“El divorcio es
indispensable en las modernas civilizaciones”.
(Montesquieu)
Tras
unos años separados, Viviane Amsalem (Ronit Elkabetz) solicita el divorcio a su
marido Elisha (Simon Abkarian) para convertirse en una mujer libre. Sin
embargo, éste se niega, por lo que debe ser un tribunal rabínico quien decida si
existen o no razones para concedérselo.
Magnífico
drama judicial escrito y dirigido por los hermanos Elkabetz, en el que se
denuncia al patriarcado israelí a través de un interminable proceso de divorcio
que pone de manifiesto el peso de la religión sobre cuestiones relativas a la
vida civil y judicial de los ciudadanos del actual Estado de Israel. La
película supone el cierre de una trilogía, formada junto con Ve´Lakhta Lehe Isha (2004) y Los siete días (Shiva, 2008), dedicada a radiografiar las costumbres y relaciones
familiares del pueblo judío contemporáneo. En las tres aparece el personaje de
Viviane Amsalem en tres momentos diferentes de su vida.
La
obra que nos ocupa retrata con gran realismo una problemática que, a día de hoy,
padecen muchas mujeres israelíes: la imposibilidad de conseguir el guet o divorcio. En Israel no existe el
matrimonio civil (tienes que salir al extranjero), y, por tanto, tampoco el
divorcio civil. Una pareja judía que ha contraído matrimonio por lo religioso,
sólo puede divorciarse si el hombre le concede a la mujer el guet o documento que la libera (como si
fuese una propiedad o una esclava). El problema surge cuando el hombre se niega,
ya que sin su consentimiento el divorcio no es posible. Es entonces cuando debe
interceder un tribunal rabínico o Bet Din
que medie entre ambos, y, de no conseguir la reconciliación de la pareja,
decidir si existen o no razones suficientes para la concesión del divorcio. Si Viviane,
la protagonista, quiere divorciarse de su marido, es porque no lo quiere. Nada
más. Sin embargo, esta razón (¿acaso existe otra más importante?) no está
contemplada en las leyes de la Torá y el Talmud, por lo que le resultará muy
complicado convencer al tribunal y lograr su objetivo.
Salvando
las distancias, hay en Gett una serie
de elementos que recuerdan a La pasión de
Juana de Arco (La passion de Jeanne
d´Arc, 1928), de Carl Theodor Dreyer. En primer lugar, es un proceso
judicial todo lo que se expone durante las casi dos horas de extensión del metraje.
En segundo término, son hombres quienes, en base a su criterio moral y
religioso, juzgan, y una mujer la que es juzgada. Finalmente, no hay mayor
protagonista en el filme que el rostro de su personaje principal femenino recortado
por los muros blancos de una pared, lo que remite a la Falconetti en la
película del cineasta danés.
La
trama de Gett: El divorcio de Viviane
Amsalem se desarrolla a lo largo de cinco años, con saltos en el tiempo, y siempre
tiene lugar en un único espacio: el de la sala del tribunal y las áreas de
descanso contiguas. No sabemos de los personajes nada más que aquello que ellos
mismos dicen y lo que de ellos se dice entre las cuatro paredes del mencionado tribunal.
En
lo formal se opta por una puesta en escena extremadamente sobria, estática y de
cuidada composición. Los realizadores otorgan dinamismo a la narración mediante
la concatenación de planos medios cortos, planos de conjunto y primeros y
primerísimos planos.
Todo
el reparto raya a gran altura, destacando Ronit Elkabetz en su triple función
de actriz, guionista y directora.
Desde luego que es una gran película y que los Elkabetz son magníficos, sobre todo Vibian. Como israelí te digo que no es la realidad del país, cuando comenté la película en mi blog la planteé desde dos preguntas ¿Pasa esto en el Israel actual? La respuesta es no, ¿podría pasar? La respuesta es sí. Israel es un estado con un gran número de ateos y agnósticos que no se rigen por los ritos religiosos, evidentemente, los religiosos, los charedim, como los llamamos, sí viven bajo estas costumbres y sí, el proceso es tal cual, es muy desagradable y humillante para la mujer, es horrible. Hacía tiempo que no publicabas :) Un abrazo :)
ResponderEliminarPS Ya que describes la fotografía, me encantó como Vivian se va alejando de la vestimenta sobria, va apareciendo sin la cabeza cubierta, con ropa más llamativa, con las uñas pintadas....
Hola, Yossi:
EliminarEstá muy bien que alguien que conoce la realidad israelí nos haga las aclaraciones pertinentes. Muchas gracias.
Un abrazo.
No menos interesante es el punto de vista de quien la ve desde fuera, me ha encantado leerte :)
EliminarMuy buena película, sí (esta vez sí coincidimos, Ricardo, je je). Aunque el paralelismo con la obra de Dreyer me parece un poco forzado: no veo yo que, como dices, "no haya mayor protagonista en el filme que el rostro de su personaje principal femenino recortado por los muros blancos de una pared". Otra cosa es que el hecho de que empaticemos con su lucha nos invite a verla a ella más que a los otros. Pero no es menos protagonista su abogado (¡qué gran actor!: me gustó más que ella), o el tribunal, o el hermano del marido. Una de las cosas que me gustaron más de la película es su progresiva introspección: pasamos de una primera parte en la que cuentan sobretodo las voces de los otros (los testimonios) --muy bien escogidos, por cierto (la hermana de la protagonista es un vendaval y no tiene desperdicio: incluso la demandante no puede reprimir la risa por lo que dice y por como lo dice)-- a una segunda parte en la que cuentan sobretodo las voces de la pareja y sus respectivos abogados. El desenlace es bastante ambiguo, por cierto: el trato al que llegan los dos es que él le concede el divorcio a cambio de ¿no perderla? ¿No quiere que vaya con otros hombres? ¿Cómo va a controlarlo?
ResponderEliminarMe alegra ver que esta vez coincidimos. Yo creo que el trato final consiste en que ella no vaya con otros hombres, porque él la sigue queriendo.
EliminarUn saludo.