"La
primera vez, ni siquiera estás seguro de que puedas hacerlo (matar). Pero yo no
estaba allí mirando a esas personas como personas. No me preguntaba si tenían
familia. Sólo estaba tratando de mantener a mi gente a salvo”.
(Chris Kyle)
Biopic
sobre Chris Kyle (Bradley Cooper), soldado estadounidense perteneciente a los
SEAL (cuerpos de operaciones especiales), conocido por ser el francotirador más
letal de la historia de su país.
Decepcionante
drama bélico que supone uno de los puntos más bajos en la carrera como director
de Clint Eastwood. El autor de Sin perdón
(Unforgiven, 1992), responsable de
algunos de los mejores trabajos cinematográficos realizados en Hollywood
durante las últimas décadas, debería replantearse muy seriamente su criterio a
la hora seleccionar proyectos, en lugar de hacerlo, tal y como
parece, de manera impulsiva suponemos que “arrastrado” por las prisas que
conlleva el hecho de haber superado ya los ochenta años. La película, de
paupérrimo guión, adapta la autobiografía escrita por el propio Chris Kyle.
El
primer cuarto de metraje resulta interesante. La cinta arranca con
Kyle, fusil McMillan Tac-50 en mano, encaramado a la azotea de un
edificio semiderruido de la ciudad iraquí de Faluya. El francotirador escolta a
un convoy estadounidense que recorre las calles. De repente, una mujer y su
hijo, de unos doce años de edad, se colocan en el campo de visión de su punto de mira. Kyle permanece
atento por si es necesario apretar el gatillo. La mujer saca un proyectil que
esconde en el interior de su abaya y se lo entrega al niño, que corre al encuentro del convoy. Kyle tiene unos segundos para decidir si acaba con la vida
del pequeño... El sonido de un disparo nos traslada hasta su infancia, donde Kyle,
acompañado de su padre, un rudo tejano para quien en el mundo sólo existen tres
tipos de personas (“las ovejas, los lobos
y los perros pastores”), da caza
a un cérvido mostrando tener un don para el disparo. Kyle crece con la
aspiración de convertirse en un cowboy
de rodeo, pero su vida da un giro al ver por televisión la noticia de que la embajada
norteamericana en Nairobi, Kenia, ha sufrido un ataque terrorista. Es entonces cuando
se alista en el ejército para ser un “perro pastor” que defienda a las “ovejas”
de su patria frente a los “lobos” de Al-Qaeda. Su destino ha quedado definido. Como
decimos, este primer cuarto del filme, pese a su carácter esquemático, constituye un buen ejemplo de economización narrativa. Kyle conoce a Taya (Sienna Miller), una chica guapa con la que se casa antes de partir hacia Iraq tras los atentados del 11 de septiembre. El flashback termina. Volvemos a la azotea
del edificio de Faluya en la que la película comenzó. ¿Disparará Kyle al niño?
Pasada
esa media hora inicial (como decimos, la mejor), la obra alterna las periódicas acciones del
protagonista en Iraq, país al que se desplaza hasta en cuatro ocasiones, con las
escenas de su vida en pareja y familiar. Las primeras están bien resueltas, dotadas
de suspense y tensión, y filmadas con afán hiperrealista, aunque lejos de la
veracidad bélica conseguida por Kathryn Bigelow en sus últimos trabajos. Las
segundas, en cambio, son un torpe compendio de tópicos sobre cómo la vida
militar afecta al protagonista en sus relaciones familiares. Como resultado
obtenemos un conjunto desigual, reiterativo, impersonal, plano en matices y discurso, y con
unos personajes sin dimensión, vacíos de cualquier tipo de contenido. Para colmo, la película,
de excesiva duración para lo que cuenta, no parece que vaya a terminar nunca.
Lo
dicho. Rotunda decepción.