Por Antonio Miranda.
Innovadora,
inquietante, experimental y grandiosa composición de Jerry Goldsmith para ‘’El
planeta de los simios’’. Un atrevimiento empírico de tal magnitud, aplicado a
la música y en aquellos años, resultaba solamente asequible para una mente de
la misma orientación. Una primera parte de historia sublime, magistralmente
presentada bajo la apariencia desaliñada y loca (como la incoherencia a la que
se ven sometidos los protagonistas) y otra segunda, más reflexiva y narrativa,
dan cuerpo a una de las obras musicales para la gran pantalla más grandes de la
historia.
El
inicio estructural del filme es atractivo, sin duda ninguna. Goldsmith toma los
mandos. Los magníficos títulos iniciales lo corroboran; el silencio cuando
aparece la nave y el astronauta lo fijan; la entrada fulminantemente narrativa
de la llegada al nuevo planeta lo sella. Sin duda, un riesgo asumido por el
artista, unas notas nada convencionales que plantan el rostro directo y sin
vergüenza de lo que va a ser toda la composición.
‘’Hay
que atenerse a la realidad; estamos aquí y es ahora’’. A los escasos veinte
minutos de aventura, estas palabras del protagonista, dirigidas a sus dos
nerviosos compañeros, son clave para explicar el inicio del filme y su música.
La partitura de Goldsmith resulta aparentemente alocada en fragmentos
determinados, algo así como narrando sucesos que realmente no ocurren en la
misma temporalidad que se presentan. Pareciera como si el compositor entrara en
un estado de locura e incomprensión que, realmente, no está fuera de estudio e intención: el desconocimiento
de lo que ocurre, por parte de los tres astronautas, es descrito hábilmente por
el músico, creando un ambiente claustrofóbico de estado de ánimo. Las notas
simulan el terrenal y vital estado de inquietud y nerviosismo, para nada un
énfasis filosófico (de ahí su aspecto temporalmente improvisado, experimental y
real). Pequeños detalles, como la coincidente nota metálica que cierra una
escena con la caída del tercer amigo rodillas en tierra, muestran que nada de
lo que escuchamos escapa al estudio minucioso y querido.
Ejemplificando
al máximo lo anteriormente comentado, llegamos a una de las secuencias
cinematográficas musicalmente más devastadoras de la aventura y ejemplo en la
historia del séptimo arte. Exquisito planteamiento. El autor mantiene la
tensión con su narración inquietante pero, con fuerza, consigue potenciarla en
extremo: la aparición, a lo lejos, de vida humana por vez primera, es reflejada
con la sutileza de un genio. Las figuras de las nuevas bestias humanas son
descritas con pequeños golpes atonales de los vientos en modo ‘’sordo’’, nada
de contundencia, en absoluto exuberancia musical: elegancia y ejemplo de cómo
se consigue un sentimiento de sorpresa, temor, inquietud o miedo con
inteligencia aplicada. Maravilloso. Acto seguido, los seres desaparecen, como
lo hacen los vientos mencionados. Y el artista, no obstante, alimenta la
emoción mediante la línea de cuerdas aplicada al grupo de expedicionarios. Una secuencia para disfrutar.
La
aparición de los monos supone un paso más en la estructura de la partitura.
Llega el momento para las cuerdas y la presencia más personalizada de la
orquesta, simbología de poder y personalidad, como lo muestran los simios y su
forma organizada y racional de vida. La espectacular cacería es el punto de
inflexión y, como si del mejor Prokofiev narrativo se tratase, el autor
disfruta y se regocija en un sinfín de arreglos y segundas y terceras líneas de
composición. Una mezcla de pequeñas pinceladas del músico ruso mezcladas con la
forma propia de la partitura. Gran escena. La primera parte, con la llegada del
mundo evolucionado de los simios, ha concluido: la partitura descansa. La
estructura aparentemente desequilibrada ha llegado a su objetivo y la desazón
pasa a formar parte de otra dimensión, ahora la fotografía en negativo de la
civilización encontrada.
Jerry Goldsmith.
El
silencio que domina el inicio de la segunda parte, ya centrados en el
desarrollo de la forma de vida simia y en una pausa de argumento más
intelectual, resulta conmovedor para cualquier estudioso del sonido del
compositor en su primera hora de estruendo artístico. Su regreso se plasma con
otra secuencia memorable: el intento de huida de George Taylor de la ciudad,
que Goldsmith narra de forma envidiable, ya con estructuras incrustadas en las
imágenes de manera más lógica pero con líneas compositivas insuperables y
detalles, como los toques de piano cual peldaños de la escalera que se
desciende, interesantísimos. El piano y los graves de las cuerdas, ahora,
cobran una relevancia auténtica. Observemos el curioso y estudiado detalle de
la evolución de las notas: la partitura se va haciendo más ‘’normal’’ conforme
la ‘’normalidad’’ llega a la historia, acostumbrándonos ya a la civilización
simia y sus quehaceres cotidianos. No obstante, su tremenda calidad artística
es mantenida por el compositor americano de una manera pasmosa.
No
buscaremos más explicaciones; el final las ofrece a la estructura evolutiva que
hemos planteado. Taylor descubre dónde
se encuentra y es aquí cuando atrapamos las razones a los cambios y propuestas
del compositor, tanto la inicial (extravagante y desequilibradamente realizada,
conforme a un mundo con la misma apariencia) como la final (residente en lo que
realmente ha sido el mundo que siempre le acogió). Podríamos establecer una
interesantísima disposición de la obra en esquema A-B-A, donde las partes ‘’A’’
resultan ser las descripciones de los ambientes en los que explora el
protagonista, primero con sus dos compañeros en terreno desconocido y al final
junto a su chica por la playa del mundo civilizado de los simios, descubriendo
las razones, en este último, a todo. Las estructuras de estos dos fragmentos
son similares en intención pero opuestas en cuanto a forma, la primera
extravagante y desconocida y la segunda meditada y reconocida, reflejo ambas de
los mundos a los que aluden (o, más bien, a los estados de ánimo dentro de un
mismo mundo).
Concluyendo,
nos encontramos ante una obra magistral y envidiable, compuesta con una soltura
inalcanzable, repleta de detalles y con un riesgo compositivo que, acompañando
a la calidad que muestra, iza su consideración hasta los más altos niveles de
la historia de la música de cine. Imprescindible.
Hola, Antonio:
ResponderEliminarLa partitura de Jerry Goldsmith es innovadora e inquietante, sin lugar a dudas. Ya que tu análisis trata sobre una partitura tan experimental como inquietante contaré un anécdota: el pasado viernes asistí por primera vez a un concierto de música clásica de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS), y la pieza sinfónica que inauguró el acto fue 'Diario de a bordo' del sevillano Alberto Carretero. Es una partitura que sonaba muy angustiosa, un viaje imaginario que desafía a lo ya conocido. Al escuchar de nuevo la banda sonora de 'El planeta de los simios' he recordado esa angustia e inquietud que experimenté cuando escuché la partitura de Carretero; sonaba como un naufragio, era caos y desasosiego, un tratamiento musical muy experimental. La partitura de Goldsmith son de las que no se olvidan.
Un saludo.
Interesante anécdota. La verdad es que nadie debería perderse el placer artístico de ver la película desde su música. Es una maravilla y, al tiempo, una alegría que algo artísticamente arriesgado sea parcialmente reconocido. Si disfrutas con piezas como las del concierto que mencionas...disfrutas con casi todo ;) Un saludo musical!
Eliminar