Acto V. Escena Segunda.
Dormitorio
en el castillo. Desdémona duerme en el lecho. Arde una luz
Entra OTELO
OTELO.- ¡He ahí la causa! ¡He ahí la
causa, alma mía!... ¡Permitidme que no la nombre ante vosotras, castas
estrellas!... ¡He ahí la causa!... Sin embargo, no quiero verter su sangre, ni
desgarrar su piel, más blanca que la nieve, y tan lisa como el alabastro de un
sepulcro. Pero debe morir o engañará a más hombres.- ¡Apaguemos la luz, y
después apaguemos su luz! Si te extingo, agente de la claridad, y me arrepiento
en seguida, podré reanimar tu primitiva llama; pero una vez tu luz extinta,
¡oh, tú, el modelo más acabado de la hábil naturaleza!, no sé dónde está aquel
fuego de Prometeo que volviera a encender tu luz. Cuando haya arrancado tu
rosa, no podré darla de nuevo su potencia vital. Necesariamente habrá de
marchitarse. (Besando a Desdémona.) ¡Quiero aspirarla en el tallo!- ¡Oh,
aliento embalsamado que casi persuade a la justicia a romper su espada! - ¡Uno
más! ¡Otro aún! ¡Quédate así, cuando estés muerta y te mataré, y acto seguido
volveré a amarte! ¡Otro más! ¡El último!... ¡Nunca beso tan dulce fue tan
fatal!... ¡Fuerza es que llore!... Pero son lágrimas crueles... ¡Este dolor es
celestial; hiere allí donde ama!- Se despierta.
DESDÉMONA.- ¿Quién está ahí? ¿Otelo?
OTELO.- Sí, Desdémona.
DESDÉMONA.- ¿Queréis venir al lecho, mi
señor?
OTELO.- ¿Habéis rezado esta noche
Desdémona?
DESDÉMONA.- Sí, mi señor.
OTELO.- Si recordáis de algún crimen que
os deje aún irreconciliada con el cielo y la gracia divina, solicitad pronto el
perdón.
DESDÉMONA.- ¡Ay, mi señor! ¿Qué queréis
decir con esas palabras?
OTELO.- Bien, hacedlo, y sed breve. Daré
un corto paseo mientras. No quisiera matar tu espíritu sin hallarse preparado.
No... ¡No lo permita el cielo!... ¡No quisiera matar tu alma!
DESDÉMONA.- ¿Habláis de matar?
OTELO.- Sí, de matar hablo.
DESDÉMONA.- ¡Entonces, el cielo tenga
piedad de mí!
OTELO.- ¡Amén, con todo mi corazón!
DESDÉMONA.- Aunque habláis de esa manera,
espero que no me mataréis.
OTELO.- ¡Hum!
DESDÉMONA.- Y, sin embargo, os temo, pues
sois fatal cuando vuestros ojos ruedan así. Por qué deba temer, lo ignoro,
puesto que no sé de culpabilidad. No obstante, lo siento, tengo miedo.
OTELO.- ¡Piensa en tus pecados!
DESDÉMONA.- Son amores que os llevo.
OTELO.- Sí, y por eso vas a morir.
DESDÉMONA.- Da una muerte contranatural el
que mata porque se le ama. ¡Ay! ¿Por qué os mordéis así vuestro labio inferior?
Alguna pasión sanguinaria agita todo vuestro ser. Ésos son los presagios. Mas,
sin embargo, espero, espero que no es a mí a quien amenazan.
OTELO.- ¡Silencio, y estate quieta!
DESDÉMONA.- Así lo haré. Pero ¿qué ocurre?
OTELO.- ¡Aquel pañuelo que tenía yo en
tanta estima y que te regalé, lo diste a Cassio!
DESDÉMONA.- ¡No, por mi vida y por mi
alma! Enviad a buscar a ese hombre y preguntadle.
OTELO.- ¡Dulce alma, ten cuidado, ten
cuidado con el perjurio! ¡Estás en tu lecho mortuorio!
DESDÉMONA.-
OTELO.- Sí, en seguida; por tanto,
confiesa francamente tu crimen, pues negarlo artículo por artículo con
juramento no podría disipar ni destruir la firme convicción bajo cuyo peso
gimo. ¡Vas a morir!
DESDÉMONA.- ¡Entonces que el Señor tenga
piedad de mí!
OTELO.- ¡Amén, te digo!
DESDÉMONA.- ¡Y tened piedad también vos!
No os he ofendido jamás en mi vida; nunca he amado a Cassio, sino con esa
estimación corriente que autoriza el cielo. Nunca le di presente alguno.
OTELO.- ¡Por el cielo, he visto mi pañuelo
en sus manos! ¡Oh, mujer perjura! ¡Cambias mi corazón en piedra, y vas a
hacerme cometer un asesinato, cuando me proponía un sacrificio! ¡Yo vi el
pañuelo!
DESDÉMONA.- Lo habrá hallado entonces. Yo
nunca se lo di. Haced que venga y que confiese la verdad.
OTELO.- La ha confesado.
DESDÉMONA.- ¿Qué ha confesado, mi señor?
OTELO.- Que se ha... servido de ti.
DESDÉMONA.- ¿Cómo? ¿Ilícitamente?
OTELO.- Sí.
DESDÉMONA.- ¡No lo dirá!
OTELO.- ¡No, su boca está cerrada! ¡Corrió
de cuenta del honrado Iago!
DESDÉMONA.- ¡Oh! ¡Mi temor adivina!...
¡Cómo! ¿Ha muerto?
OTELO.- ¡Aunque hubiera tenido tantas
existencias como cabellos, mi apetito de venganza las habría devorado todas!
DESDÉMONA.- ¡Ay! ¡Le han traicionado y
estoy perdida!
OTELO.- ¡Fuera, puta! ¿Le lloras en mi
cara?
DESDÉMONA.- ¡Oh, desterradme, mi señor,
pero no me matéis!
OTELO.- ¡Abajo, ramera!
DESDÉMONA.- ¡Matadme mañana! ¡Dejadme
vivir esta noche!
OTELO.- ¡No, si resistís!...
DESDÉMONA.- ¡Media hora tan sólo!
OTELO.- Si se hace, no habrá vacilaciones.
DESDÉMONA.- ¡Sólo el tiempo de recitar una
plegaria!
OTELO.- ¡Es demasiado tarde! (La ahoga)
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