“Pregúntense
de dónde procede, al final de Las vacaciones del señor Hulot, esa gran
tristeza, ese desmedido desencanto, y quizá descubran que procede del silencio.
A lo largo de la película, los gritos de los niños jugando acompañan
inevitablemente las vistas de la playa, y por primera vez su silencio significa
el final de las vacaciones”.
(André
Bazin)
Monsieur
Hulot (Jacques Tati) llega a una pequeña localidad costera de la Bretaña francesa para
pasar las vacaciones de verano. Allí, su habitual torpeza alterará la tranquilidad
del resto de turistas.
Segundo
largometraje de Jacques Tati y primera aparición en pantalla del genial Monsieur
Hulot: ese larguirucho (Tati medía metro ochenta y siete aproximadamente),
desgarbado, patoso y distraído personaje de aspecto peculiar y tambaleante
forma de caminar, reconocible por su alta capacidad para “meter la pata” en
cualquier situación. Les vacances de
Monsieur Hulot, es un filme entrañable y divertido sin apenas diálogos (los
pocos que hay son insustanciales), en el que su redundante trama (la rutina
diaria de los veraneantes) se construye a partir de un sinfín de gags visuales
y sonoros a cual más ingenioso.
La
llegada de Hulot a la playa a bordo de un viejo automóvil en el que apenas cabe
y cuyo motor petardea sin parar, al contrario que la del resto de turistas,
llegados masivamente en tren, autobuses o coches más modernos que los del
protagonista, nos muestra, ya de entrada, su singular personalidad, anticipando
la que será una complicada integración en la comunidad de veraneantes. Tati
introduce a Monsieur Hulot como el involuntario elemento caótico en el seno de
un armonioso conjunto. Aunque se trata de un personaje atento, servicial y
amable para con los demás, su torpeza física sólo le acarreará (salvo honrosas
excepciones) miradas inquisitivas y recriminatorias. Hulot no es mejor ni peor
que el resto. Es, simple y llanamente, diferente. Y sólo por eso ya encuentra
numerosas dificultades a la hora de adaptarse a una sociedad cimentada sobre
estereotipos y convenciones de las que escapa (tema capital en la filmografía
tatiniana). En consonancia con el párrafo de André Bazin que encabeza la
presente reseña, cabe señalar que bajo Las
vacaciones del señor Hulot, pese a tratarse de una película deliciosa y
divertidísima, subyace un sutil aura de tristeza que se explicita en su
melancólico final, cuando la mayoría de los turistas deciden ignorar al pobre
Hulot en su despedida por haber perturbado su paz durante las vacaciones
estivales.
La
puesta en escena de Les vacances de
Monsieur Hulot, destaca por su elegancia y un gusto por el detalle, tanto
visual como sonoro, que resulta fundamental para la construcción de los diferentes
gags. En la magnífica secuencia de apertura (ejemplo perfecto de ese humor característico
del director galo que combina imágenes y sonidos), Tati contrapone la calma
del escenario vacacional de la playa junto al mar, con el tumulto de la
estación de tren, que ejemplifica ese turismo de masas descontrolado (los
pasajeros no saben a qué anden dirigirse debido a que no se entiende nada de lo
que dice la voz del altavoz de la estación) que se iba consolidando en la vieja
Europa tras años de beligerancia entre sus naciones.
En definitiva, un
clásico del cine francés que se mantiene tan fresco como el primer día.
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