Sangue del mio sangue
(2015), de Marco Bellocchio. Sección Oficial.
Desconcertante,
bello y misterioso. El último filme del veterano realizador italiano Marco
Bellocchio, propone un enigmático viaje a través de las sombras del tiempo para
plantearnos cuestiones relativas al deseo carnal, las estructuras de poder y la
muerte. La película se divide en dos partes separadas en el tiempo y unidas por
el espacio. La primera de ellas, ubicada en el siglo XVII, cuenta la llegada a
un convento de Bobbio de Federico Mai (interpretado por Pier Giorgio
Bellocchio, hijo del director), hombre de armas cuyo hermano gemelo, sacerdote,
se ha suicidado tras mantener relaciones con Benedetta (Lidiya Liberman), una
hermosa monja a la que se acusa de pactar con el diablo. Federico debe
conseguir una confesión de la acusada en la que reconozca haber inducido a su
hermano Fabrizio a la muerte, o de lo contrario éste no será enterrado en suelo
sagrado. Sin embargo, pronto Federico también se sentirá atraído por la joven.
Esta primera parte, cuya atmósfera monástica impregnada de fanatismo religioso
remite a las plumas de literatos góticos como Matthew Lewis o Charles Maturin,
me ha parecido fabulosa. Muy lograda. La controversia se suscita con el salto hacia
delante de la cinta hasta el tiempo presente. De nuevo estamos en la localidad
norteña de Bobbio y en el convento de Santa Clara, ahora en ruinas. Lo habita
un anciano y decadente conde (Roberto Herlitzka) del que se dice que es un
vampiro, pues sólo sale de noche. Un tal Federico Mai (otra vez con el rostro
de Pier Giorgio Bellocchio), quizá descendiente del anterior Federico, supuesto
inspector de Hacienda, intercede en nombre de un multimillonario ruso que
quiere comprar el convento. Pero el conde se niega. Esta segunda parte de la
obra tiene un tono más ligero, incluso cómico en ocasiones, y está menos
conseguida que la primera a pesar de la espléndida composición de Herlitzka y
de algunos bellos pasajes nocturnos. En apariencia no existe conexión
argumental entre ambas partes, aunque llegan a converger en el impresionante final de la película, envuelto por las notas de
una versión coral del Nothing Else
Matters de Metallica. Quizá un (necesario) segundo visionado facilite la comprensión de
una propuesta que se antoja compleja en su lectura y fascinante en su acabado.
La mejor que se ha visto en el festival de este año.
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