“Siempre
me obsesionó el olvido de cosas que sin embargo me parecían tan importantes, un
olvido voluntario o un mentirse a sí mismo”.
(Patrick
Modiano)
1944,
Segunda Guerra Mundial. Al sudoeste de la Francia ocupada, un joven campesino
llamado Lucien Lacombe (Pierre Blaise), tras no ser admitido en la Resistencia
por el cabecilla local, entra a formar parte, casi por casualidad, de la
policía alemana.
En
su libro Eichmann en Jerusalén: Un
estudio sobre la banalidad del mal (1963), la filósofa alemana de origen
judío Hannah Arendt, acuñó el concepto de banalidad
del mal para referirse, y hasta cierto punto “justificar”, a los crímenes
perpetrados por determinados individuos, casi siempre pertenecientes a la
escala burocrática (como el propio Adolf Eichmann, teniente coronel de las SS
nazis), en tiempos del Holocausto. Para Arendt, las acciones de Eichmann, y por
ende de otros muchos como él, no eran fruto de una crueldad sádica inherente a
su naturaleza, sino de la simple ejecución de unas órdenes que no se
cuestionaban por no considerarse extrañas a la cotidianidad del contexto en cuestión.
Esto llevaría a personas aparentemente normales, sin ningún tipo de rasgo traumático
o de psicopatía, a cometer actos execrables, como la tortura o el asesinato de
sus congéneres, sin tener una conciencia culpable por ello. Lacombe Lucien, del gran cineasta
francés Louis Malle, coautor del guión junto con el Premio Nobel de Literatura
Patrick Modiano, plasma de un modo seco, sin pretensiones, pero del todo
brillante, la teoría de Arendt a través de la historia de un joven campesino
que, en tiempos de la ocupación, se integra en la policía alemana.
La
película causó controversia en el momento de su estreno, al suponer una
revisión sin tabúes de uno de los segmentos más turbios de la historia contemporánea
de Francia: el período de la ocupación nazi. Por todos es sabido que fueron muchos
los ciudadanos franceses que colaboraron con las autoridades alemanas durante
esa época (de la misma manera que muchos españoles colaboraron con los
franceses durante su ocupación de España a principios del siglo XIX); sin
embargo, este hecho, irrefutable, trató de ocultarse, quizá debido a cierto
sentimiento de vergüenza, en los años posteriores a la finalización de la guerra.
El cine de Hollywood, y lo que es peor, la propia cinematografía gala, fueron asimismo
cómplices de ese oscurantismo histórico, presentando en sus filmes a un pueblo
francés oprimido y cohesionado frente al invasor alemán. Tuvo que llegar Louis Malle para mostrar a los espectadores del mundo que la realidad no había sido del
todo así. Y lo hizo sin emitir juicios. Sin revanchismos ni afán por rendir
cuentas, optando por una exposición lo más objetiva (y fría) posible de los
hechos.
Lacombe Lucien
se abre con la presentación del personaje principal (el malogrado Pierre Blasie,
actor no profesional que moriría un año después del estreno de la película en
un accidente de tráfico), un joven campesino, bruto y analfabeto, sin
conciencia política ni ideológica, que trabaja como limpiador en un hospicio de
monjas. Su padre está prisionero en Alemania, mientras que su madre se acuesta
con el tipo al que sirve. Durante los primeros minutos de metraje, Malle
retrata con naturalismo la vida rural. Al poco de ser rechazado por el profesor
de la escuela, cabecilla local de la Resistencia, que lo considera demasiado
joven como para entrar a formar parte de los maquis, Lucien entra en contacto
por casualidad con los colaboracionistas del municipio, una pandilla de matones
que por su aspecto recuerdan a los gánsteres norteamericanos, a quienes se une
básicamente porque le proporcionan un mejor estatus social. Ese nuevo estatus,
mucho más desahogado, del que disfruta a partir de ahora, permite a Lucien entrar
en contacto con Albert Horn (Holger Löwenadler), un famoso y desencantado sastre
judío procedente de París, que ahora vive escondido junto con su vieja madre, y
su hermosa hija France (Aurore Clément), quien pronto despierta el interés
amoroso del joven Lacombe.
La
dirección de Malle resulta soberbia, madura, utilizando con frecuencia la
cámara de mano para dotar a su historia de un realismo cuasi documental. La
sequedad argumental y técnica, no impide que encontremos en Lacombe Lucien momentos ciertamente
hermosos, en verdad poéticos, como los que se dan ya en el tramo final de la cinta, con
motivo de la fuga edénica que protagonizan Lucien y France. El gran Tonino
Delli Colli, colaborador de autores como Pasolini, Leone o Fellini, es el
responsable de la magnífica fotografía que luce el filme.
Lacombe Lucien
es, sin duda y para concluir, uno de los trabajos imprescindibles de la carrera
de Louis Malle. Su ambiguo discurso sobre la condición humana no ha perdido ni un
solo ápice de vigencia. Más bien al contrario, sigue desconcertando y fascinando a partes iguales.
La edición de A contracorriente films.
La teoría de Arendt es la misma que justifica que, por ejemplo, un "verdugo" no es un asesino cruel, vil y miserable sino un funcionario que realiza su trabajo. Mata gente.
ResponderEliminarEsta es una de las mejores críticas que te he leído y aprovecharé la coyuntura para ver la película de Hannah Arendt porque no conocía absolutamente nada de lo que comentas.
Saludos.
Hola Francisco,
EliminarAgradezco tus palabras. Esa teoría de Arendt es muy interesante. No he visto la película que mencionas, pese a ser bastante reciente, pero sí te puedo recomendar el libro de la autora que cito en la reseña.
Un saludo.
Ciertamente, una película brillante y muy lúcida sobre las formas de la maldad.
ResponderEliminarSaludos.
Hola ricard,
EliminarEs que Malle fue un cineasta muy brillante. Como a 'Lacombe Lucien', toca reivindicarlo.
Un saludo.
Buenas noches Ricardo, me encanta el cine y por diversos motivos nunca había tenido el suficiente tiempo para disfrutar de él de una forma organizada y -si se quiere- académica. Te quiero pedir el favor de que me guíes en mi búsqueda de buenas películas...directores...etc...como te dije el tema me apasiona y cuento por fin con el tiempo. Agradezco tu atención.
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