“A veces la infancia es
más larga que la vida”.
(Ana
María Matute)
Francia,
durante la ocupación nazi. Tras las vacaciones estivales, Julien Quentin
(Gaspard Manesse), niño de unos doce años de edad perteneciente a una acomodada familia
parisina, vuelve al colegio católico de Padres Carmelitas donde está interno.
La llegada al centro de un nuevo estudiante, Jean Bonnet (Raphael Fejtö),
despierta pronto su curiosidad.
Después
de pasar una década en Estados Unidos, donde sus trabajos no obtuvieron
demasiado éxito crítico ni comercial, un Louis Malle decepcionado y con ganas
de reivindicarse, regresó a su país natal, Francia, para rodar su película más personal
y autobiográfica (el guión se basa en los recuerdos de su estancia en un colegio interno de Avon). Y quizá la de mayor reconocimiento de toda su carrera, puesto que obtuvo
el León de Oro a la Mejor película en el Festival de Venecia y hasta siete
Premios César, incluyendo los de Mejor película y Mejor director. El filme,
hermoso, sutil y contenido, de exquisita sensibilidad e impecable construcción
narrativa, aborda temas como la infancia, la amistad, la pérdida de la
inocencia, la lealtad o el antisemitismo en tiempos de la Segunda Guerra Mundial.
En
Au revoir les enfants, Malle, que, como hemos señalado, pasó durante su infancia por distintos internados católicos, y que, por
tanto, sabía perfectamente de lo que hablaba, evoca el día a día de la vida en
el colegio, con las diferentes clases en el aula (literatura, matemáticas,
griego…), los juegos en el patio en las horas de recreo, los oficios
religiosos, las visitas semanales a los baños públicos, el visionado de
películas (preciosa la secuencia en la que los alumnos disfrutan del pase del cortometraje
The Immigrant, de Charles Chaplin,
con música de violín y piano en directo), etc. La amistad entre Julien y Jean surge
poco a poco, de un modo natural y para nada forzado, a partir de sus aficiones
comunes (la lectura, por ejemplo) y del progresivo descubrimiento por parte del
primero del secreto que guarda el segundo (es, como otros dos chicos también
recién llegados al internado, un judío al que los religiosos Carmelitas cobijan
y esconden de los alemanes). Además de Julien, protagonista y álter ego del director
(todo el filme se muestra desde su punto de vista), y Jean, los otros
personajes que resultan claves en el desarrollo de la trama son la madre de Julien
(Francine Racette), el padre Jean (Philippe Morier-Genoud), director del
colegio, y, sobre todo, Joseph (Francois Négret), el joven ayudante de cocina lisiado que proporciona a los
chicos todo aquello que no pueden conseguir dentro del internado. Su personaje
recuerda mucho al de Pierre Blaise en Lacombe
Lucien (ídem, 1974), otro de los títulos mayores de Malle, dado su origen
humilde (en comparación con los alumnos del colegio, pertenecientes todos ellos
a familias acomodadas) y su revanchismo social (como Lucien, terminará
colaborando con las autoridades alemanas). El autor de Ascensor para el cadalso (Ascenseur
pour l´échafaud, 1958), expone, como
es habitual en él, los acontecimientos de la manera más objetiva posible, evitando
emitir juicios morales o caer en el maniqueísmo ideológico.
La
puesta en escena de Adiós, muchachos destaca por su austeridad formal, por la “cámara
invisible” de Malle (“… mi mayor
preocupación es que el espectador se olvide de que está en el cine. Por eso he
prescindido de todos los efectos y me gusta que la cámara sea como un ojo
sabio, bien guiado, que ve más que el ojo humano porque ella nunca se distrae
ni parpadea”), por la monocroma fotografía de Renato Berta, y, a modo de
envoltorio, por el bellísimo Momento musical nº2
de Franz Schubert.
Finalizo
la reseña rescatando la emotiva secuencia final que transcurre en el patio del
internado tras el registro llevado a cabo por la Gestapo. Las palabras de un
Julien ya adulto (pronunciadas en off
por el propio Malle), cierran sus tristes imágenes: “Han pasado más de cuarenta años, pero, hasta mi muerte, recordaré cada
segundo de aquella mañana de enero”. Nosotros también.
La edición de a contracorriente films.
Louis Malle es un director interesantísimo, capaz de hacer cosas tan distintas como "Zazie en el metro" y ésta "Au revoir les enfants", sin duda una película extraordinaria.
ResponderEliminarQuizás su etapa americana no fue muy exitosa pero "Atlantic City" sigue siendo uno de sus mejores títulos.
Saludos.
Hola Ricard,
EliminarYo creo que su marcha a USA fue un paso atrás en su carrera, pese a buenos títulos como el que mencionas o 'Mi cena con André'.
Un saludo.