“El
cielo gobierna los acontecimientos del mundo sin ser visto; esta acción oculta
del cielo es lo que se llama el destino”.
(Confucio)
Luke
(Ryan Gosling) es un motorista especializado en acrobacias que trabaja en un
espectáculo de feria. Cuando descubre que su antigua novia, Romina (Eva Mendes),
ha tenido un hijo suyo, decide abandonar ese modo de vida para intentar establecerse
como mecánico en un taller. Sin embargo, la necesidad económica lo empuja a
convertirse en un hábil atracador de bancos.
Hay
encuentros que determinan nuestro futuro y otros que nos abren la puerta del
pasado. Derek Cianfrance sorprendió a muchos (a mí me decepcionó) con Blue Valentine (2010), melodrama
romántico que retrataba la progresiva decadencia de una relación de pareja
formada por Ryan Gosling y Michelle Williams, y que supuso su debut tras las
cámaras. Ahora, el director estadounidense vuelve a la actualidad con el
estreno de The Place Beyond the Pines,
un ambicioso drama criminal y familiar que constituye un paso adelante en su
carrera como cineasta de talento a seguir. Es un trabajo desigual, complejo e
imperfecto. Quizá excesivo, pero tremendamente interesante.
La
película se estructura en tres partes de unos cuarenta y cinco minutos de
duración cada una, siendo la última de ellas la que tiene menos fuerza. En la
primera, que se abre con un impresionante plano secuencia, se sigue la
complicada relación que el motorista Luke mantiene con la que había sido su
novia. Ryang Gosling interpreta de nuevo a un tipo de pasado oscuro y carácter
impulsivo, como ya hiciera en Drive,
aunque aquí cambia el coche por la moto. Pese a que vuelve a salir airoso, el actor
canadiense corre el riesgo de encasillarse en su rol de antihéroe lacónico si
no lo abandona con prontitud. Su encuentro con el agente de policía novato al
que compone un estupendo Bradley Cooper, sirve como punto de partida para el
inicio del segundo acto del filme, el mejor en opinión de quien suscribe estas
líneas. En este tramo, el personaje de Cooper deberá hacer frente a sus
remordimientos y a la corrupción de un cuerpo de policía totalmente viciado,
encabezado por Ray Liotta (otro que casi siempre interpreta el mismo papel). La
última parte de la película tiene lugar quince años más tarde, y está
protagonizada por los hijos de los personajes de Gosling y Cooper (Dane DeHaan
y Emory Cohen respectivamente), que se conocen y hacen amigos en el instituto. Así,
el círculo queda cerrado. La relación de ambos está condenada de antemano por
lo sucedido tiempo atrás entre sus progenitores, que, como ellos, constituían
las dos caras de una misma moneda.
El
filme posee una factura visual impecable, sólidas interpretaciones y un buen
pulso narrativo. En su debe, señalar que le sobra algo de metraje (ciento
cuarenta minutos son demasiados) y que su ambiciosa estructura tripartita le
resta cohesión dramática. De todos modos, su calidad se sitúa bastante por
encima de la media, erigiéndose como una de las producciones más atractivas llegadas
este año desde el otro lado del Atlántico.
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