LUCY
(ídem, 2014), de Luc Besson.
Según
cuenta una leyenda urbana (al parecer es falso), los seres humanos utilizamos sólo
un diez por ciento de nuestro cerebro. ¿Qué pasaría si alguien fuese capaz de
aprovechar el cien por cien de su capacidad cerebral? Bajo esta curiosa premisa,
propia de la ciencia-ficción, se desarrolla Lucy,
el penúltimo bodrio del realizador francés Luc Besson. Scarlett Johansson (lo
mejor de la cinta) interpreta aquí a Lucy, una joven que adquiere algo así como
“superpoderes” a consecuencia de la ingestión accidental de una gran cantidad
de una nueva droga. El filme no arranca mal, destacando la conferencia del
profesor Norman (Morgan Freeman) sobre la evolución del cerebro humano a partir
del hallazgo del esqueleto fosilizado de Lucy (de ahí el título), un Australopithecus afarensis descubierto en
1974 por el paleoantropólogo estadounidense Donald Johanson. Durante los
primeros minutos, los únicos medianamente interesantes en mi opinión, Besson
alterna la acción real con imágenes de la naturaleza y el reino animal que
sirven como metáfora aclaratoria de lo que estamos viendo. Conforme la protagonista
alcanza porcentajes cada vez mayores de capacidad cerebral, adquiriendo así
impresionantes cualidades físicas y mentales, la trama va descendiendo hacia
porcentajes cada vez menores de interés, hasta desembocar en un último tercio de
metraje demencial y absurdo. Menos mal que sólo dura hora y media.
FILTH,
EL SUCIO (Filth,
2013), de Jon S. Baird.
Siguiendo
con el espíritu macarra y la esquizofrenia visual de títulos como Trainspotting (ídem, 1996), de Danny
Boyle, o Miedo y asco en Las Vegas (Fear and Loathing in Las Vegas, 1998),
de Terry Gilliam, Filth, el sucio
narra las aventuras y desventuras del detective de policía Bruce Robertson
(James McAvoy), un agente corrupto, maleducado, alcohólico y drogadicto que
sería capaz de cualquier cosa con tal de obtener el ascenso que le permita
volver con su mujer (Shauna Macdonald). El asesinato de un joven en las calles
de Edimburgo, supone la oportunidad que estaba esperando para conseguirlo. La
interpretación de un espléndido James McAvoy, es el elemento más destacado de
este irregular filme de narrativa atropellada, estética sucia y excesos
paranoicos de su personaje principal. Lo peor: las aberrantes escenas oníricas
en las que aparece el psiquiatra de Bruce (Jim Broadbent), y el sorpresivo toque
final de “travestismo polanskiano”. En definitiva, un auténtico despelote para
pasar el rato.
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