Soundtracks: El caballo de Turín (2011) de Mihály Víg.

Por Antonio Miranda.


’Los diez primeros minutos me parecieron de una belleza extraordinaria; a partir de ahí, ya no entendí nada’’.

            Leí este pequeño apunte en cualquier sitio a no sé qué persona que presenció la obra en una sala de proyección; en efecto, ni el filme ni su música son nada entendibles para quien intente sentarse a ver una película. Es la vida, pero una vida singularmente concebida desde el análisis filosófico. La existencia es una asquerosa y burda  muerte, repetitiva, trivial y austera que suena hasta machacarnos el cerebro y  la carne (como la música que, insistente, suena ya desde el inicio, cuando el caballo huye de la vida hacia su muerte, guiado por el viejo dueño y sentenciado, momentos atrás, por el crudo y extraordinario abrazo de Friedrich Nietzsche).


            Un amigo me dio a conocer The Turin horse; tarareó fielmente los acordes que sirven de base para el compositor durante toda la obra. Al escuchar, comenté: ‘’Pero, ¡si estás tarareando Vértigo, de Herrmann!’’ Ambos nos sorprendimos. En efecto, ambas estructuras son similares, una (Vértigo) iniciada desde las notas agudas a las graves y la otra (The Turin horse) al contrario. Y ambas sirviendo de base al resto de la música. Y ambas, distanciadas por los años, confluyendo a una misma estructura filosófica y vital. Curioso y atractivo.

Béla Tarr (el director) da cuerpo a una estudiada forma artística; aquí entra en juego nuestro componente: la música. Vig (el compositor) propone una partitura minimalista en extremo,  una composición de cámara con violines en melodía principal (tres notas, con la última de ellas prolongada) y cuerdas magníficas como arreglos, un grupo de ellas subiendo y bajando notas continuamente (las similares a la base usada por Herrmann) y las otras, tediosas, monótonas, adornadas con sólo dos apuntes que juegan y ríen burlonamente, conociendo, sólo ellas, el desenlace final. Este pequeño arreglo, sus dos notas, tocadas por los graves de la orquesta, simbolizan tantas situaciones que alguien que no tuviera su intención puesta en la música quedaría asombrado al conocerlas. Voluntad o no del director, del compositor, pero ahí está: el viejo y la hija; lo humano (el viejo y la hija) contra el animal; la huida y el regreso; la idea de Dios y el tedio de la vida; así…muchísimas otras.

Mihály Víg.

   

            Mihály Vig crea para la película un solo tema, no hay más. Se va repitiendo a lo largo de la obra. Una estructura de unos cinco o seis minutos en el que también se incluye un pequeño matiz: la idea de Dios (la tormenta apocalíptica, el posible final de la existencia…) aparece en la composición en forma de órgano, tantas veces relacionado con las iglesias y vivencias religiosas, y que nace entre las notas tímidamente, casi imperceptible al oído, pero que adquiere, para el oyente intrépido y atento, una especial dirección del grupo musical. ¿Algo nos querrán decir director y compositor con este matiz tan etéreo y a la vez importante? Las interpretaciones pueden volar tanto como para formar miles de ellas.

            En fin, un entramado voluminoso y lento, como la vida; estudiado y de una simpleza minimalista llega a un nivel muy alto empastado en ese mundo tedioso que representa la película. Lástima su escasa duración que limita, de forma importante, la calificación de este fruto artístico; o, tal vez, se agradezca una apuesta de tal tipología.




2 comentarios:

  1. Una reseña muy arriesgada. Es cierto que no podría considerarse una obra maestra en sí misma la banda sonora (¿se le puede llamar así?); pero lo que sí podemos afirmar es que la canción se ajusta perfectamente a lo visual, y su repetición incide en el eterno retorno que habita en el film. Esta película no deja de crecer en mi recuerdo, es como llevar el 'Waiting for Godot' de Samuel Beckett a sus últimas consecuencias. Un hito en el cine.

    Sobre la canción, es una de las piezas más desoladoras que he escuchado. No llega a ser triste del todo. Quizás sería triste si aún albergáramos esperanza. Lo que hay es ese sentimiento que impregna toda la obra de Krasznahorkai, y es el derrotismo. Oyendo esta canción tomamos conciencia de nuestra derrota, de que todo lo que tocaron lo envilecieron. Probablemente nosotros mismos lo habríamos echado todo abajo, de quedar algo que arruinar.

    Un saludo.

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  2. El riesgo en sí lo acaricia dotar a un filme de esta tipología de una composición como la que tiene. No creo que deba ser concebida como canción, sino más allá de unos simples pocos minutos de música. Es un elaborado estudio para las imágenes. Muy interesante y, por supuesto, complicada de valorar en puntuación.

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