1986); obra capital del Séptimo Arte en la que también contaría con el director de fotografía sueco.
Es reseñable que Bergman filme a sus actores durante los descansos del rodaje ofreciendo su opinión acerca del personaje al que interpretan. Este recurso de carácter vanguardista, incide en la idea del cineasta de presentar sus obras como una ilusión, como ya sucediese en Persona, que se iniciaba con la puesta en marcha de un proyector de cine, y en La hora del lobo, donde bajo los créditos iniciales se podía escuchar el ajetreo que precede a la filmación de una escena.
No hace falta hacer alusión al trabajo de Sydow, Ullmann, Anderson y Josephson, ya que siempre resulta excepcional.
Sin ser uno de sus filmes mayores, Pasión posee todos y cada uno de los elementos formales y temáticos que caracterizan al mejor cine de uno de los creadores esenciales de este arte.
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