“El
hombre famoso tiene la amargura de llevar el pecho frío y traspasado por
linternas sordas que dirigen sobre ellos otros”.
(Federico
García Lorca)
El
productor de cine independiente Barry Detweiler (William Holden), viaja hasta
la isla griega de Corfú con el objetivo de convencer a la famosa actriz Fedora
(Marthe Keller), retirada de los focos desde hace ya algún tiempo, para que
acceda a trabajar en una nueva adaptación cinematográfica de la novela de León
Tolstói Ana Karénina.
Según
la mitología griega, Calipso era una hermosa ninfa “de cabellos ensortijados”, que vivía en la isla de Ogigia, en el
Mediterráneo occidental. Homero, en la Odisea,
relata cómo el sufrido Ulises, tras uno de sus múltiples naufragios, fue a
parar a la morada de Calipso, quien lo retuvo amorosamente a su lado durante unos
diez años, ofreciéndole la inmortalidad y la juventud eterna si se quedaba con
ella y renunciaba a regresar a Ítaca junto a su esposa Penélope. No parece
casual que la Fedora de Wilder, obsesionada con la eterna juventud y la
belleza, resida, precisamente, en una villa llamada Calypso, que, para más inri, está situada en una pequeña isla mediterránea
de Corfú. Allí permanece confinada, custodiada por un tétrico séquito que la
salvaguarda del mundo exterior. Ataviada siempre con una pamela fedora, gafas de
sol oscuras y unos guantes blancos que impiden advertir su verdadera edad (se
comenta que debe tener entre sesenta y setenta años), nuestra protagonista,
paranoica como la Norma Desmond de El
crepúsculo de los dioses (Sunset
Blvd., 1950), película de la que Fedora
podría parecer una variación en su primera mitad, aunque al final resulte mucho
más amarga, compleja y retorcida, vive anclada en el recuerdo (y en la imagen)
que el público guarda de su personaje público; al igual que innumerables
famosos y famosas de la sociedad actual que todos conocemos, adictos/as a las
intervenciones y arreglos estéticos con los que tratan de engañar al tiempo,
intentando transmitir la sensación de que siguen siendo lo que un día fueron.
De ahí la vigencia de esta infravaloradísima obra maestra de Wilder, sin duda
uno de los títulos más mordaces y brillantes de su carrera.
El
filme (escrito por el propio Wilder junto a I.A.L. Diamond, su coguionista
habitual, a partir de un relato de Tom Tyron) se inicia con el personaje de
Fedora arrojándose, como la Ana Karénina de Tolstói, a las vías de un tren. Al
día siguiente, los informativos de medio mundo abren sus espacios con la trágica
noticia de la muerte de la diva de origen polaco. Su capilla ardiente,
instalada en París, concentra a miles de admiradores y curiosos que se acumulan
para dedicarle un último adiós. Uno tras otro, rodeados de un vergel de
coloristas coronas funerarias, deambulan alrededor del féretro de la actriz,
que deja al descubierto su efigie mortuoria. Pronto, la cámara de Wilder se
detiene delante de uno de ellos: el productor Barry “Dutch” Detweiler. Su voz
en off deja paso a un extenso flashblack (el primero de varios que
Wilder utilizará a lo largo del metraje) que se remonta a dos semanas atrás en
el tiempo, cuando “Dutch” llegó a Corfú en busca de Fedora. Minutos más tarde,
a través de un flashback dentro del flashback, sabremos que “Dutch” había
conocido a la actriz en la década de los cuarenta, siendo ésta la estrella de
un filme de Hollywood y él un joven asistente de dirección. Volviendo al
flashback general, en Corfú “Dutch” se da cuenta de que Fedora, de
comportamiento extraño y huidizo, vive prácticamente secuestrada por un séquito
(el mismo que aparecía en la escena inicial del funeral) que conforman la
condesa Sobryanski (Hildegard Knef), decrépita e inválida; el doctor Vando
(José Ferrer), cirujano artífice del “milagroso” aspecto de Fedora; la
servicial Miss Balfour (Frances Sternhagen), asistenta personal; y el inquietante
Kritos (Gottfried John), chófer. También descubre que el estado mental de
Fedora, no es el más adecuado después de que se enamorara del compañero de
reparto de su última película, titulada premonitoriamente ‘El último vals’ (la
cual abandonó a medias), un hombre mucho más joven que ella al que interpreta
Michael York, quien hace de sí mismo. Como Henry Fonda en su breve aparición
como el presidente de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.
A
la maestría narrativa de la propuesta, y al excepcional trabajo de todos los
actores (en especial unas impresionantes Marthe Keller y Hildegard Knef), debe sumarse un refinamiento en la puesta en escena que se remonta a
la igualmente infravalorada, aunque inferior, La vida privada de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970). Creo que, en el plano
visual, ninguna otra obra de Wilder es tan depurada como la que nos ocupa. Algo
hasta cierto punto normal, si tenemos en cuenta que el autor de El apartamento (The Apartment, 1960) la concibió contando con setenta y dos años de
edad, cuando ya estaba de vuelta de todo y el lenguaje cinematográfico no
encerraba ningún secreto para él.
Hay,
asimismo, en Fedora, cierto
desencanto vital y profesional, una mirada nostálgica si se quiere, hacia todo lo
relativo al mundo del cine. Quizá Wilder se sentía ya, a finales de los años setenta, como un viejo
monumento del pasado al que se venera de vez en cuando; como un dinosaurio anacrónico sin
lugar en el seno de la nueva industria cinematográfica (“Los chicos de las barbas están trabajando. No necesitan ningún guión,
sólo una cámara de mano y un zoom”, afirma resignado el personaje de Holden
en una escena). Y eso se percibe en cada uno de los fotogramas de la otoñal Fedora, una cumbre de su filmografía que
muy pocos (incluso hoy en día) han sabido apreciar/valorar como merece.
Pues creo que no la he visto nunca. Así que habrá que remediarlo si es tan buena como explicas en tu elogioso comentario.
ResponderEliminarGracias por la recomendación.
Un saludo.
Hola Luis,
EliminarLamentablemente se trata de un título poco (re)conocido. Mi Wilder favorito.
Un saludo.
La acabo de ver por tu recomendación y me ha encantado. Muy triste, eso sí. Supera a Sunset Boulevard, aunque Perdición y El apartamento me siguen pareciendo las mejores. La conocía apenas por ser una de sus últimas películas y no la hubiese visto si no fuese por tu crítica, muchas gracias.
ResponderEliminarSaludos.
Hola Javier,
EliminarMe alegra que hayas llegado a 'Fedora' a través del blog. Para mí también es superior a 'Sunset Boulevard'. Más compleja y retorcida.
Un saludo.
Esta película se parece a "El crepúsculo de los dioses" en muchas cosas tanto en el aspecto formal como temático. Y pienso que ese es su gran problema. A la gente, como yo, que la película de 1950 el parece una obra maestra encuentra en "Fedora" una película excelente pero inferior, y en otra gente se da el caso inverso.
ResponderEliminarYo también la acabo de ver y tengo pendiente "La vida privada de Sherlock Holmes".
Saludos.
Hola Francisco,
EliminarSon precisamente esas concomitancias entre una y otra las que hacen que 'Fedora' no sea, en líneas generales, valorada como merece.
Un saludo.