Soundtracks: Alexander Nevsky (1938) de Sergei Prokofiev.

Por Antonio Miranda.


 Inicio preparativo y esquemático del genial compositor ruso para esta producción fascinante. No es un comienzo arrollador ni meticuloso en estructura compositiva, pero sí en intención de lo que la música nos va a deparar veinte minutos después. Pequeña introducción descriptiva de los campos de batalla para presentarnos, en seguida, la directa y melódica canción a coro que, en años posteriores, tanto se usará, en similar tipología,  en filmes de todo estilo. Es evidente la importancia e influencia de Prokofiev en la música de cine y, concretamente, de su Alexander Nevsky. Por tanto, un comienzo sencillo y que nos lleva al carácter heroico (que no beligerante)  de la obra y que nos marca un pequeño y curioso detalle: los temas cantados, a modo de obra coral clásica, aparecerán fuera de diálogos y en escenas de multitudes, como si éstas fueran las voces que entonan directamente cánticos de esperanza por vencer, por vivir incluso.

Alexander Nevsky no es una película de lucha y batalla; lo es de sentimientos que brotan de una situación que sí las contiene, aunque sintetizadas todas en un único choque final, en el lago Peipus. La prueba la tenemos en la ausencia de secuencias bélicas que son sustituidas hábilmente por la descripción musical que Prokofiev efectúa mediante los temas cantados a coro, que acompañan al llamamiento heroico del levantamiento de Rusia y su poder frente a los enemigos. Estructurados como ‘’marchas’’, varias veces aparecen igualmente apoyando imágenes de comitivas de ejércitos o campesinos, como es el caso de la llegada del Príncipe a la ciudad de Novgorod, un alarde de bravos y políticos discursos, como lo es sin duda la música que acompaña. Compositor y director van alentando al espectador a no padecer por la pugna en sí,  sino engrandecer su estado de ánimo por el optimismo hacia la futura victoria. Interesantísimo aspecto: no se lucha; se siente. Y qué mejor que, para este fin, los fragmentos más comerciales del gran compositor, dejando la calidad de la partitura para secuencias trascendentales como la que a continuación analizaré.


Hasta ahora, la historia se ha basado en los diálogos y presentación de la trama que, aparte del inicio musical nombrado, no presta ninguna importancia a la partitura. Llega la secuencia, de unos ocho minutos, de la muerte del pueblo de Pskov. La música hace su aparición de forma arrolladora, magnífica y poderosísima, incluso más que en la exquisita batalla del lago. El compositor maneja el tiempo de la escena absolutamente y adopta la actitud de narrador puro de lo que vemos. Los cambios de registros son continuos. Las melodías: firmes; el mensaje: claro. Pskov muere a manos de los invasores. Imagen y música son la unión de un firme y último objetivo: agrandar la figura de Nevsky por encima de todo y de todos. Las tragedias van sucediendo al tiempo que Alexander descansa y espera su momento. Magnífico trabajo de Prokofiev en este capítulo, a mi entender la parte más importante de la composición ya que reúne los conceptos musicales completos de la obra de Eisenstein.

Cuarenta y cinco minutos de metraje. El enemigo de Nevsky se reúne, preparando la contienda. Suena de nuevo el tema coral, variado por las manos, ahora en situación real de pantalla, de una tipología de monje oscuro y misterioso, al órgano en mitad del campo y presenciando y decorando lúgubremente la secuencia de los luchadores. Vestido drásticamente de negro y siendo las notas que toca los graves del tema de la partitura que suena, el hombre de faz aguileña observa la estampa: los hombres que se disponen a luchar (morir) y los árboles que tímidamente son movidos por el viento. Es la muerte, que sonríe sarcásticamente viendo partir a los hombres y que al final de la película perecerá (curiosamente, la muerte).


La primera vez que no suenan los coros en una secuencia de multitud es alrededor de la hora de metraje y cuando ya los guerreros están en el frente, dispuestos a la batalla. La orquesta es la que toma el mando y la heroicidad e idealismo previos quedan atrás. Ya no es hora de sentimentalismo y Prokofiev lo demuestra a la perfección; es momento de tensas miradas y esperas. Todo esto, a priori, resulta sencillo. No lo es; tengamos muy en cuenta la fecha en que la obra se hizo, los años treinta, el inicio de la formalización de la música como elemento importante en el cine. Es ahora cuando nace la sincronización de las partituras con las imágenes que el espectador ve, de ahí la influencia de compositores que se afianzan en esta década y que serán ejemplo a seguir por las generaciones venideras.

El avance de las tropas germanas, en la ya iniciada batalla del lago, es, musicalmente hablando, exquisito. Cualquier estudioso de la música del séptimo arte adivinará, en las notas sencillas y precisas de la orquesta, una influencia absoluta en las tonalidades, estructuras y ambientaciones de las bandas sonoras, incluso, de hoy día. El giro que se produce, entre sonoridades oscuras y tensas, hacia consideraciones tragicómicas es impactante para el oyente que ve ahora la secuencia (quizá no tanto para el espectador genérico, que seguirá impaciente el cabalgar de los caballos y el levantamiento de lanzas, inmerso en la historia tal como pretenden director y compositor). Este matiz (a modo de curioso sainete), de inmediato, se esconde hábilmente entre los instrumentos de viento y los violines, configurando el aspecto final y global del tema musical del inicio del enfrentamiento bélico. Ha sido un toque exquisito de inteligencia musical que nos lleva a instantes como los del monje organista, las ‘’carnavalescas máscaras’’ con las que se cubren los guerreros o el estilo de forma de la película, muy próxima al cine mudo. Un detalle casi imperceptible pero que hace disfrutar como nunca a cualquier amante de la música y su manejo dentro del cine.

Sergei Prokofiev.

Detalle imperceptible que suscita el entusiasmo a los pocos minutos. La batalla continúa y Nevsky aguarda su turno, junto a los suyos. Decide atacar. Es entonces cuando el salto artístico de la partitura es brusco e intenso. Ese cierto aire cómico al que alude el ligero guiño mencionado se transforma, abruptamente, en el tema fundamental de la forma que adopta ahora el compositor para narrar la batalla. El ataque del Príncipe y los suyos ya no es apoyado por estructuras lineales y dramáticas; ahora es narrado directamente por un frenesí burlesco de calidad envidiable. Es el reflejo fiel de la imagen que el director va formando en pantalla: un caos de guerreros, objetos y formas.

La recomposición de partitura e imagen a una figura dramática vuelve cuando las tropas germanas se rehacen y forman de nuevo posición de ataque. Abandonamos el caos de la batalla cuerpo a cuerpo y Prokofiev se desliga de la comicidad de sus notas, regresando al tema dramático principal. La habilidad narrativa y estilística es asombrosa tanto de director como de músico y ambos crean un variopinto escenario de cambios y vaivenes que dominan a su antojo.


Encontramos un detalle interesante en mitad del combate y que nos va a mostrar con claridad el carácter global de la narración de la partitura; Prokofiev no cuenta la historia matizando imágenes y acompañando pormenores de lo que ocurre; lo hace yéndose a la sensación general que nos transmite lo que va aconteciendo, como es ese adorno tragicómico mencionado y que, en el momento de un asesinato en primer plano, no deja de escucharse. Vemos cómo clavan una espada en el pecho del guerrero pero, si bien el director nos lo muestra, el músico nos sigue dejando claro que lo que está sucediendo no es sino cientos de acontecimientos similares, englobados en su loca partitura y elimina toda posibilidad de encumbrar el homicidio con otro tipo de melodías que lo individualicen.

El final de la contienda es de una gran belleza. La partitura se inicia con un tema de amor delicado y concluye con la ya típica estructura musical y escénica cambiante, ultimando los mensajes finales de patriotismo entre silencios y atmósferas orquestales sencillas. Resumiendo, una obra cumbre de los inicios de la música en el cine cuya influencia en creaciones posteriores fue muy importante, llegando a reflejar gran influjo, incluso, en la actualidad. Sonoridades cercanas a proyectar cine mudo (fue la primera película sonora del director), estilos próximos a la música clásica en la que se movía Prokofiev y una mezcla de modos sencillos y comerciales con otros inmersos en la locura del ir y venir escénico-musical que otorgan a la obra un valor importantísimo.



2 comentarios:

  1. Felicidades por el análisis, Antonio. Esta banda sonora me parece increíble, aunque creo que director y compositor se superaron con su siguiente proyecto, "Iván el terrible".

    Un abrazo.

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    1. Gracias, Ricardo! Uf, dos piezas de tanta grandeza que sería difícil quedarse con una. Nevsky lleva una pequeña ventaja (que quizá se puede compensar con otros matices a favor de la con más cuerpo partitura de Iván) de su temporalidad; componer una obra así en la década de los 30 es mucho decir. Un saludo, amigo!!!!

      PD: ¡Ah, ''El Terrible'' también 'caerá'!

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