“Si
todos odian a los miserables, ¿cómo no han de odiarme entonces a mí, que soy el
más miserable de los seres humanos”.
(Frankenstein o
el moderno Prometeo, Mary Wollstonecraft Shelley)
Un
matrimonio de científicos (Danny Huston y Carrie-Anne Moss) ha descubierto el
modo de crear vida humana. La criatura resultante de sus experimentos es Adam
(Xavier Samuel).
Agradable
sorpresa la que me he llevado al visionar esta nueva adaptación del clásico de
Mary Shelley publicado en 1818, convenientemente puesto al día y ambientado en
la sociedad actual, más concretamente en la ciudad de Los Ángeles. El filme, una
producción de bajo coste que fue presentada durante el pasado Festival de
Sitges, ha sido escrito y dirigido por el veterano realizador londinense
Bernard Rose, al que alguno quizá recuerde por aquel ambicioso y, hasta cierto
punto, fallido biopic sobre Beethoven
titulado Amor inmortal (Immortal Beloved, 1994), en el que el
mítico compositor alemán era interpretado por Gary Oldman, y con el que se
pretendía repetir el éxito obtenido diez años antes por otro biopic sobre un músico histórico, el Amadeus (ídem, 1984) de Milos Forman
sobre la figura de Mozart. Rose no es un director al que el cine fantástico le
resulte ajeno, tal y como demostró en los comienzos de su carrera con películas
como La casa de papel (Paperhouse, 1988) o Candyman, el dominio de la mente (Candyman, 1992). De hecho, gracias a la perspectiva que otorga el
paso del tiempo, podríamos afirmar que sus mejores trabajos, entre los que
incluyo a la obra que nos ocupa, para mí el más conseguido de todos ellos, pertenecen
precisamente a este género.
Frankenstein
cuenta la historia de siempre: la de la criatura (creada en esta ocasión con
una impresora 3D y no a partir de restos de cadáveres, lo que le otorga un
aspecto perfecto… hasta que sus tejidos empiezan a descomponerse) que es
abandonada a su suerte por su creador (creadores aquí), y puesta a merced de un
mundo brutal que no tolera lo extraño o diferente. Rose deja a un lado la
reflexión filosófico-moral en torno a los límites del conocimiento humano que
no se deben sobrepasar (tan presente en el texto de Shelley), para centrarse en
el estado de abandono y soledad al que es condenado el “monstruo”. Digamos que
opta por la visión más dramática y humanista del clásico literario, en
detrimento de su vertiente más terrorífica, pese a que abunden las escenas de
sangre. Y aporta dos novedades hasta ahora poco o nada explotadas: el punto de
vista de la criatura a través del uso de su voz en off y del punto de vista subjetivo de la cámara (el sufrido personaje
de Xavier Samuel es el protagonista total y absoluto de la película, relegando
a sus creadores, los científicos Viktor y Marie, a un segundo plano), y la
relevancia de la figura materna, ausente tanto en la novela original como en el
resto de adaptaciones, donde sólo existía la del padre como alegoría del Dios creador.
Al
igual que en la versión canónica de James Whale para la Universal, hay escena
con niña junto al lago, aunque Rose la resuelve de un modo distinto, y ahora el
personaje del ciego es un músico callejero negro al que encarna Tony Todd (de
lo mejor de la película). Como decíamos, es la historia, la gran historia de
siempre, pero vista desde otra perspectiva. He aquí lo que hace de este Frankenstein una cinta recomendable.
Suena interesante, pero para mí Frankestein siempre será en blanco y negro, con Karloff, y toda su atmósfera tenebrosa.No me impresionó la de Robert de Niro, a pesar de su aire decadente. Hace poco vi la "Novia de..." de Whale que me recomendaste, igualmente magnifica. Saludos, estimado amigo.
ResponderEliminarHola José,
EliminarPara mí Frankenstein también será siempre en blanco y negro (Whale) y a color (Fisher). La película que reseño es interesante si te gusta la historia de Shelley.
Un abrazo, estimado amigo.