Por Antonio Miranda.
Inicio
preparativo y esquemático del genial compositor ruso para esta producción
fascinante. No es un comienzo arrollador ni meticuloso en estructura
compositiva, pero sí en intención de lo que la música nos va a deparar veinte
minutos después. Pequeña introducción descriptiva de los campos de batalla para
presentarnos, en seguida, la directa y melódica canción a coro que, en años
posteriores, tanto se usará, en similar tipología, en filmes de todo estilo. Es evidente la importancia
e influencia de Prokofiev en la música de cine y, concretamente, de su Alexander Nevsky. Por tanto, un comienzo sencillo y que nos lleva al
carácter heroico (que no beligerante) de
la obra y que nos marca un pequeño y curioso detalle: los temas cantados, a
modo de obra coral clásica, aparecerán fuera de diálogos y en escenas de
multitudes, como si éstas fueran las voces que entonan directamente cánticos de
esperanza por vencer, por vivir incluso.
Alexander
Nevsky no es una película de lucha y batalla; lo es de sentimientos que
brotan de una situación que sí las contiene, aunque sintetizadas todas en un
único choque final, en el lago Peipus. La prueba la tenemos en la ausencia de
secuencias bélicas que son sustituidas hábilmente por la descripción musical
que Prokofiev efectúa mediante los temas cantados a coro, que acompañan al
llamamiento heroico del levantamiento de Rusia y su poder frente a los
enemigos. Estructurados como ‘’marchas’’, varias veces aparecen igualmente
apoyando imágenes de comitivas de ejércitos o campesinos, como es el caso de la
llegada del Príncipe a la ciudad de Novgorod, un alarde de bravos y políticos
discursos, como lo es sin duda la música que acompaña. Compositor y director
van alentando al espectador a no padecer por la pugna en sí, sino engrandecer su estado de ánimo por el
optimismo hacia la futura victoria. Interesantísimo aspecto: no se lucha; se
siente. Y qué mejor que, para este fin, los fragmentos más comerciales del gran
compositor, dejando la calidad de la partitura para secuencias trascendentales
como la que a continuación analizaré.
Hasta ahora, la historia se ha
basado en los diálogos y presentación de la trama que, aparte del inicio musical
nombrado, no presta ninguna importancia a la partitura. Llega la secuencia, de
unos ocho minutos, de la muerte del pueblo de Pskov. La música hace su
aparición de forma arrolladora, magnífica y poderosísima, incluso más que en la
exquisita batalla del lago. El
compositor maneja el tiempo de la escena absolutamente y adopta la actitud de
narrador puro de lo que vemos. Los cambios de registros son continuos. Las
melodías: firmes; el mensaje: claro. Pskov muere a manos de los invasores.
Imagen y música son la unión de un firme y último objetivo: agrandar la figura
de Nevsky por encima de todo y de todos. Las tragedias van sucediendo al tiempo
que Alexander descansa y espera su momento. Magnífico trabajo de Prokofiev en
este capítulo, a mi entender la parte más importante de la composición ya que
reúne los conceptos musicales completos de la obra de Eisenstein.
Cuarenta y cinco minutos de metraje.
El enemigo de Nevsky se reúne, preparando la contienda. Suena de nuevo el tema
coral, variado por las manos, ahora en situación real de pantalla, de una
tipología de monje oscuro y misterioso, al órgano en mitad del campo y
presenciando y decorando lúgubremente la secuencia de los luchadores. Vestido
drásticamente de negro y siendo las notas que toca los graves del tema de la
partitura que suena, el hombre de faz aguileña observa la estampa: los hombres
que se disponen a luchar (morir) y los
árboles que tímidamente son movidos por el viento. Es la muerte, que sonríe
sarcásticamente viendo partir a los hombres y que al final de la película
perecerá (curiosamente, la muerte).
La primera vez que no suenan los
coros en una secuencia de multitud es alrededor de la hora de metraje y cuando
ya los guerreros están en el frente, dispuestos a la batalla. La orquesta es la
que toma el mando y la heroicidad e idealismo previos quedan atrás. Ya no es
hora de sentimentalismo y Prokofiev lo demuestra a la perfección; es momento de
tensas miradas y esperas. Todo esto, a priori, resulta sencillo. No lo es;
tengamos muy en cuenta la fecha en que la obra se hizo, los años treinta, el
inicio de la formalización de la música como elemento importante en el cine. Es
ahora cuando nace la sincronización de las partituras con las imágenes que el
espectador ve, de ahí la influencia de compositores que se afianzan en esta
década y que serán ejemplo a seguir por las generaciones venideras.
El avance de las tropas germanas,
en la ya iniciada batalla del lago, es, musicalmente hablando, exquisito.
Cualquier estudioso de la música del séptimo arte adivinará, en las notas
sencillas y precisas de la orquesta, una influencia absoluta en las
tonalidades, estructuras y ambientaciones de las bandas sonoras, incluso, de
hoy día. El giro que se produce, entre sonoridades oscuras y tensas, hacia
consideraciones tragicómicas es impactante para el oyente que ve ahora la
secuencia (quizá no tanto para el espectador genérico, que seguirá impaciente el
cabalgar de los caballos y el levantamiento de lanzas, inmerso en la historia
tal como pretenden director y compositor). Este matiz (a modo de curioso
sainete), de inmediato, se esconde hábilmente entre los instrumentos de viento
y los violines, configurando el aspecto final y global del tema musical del
inicio del enfrentamiento bélico. Ha sido un toque exquisito de inteligencia
musical que nos lleva a instantes como los del monje organista, las
‘’carnavalescas máscaras’’ con las que se cubren los guerreros o el estilo de
forma de la película, muy próxima al cine mudo. Un detalle casi imperceptible
pero que hace disfrutar como nunca a cualquier amante de la música y su manejo
dentro del cine.
Sergei Prokofiev.
Detalle imperceptible que suscita
el entusiasmo a los pocos minutos. La batalla continúa y Nevsky aguarda su
turno, junto a los suyos. Decide atacar. Es entonces cuando el salto artístico
de la partitura es brusco e intenso. Ese cierto aire cómico al que alude el
ligero guiño mencionado se transforma, abruptamente, en el tema fundamental de
la forma que adopta ahora el compositor para narrar la batalla. El ataque del
Príncipe y los suyos ya no es apoyado por estructuras lineales y dramáticas;
ahora es narrado directamente por un frenesí burlesco de calidad envidiable. Es
el reflejo fiel de la imagen que el director va formando en pantalla: un caos
de guerreros, objetos y formas.
La recomposición de partitura e
imagen a una figura dramática vuelve cuando las tropas germanas se rehacen y
forman de nuevo posición de ataque. Abandonamos el caos de la batalla cuerpo a
cuerpo y Prokofiev se desliga de la comicidad de sus notas, regresando al tema
dramático principal. La habilidad narrativa y estilística es asombrosa tanto de
director como de músico y ambos crean un variopinto escenario de cambios y
vaivenes que dominan a su antojo.
Encontramos un detalle interesante
en mitad del combate y que nos va a mostrar con claridad el carácter global de
la narración de la partitura; Prokofiev no cuenta la historia matizando
imágenes y acompañando pormenores de lo que ocurre; lo hace yéndose a la
sensación general que nos transmite lo que va aconteciendo, como es ese adorno
tragicómico mencionado y que, en el momento de un asesinato en primer plano, no
deja de escucharse. Vemos cómo clavan una espada en el pecho del guerrero pero,
si bien el director nos lo muestra, el músico nos sigue dejando claro que lo
que está sucediendo no es sino cientos de acontecimientos similares, englobados
en su loca partitura y elimina toda posibilidad de encumbrar el homicidio con
otro tipo de melodías que lo individualicen.
El final de la contienda es de una
gran belleza. La partitura se inicia con un tema de amor delicado y concluye
con la ya típica estructura musical y escénica cambiante, ultimando los mensajes
finales de patriotismo entre silencios y atmósferas orquestales sencillas.
Resumiendo, una obra cumbre de los inicios de la música en el cine cuya
influencia en creaciones posteriores fue muy importante, llegando a reflejar
gran influjo, incluso, en la actualidad. Sonoridades cercanas a proyectar cine
mudo (fue la primera película sonora del director), estilos próximos a la
música clásica en la que se movía Prokofiev y una mezcla de modos sencillos y
comerciales con otros inmersos en la locura del ir y venir escénico-musical que
otorgan a la obra un valor importantísimo.
Felicidades por el análisis, Antonio. Esta banda sonora me parece increíble, aunque creo que director y compositor se superaron con su siguiente proyecto, "Iván el terrible".
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias, Ricardo! Uf, dos piezas de tanta grandeza que sería difícil quedarse con una. Nevsky lleva una pequeña ventaja (que quizá se puede compensar con otros matices a favor de la con más cuerpo partitura de Iván) de su temporalidad; componer una obra así en la década de los 30 es mucho decir. Un saludo, amigo!!!!
EliminarPD: ¡Ah, ''El Terrible'' también 'caerá'!