“Ni siquiera Dios puede
cambiar el pasado”.
(Agatón
de Atenas)
Tom
Stall (Viggo Mortensen) es un ejemplar padre de familia que regenta una cafetería en una tranquila localidad donde nunca sucede nada. Todo cambia para
él y los suyos cuando a su negocio llegan un par de matones que parecen
conocerlo.
En
A History
of Violence, uno de sus mejores trabajos, el realizador canadiense David
Cronenberg, con guión de Josh Olson, adapta la novela gráfica homónima
publicada en 1997 por John Wagner y Vincent Locke, inspirándose también en
películas como Retorno al pasado (Out of the Past, 1947), de Jacques
Tourneur (la trama es similar en algunos aspectos), o incluso en Sin perdón (Unforgiven, 1992), de Clint Eastwood (el personaje de Viggo
Mortensen guarda ciertos paralelismos con el de William Munny, ya que ambos, redimidos de sus delictivos hábitos pasados tras conocer a una mujer, se ven ahora obligados
a retomarlos para solventar un problema), para ahondar nuevamente en dos de las
temáticas principales dentro de su filmografía: la identidad y la doble
naturaleza del individuo. El resultado es un notable ejercicio cinematográfico
que destaca por su economización narrativa y sus altas cotas de tensión
dramática.
Hay
en Una historia de violencia una
transición soberbia que anticipa la pesadilla que van a vivir Tom (¿debería
llamarlo Joey?) y su familia. Recordemos que la película arranca en un motel de
carretera (magnífico plano secuencia inicial) donde los dos matones que buscan
al protagonista han asesinado al recepcionista y a su mujer. Mientras uno de
ellos llena un bidón de agua en la recepción antes de reanudar el viaje, una
niña asustada abre la puerta de la habitación en la que había permanecido
escondida durante la matanza. El criminal, frío, sin escrúpulo alguno, la
dispara. Pero justo en el momento en el que aprieta el gatillo, Cronenberg corta
la imagen y nos traslada a otra parte. De nuevo una niña, la hija de Tom en
este caso, grita en medio de la noche después de sufrir una pesadilla. Con esta
simple transición, el director vincula con sutileza lo que ya hemos visto con
lo que más adelante vamos a ver: el desmoronamiento progresivo de la vida
idílica de Tom y los suyos (conforman una familia ideal). El final del sueño
americano. Cronenberg sazona su relato con unas cuantas dosis de violencia
cruda que sorprenden al espectador por lo inesperado del contexto en el que se
dan. Nadie esperaría algo así de no haber leído en los títulos de crédito
iniciales el nombre del autor de Toronto. El cineasta consigue lo que se propone:
inquietar a la platea partiendo de lo que resulta cotidiano. Igual que Alfred
Hitchcock en La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943).
Viggo
Mortensen está espléndido en su encarnación de lobo con piel de cordero; aunque
los secundarios (Maria Bello, William Hurt y un siniestro Ed Harris) están
todavía mejor. La escena final de la película (spoiler), en la que Tom vuelve a
casa tras rendir cuentas con su pasado (lazos de sangre incluidos), me parece una de las más emotivas jamás
filmadas por David Cronenberg. Con ella, y a través sólo de la mirada llorosa de una
mujer, demuestra cómo el amor puede redimir incluso al peor de los bastardos.