“Con el sudor de tu
rostro comerás el pan
hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y
al polvo volverás”.
(Génesis
3:19)
Polonia,
1944. Saúl Ausländer (Géza Röhrig) es un prisionero judío que trabaja en el
interior de las cámaras de gas y hornos crematorios del campo de concentración
de Auschwitz. Su deleznable rutina se ve alterada cuando cree descubrir a su
propio hijo entre las víctimas, al que tratará de dar un entierro digno en
medio del caos y el terror.
Impactante
sumersión cinematográfica en el corazón del Holocausto de la mano del debutante
László Nemes (hasta ahora sólo conocido por haber sido asistente de dirección del gran Béla Tarr en El hombre de Londres), quien, a través de una particular técnica de filmación basada en
el seguimiento continuo del protagonista, introduce de manera casi literal a
los espectadores en una odisea de horror caracterizada por su sequedad y
crudeza. El filme ganó el Gran Premio del Jurado y el Premio FIPRESCI en el
pasado Festival de Cannes.
La
primera escena de El hijo de Saúl,
película filmada íntegramente en un reducido formato 1.37:1 para enfatizar la
sensación de agobio y asfixia espacial, anticipa a la perfección, en forma y contenido, lo que veremos durante el resto del metraje: un largo plano
secuencia con la cámara pegada al rostro y el cogote de Saúl (casi siempre
permanecerá ahí), muestra cómo éste y otros miembros de los Sonderkommando (prisioneros, judíos o
no, utilizados por los nazis para llevar a cabo las tareas más ingratas dentro
de los crematorios), conducen a decenas de judíos recién llegados a Auschwitz
al interior de las cámaras de gas. Diversas voces de los oficiales alemanes ordenan
a los Sonderkommando desvestir a los
prisioneros para hacerlos entrar en las “duchas”. El alboroto y la desazón van
en aumento. Saúl y sus compañeros cumplen con las órdenes y buscan en el
interior de los abrigos de los condenados para encontrar objetos de valor. Las
puertas de la cámara de gas son cerradas con estrépito. Espeluznantes gritos de
muerte escapan de su interior. Fundido en negro. Pese a lo terrible de esta
primera escena, el espectador no ha visto prácticamente nada, a excepción del
rostro y el cogote de Saúl, y algunas acciones que se intuyen en un segundo
plano desenfocado. Nemes opta (y aquí radica la particularidad y principal
aportación de su trabajo) por sugerir el horror, en todo momento fuera de campo,
en lugar de explicitarlo. El resto queda sujeto a la imaginación del público.
Una imaginación que, tal y como afirmaba Kant, “en las tinieblas trabaja más activamente que a plena luz”.
Hay
en Saul fia un elemento de carácter
moral y religioso que determina la actitud de Saúl durante toda la
película: su afán por enterrar con dignidad el cuerpo de quien cree que es su
hijo. En el judaísmo, el enterramiento de los muertos no es estrictamente un
mandamiento religioso. Sin embargo, tanto en el Génesis como en el Deuteronomio se
recomienda llevar a cabo. Para Saúl se trata, en cualquier caso, de una
cuestión más moral que religiosa. Dar entierro a un hijo que probablemente no
sea tal, aunque eso poco importa, es para él el único medio para redimirse y
encontrar una vía de escape racional frente a la barbarie que lo rodea.
Recordemos que su actividad, no por impuesta resulta menos despreciable, por lo
que su salvación, al menos a nivel de conciencia, depende de que su “hijo” sea
enterrado como Dios ordena. Rabino incluido.
Limitada
por su rígido discurso formal y narrativo, El
hijo de Saúl quizá no sea esa obra maestra (aunque poco le falta) que algunos ya celebran, pero sin
duda constituye una nueva y singular mirada a un tema tan manido en el cine
como el del Holocausto. Impactante obra tanto en forma como en contenido.
Como puede uno soportar ver tanto tiempo el rostro del protagonista. Conste que no he visto la película.? Debe sé muy tétrica.
ResponderEliminarAquí lo soportamos todo :)
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarHola Sactus Germanus,
EliminarMe parece la mejor película (de las que he visto) de Greenaway, un director que rara vez me convence. No creo que su estilo sea "anti-cinematográfico", simplemente es poco convencional.
Un saludo.
La Pelícxula relata una de tantas y desgraciadas tantas situaciones que desgarran el alma, porque sabes que fue cierto, y nunca es agradable recordar nada del Holocuasto y la maldad humana.
ResponderEliminarQué gracioso es no esperar nada de una película... y que luego ésta te dé un golpe en rostro. Más o menos así sería una descripción de lo que pasó cuando salí del cine después de ver esta cinta. Entré sin esperar nada; salí contento y esperando muchísimo más que lo que me entregó su director -no porque sea mala, sino porque me pareció casi una obra maestra-. Y lo irónico es que más o menos así sería mi relación con todas las películas que me gustaron este años -"Carol", 'El abrazo de la serpiente', "Anomalisa", 'El clan'-, haciendo que este año sea uno de los más imprevisibles que conozco.
ResponderEliminarAdmito que la obra no es perfecta. Sentí que no llegó al mismo nivel que películas como "La tumba de las luciérnagas" y "El pianista"; pero hizo lo bastante bien. Por momentos es tensa y bastante increíble. Está llena de un respeto enorme por la violencia y su atmósfera está increíblemente bien lograda para lo que yo esperé.
No tiene el nivel técnico y narrativo de 'El abrazo de la serpiente'... carece de la emoción que evocó "Carol"... y no sé si está a nivel de "Sicario" en cuanto al uso de la atmósfera para alienar a sus personaje; pero por sí sola es una película muy buena si olvidas todo eso. Te lleva a ahí con sus reglas y nunca las rechazó por nada -y eso es buena en una película de autor-. No es una obra maestra, pero está bastante bien comparándola con todas las película de este género que sólo saber poner con mal cuerpo al espectador. Al menos ésta tiene alma.