“El día que la mierda
tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”.
(Gabriel
García Márquez)
Umberto
Domenico Ferrari (Carlo Battisti) es un anciano que malvive con su miserable
pensión. Ni siquiera puede pagar el alquiler de la habitación donde reside.
María (Maria Pia Casilio), la sirvienta, y Flike, su perro, son el único
consuelo que le queda.
El
neorrealismo surgió en la Italia de los años cuarenta, en un contexto de pauperización
socioeconómica producido tras la derrota del país en la Segunda Guerra Mundial.
Realizadores como Roberto Rossellini, Luchino Visconti o, el que nos ocupa,
Vittorio De Sica, se inspiraron en la sociedad y las personas de su tiempo para
sentar las bases de un movimiento cinematográfico que acabaría teniendo una gran
repercusión a nivel internacional. Umberto
D. constituye una de las cimas de ese movimiento; y quizá sea la mejor de
las películas filmadas por De Sica, incluso por encima de su archiconocida Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1948).
El
filme, dedicado a Umberto De Sica, padre del cineasta, es un conmovedor relato sobre
la pobreza, la vejez, la soledad y la desesperación vital. Su protagonista es
el viejo Umberto Domenico Ferrari (inolvidable interpretación de Carlo
Battisti), un jubilado que apenas sobrevive debido la insuficiente pensión que le
ha dejado el Estado después de trabajar como funcionario durante más de treinta
años. Reside en una habitación de alquiler en compañía de su perro Flike, su
gran y único amor, por quien el anciano haría cualquier cosa. Antonia (Lina
Gennari), la casera del edificio, una arpía de mucho cuidado, lo quiere desahuciar
porque le adeuda una parte del contrato. Necesitado de dinero, Umberto malvende
alguna de sus escasas pertenencias. Ya saben ustedes, poca cosa. Pero lo
recaudado no le da para pagar lo que debe. Mientras tanto, la casera lo sigue
apretando, amenazándole con echarlo si no salda su deuda antes de final de mes.
Menos mal que está Flike, su fiel amigo. María, la sirvienta, una joven
embarazada de un militar (en realidad no sabe quién es el padre), hace lo que puede por el viejo. Al menos le regala su
compañía de rato en rato. Incluso va a visitarlo al hospital cuando lo ingresan
unos días por culpa de una inflamación de las amígdalas. Digamos que es como la
hija que Umberto, soltero de toda la vida, nunca tuvo. No obstante, no hay
nadie más importante para él que su perro Flike. Éste supone su mayor
preocupación, ya que no quiere verlo en la calle si finalmente lo desahucian.
La relación entre ambos (verdadero eje dramático de la obra) es tierna, mágica, entrañable.
De
Sica rodó la película con escasos medios, a caballo entre los míticos estudios Cinecittá y las calles de Roma. La
puesta en escena es sencilla, de composición extremadamente sobria. Los
aspectos técnicos quedan relegados a un segundo plano cuando lo que en verdad
importa es la historia. Una historia que, por desgracia, está muy de actualidad
en nuestro país, donde la realidad se vuelve cada día más “neorrealista”.
Una
escena para recordar (spoiler): el reencuentro entre Umberto y su perro cuando ya lo daba por perdido. Preciosa.
La vi no hace mucho. Reconozco sus valores pero por algún motivo me dejó un poco indiferente; puede que fuese una reacción defensiva ante tanto drama acumulado. Saludos.
ResponderEliminarHola, ricard:
EliminarA mí me parece una obra neorrealista ejemplar, aunque entiendo que tanto drama pueda cansar...
Un saludo.
Prima hermana de 'Ikiru'. Mi favorita de De Sica.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola, David:
EliminarCuriosamente ambas son del mismo año.
Un saludo.