“En la guerra como en
el amor, para acabar es necesario verse de cerca”.
(Napoleón
Bonaparte)
Abril
de 1945, Segunda Guerra Mundial. Un pelotón militar estadounidense encabezado
por el veterano sargento Don “Wardaddy” Collier (Brad Pitt), atraviesa
territorio alemán a la espera de la finalización del conflicto. A bordo del
carro de combate “FURY”, además del
citado sargento, van otros cuatro soldados: Boyd “Bible” Swan (Shia
LaBeouf), Trini “Gordo” García (Michael Peña), Grady “Coon-Ass” Travis (Jon
Bernthal) y Norman Ellison (Logan Lerman).
Aunque
pueda parecer algo lejano, en realidad no hace tanto tiempo que los campos de
media Europa estaban atestados de cadáveres, pedazos humanos, ceniza y ruina
material. La Segunda Guerra Mundial, el conflicto bélico más sangriento de la
historia, produjo entre cincuenta y setenta millones de muertos. Una cifra
escandalosa que nos define (y no precisamente bien) como especie. En Abril de
1945, la guerra estaba ya decidida en favor de los Aliados. Tropas
estadounidenses y soviéticas avanzaban por suelo alemán acabando con los
últimos focos de resistencia nazi. Hitler, refugiado en su búnker, terminaría
suicidándose junto a sus acólitos más fieles el último día de ese mismo mes. En
este contexto histórico se ubica Corazones
de acero, del especialista en thrillers
de acción David Ayer (Vidas al límite,
Dueños de la calle, Sin tregua), la enésima incursión de
Hollywood en la guerra más cinematográfica de todos los tiempos.
La
trama gravita en torno a la tópica relación intergeneracional que se establece
entre el sargento Don Collier y el jovencísimo y recién llegado Norman Ellison.
El primero, que lleva combatiendo a los alemanes desde comienzos de la guerra,
está de vuelta de todo. Es un tipo estricto, valiente, capaz y con un alto
sentido de la responsabilidad. Entiende que su deber es el de matar enemigos y
punto. No se cuestiona el porqué: sólo le preocupa el cómo. Ello no le impide
conservar ciertos códigos éticos ajenos a muchos de sus compañeros. El segundo,
en cambio, no ha combatido nunca. Es un simple mecanógrafo al que matar le
plantea serios problemas de conciencia. La guerra le supone un auténtico suplicio. Como
se puede observar, se trata de un tipo de relación bastante trillada. Y el
director, también guionista, no aporta ninguna novedad. El guión es pobre y reiterativo, el desarrollo resulta previsible, el
tratamiento dramático peca de convencional, y los personajes no van más allá
del mero estereotipo. Con todo, la película, bien facturada, se sigue con
agrado; y en ella encontramos buenos momentos de acción bélica, destacando el tenso
enfrentamiento a campo abierto entre el tanque de los protagonistas (casi un
personaje más de la trama) y un poderoso carro de combate alemán.
El
reparto cumple, con un solvente y maduro Brad Pitt a la cabeza cuya
interpretación recuerda a algunas de las que John Wayne ofreció en los westerns de John Ford.
No
pasará a la historia del género, pero sirve para pasar el rato.
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