“Es extraña la ligereza
con que los malvados creen que todo les saldrá bien”.
(Victor
Hugo)
Septiembre
de 1980. Dos policías, Juan (Javier Gutiérrez) y Pedro (Raúl Arévalo), de
diferente orientación ideológica, llegan a un remoto pueblo andaluz, ubicado
junto a las marismas del Guadalquivir, para investigar la desaparición de dos
hermanas adolescentes.
Sólido
thriller patrio que, bajo la aparente
envoltura de un relato criminal convencional, ahonda de manera muy sutil en las
desigualdades sociales y las confrontaciones ideológicas de los primeros años
de democracia en España. Uno de sus dos intérpretes principales, un
sorprendentemente convincente Javier Gutiérrez, recibió la Concha de Plata al Mejor actor durante el Festival
Internacional de Cine de San Sebastián de 2014, certamen en el que el filme que
nos ocupa también se alzó con el Premio del Jurado a la Mejor fotografía.
La
película posee una atmósfera sórdida y sofocante, al estilo Zodiac (ídem, 2007), de David Fincher, o
Prisioneros (Prisoners, 2013), de Denis Villeneuve, gracias a la gran dirección
de fotografía de Álex Catalán. El realizador sevillano Alberto Rodríguez (Grupo 7), imprime nervio a una narración
que nunca se precipita, suministrando adecuadamente los momentos de tensión (con
un último tercio de metraje magnífico), y tomándose el tiempo necesario para
una buena descripción de personajes y ambientes. Lo único que se le puede
achacar a su trabajo, es el uso reiterativo y, a mi juicio, innecesario de
planos cenitales (en su mayoría fotografías aéreas retocadas digitalmente) con
los que se pretende mostrar la singularidad paisajística de las marismas del
Guadalquivir. No obstante, más allá de esa conseguida plasmación atmosférica y de
su efectividad narrativa, lo que hace verdaderamente interesante a La isla mínima es el dibujo de sus dos
personajes principales: los policías Juan y Pedro. Cada uno tiene su ideología
política, en representación de las tradicionales dos Españas (la de derechas y
la de izquierdas), pero las diferencias iniciales entre ambos terminan por
difuminarse en el transcurso de la investigación. No olvidemos que la acción se
desarrolla durante unos días de septiembre de 1980, tan sólo dos años después de la aprobación de
la Constitución de 1978, un período convulso en lo social, lo económico y lo
político (como el de ahora), en donde las bases del Estado democrático y de derecho
aún no se habían consolidado (pocos meses después, en febrero de 1981, se
produciría el fallido intento de golpe de Estado encabezado por el teniente
coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero).
Ejercicio
cinematográfico estimulante, en definitiva, con el que se demuestra que, también
en nuestro país, y siguiendo al sabio refranero popular, “las cosas bien hechas, bien parecen”.
Gran reseña. En España también se hace buen cine.
ResponderEliminarPor supuesto que se hace buen cine. Y 2014 no ha sido un mal ejemplo precisamente ("La isla mínima", "Magical Girl", "Loreak"...)
EliminarUn saludo.
De lo mejor. Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti, por pasarte por aquí.
EliminarUn saludo.
Hay una referencia que muchas veces se vuelve demasiado explícita y presente en relación a la serie True Detective. La fotografía y elementos semioticos como los cuernos de venado son literales. Desde esa arista personalmente me faltó transformar la referencia hacia un rumbo más propio, como el mismo contexto político post dictadura franquista que es uno de los elementos más interesantes. A mi apreciación es algo sobrevalorada la crítica, sin embargo no hay duda que es un buen film.
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