“Es mejor tener una
vida larga, aunque siempre tengas que comer gachas”.
Japón,
1860. Sanjuro Kuwabatake (Toshirô Mifune), un samurái errante, llega a un
poblado donde dos bandas enemigas se disputan el control del territorio. Debido
a su pericia con la espada, las dos bandas tratan de contratarlo como
mercenario.
Magistral
“western” de samuráis que supone una
de las obras maestras de Akira Kurosawa. El gran Toshirô Mifune, que interpreta
aquí a uno de sus personajes más carismáticos, el del desaliñado y cínico rōnin Sanjuro Kuwabatake, cuyo nombre
significa literalmente “campo de moras”, se alzó con la Copa Volpi al Mejor
actor en el Festival Internacional de Cine de Venecia de 1961. Tal fue el éxito
comercial obtenido por la película en Japón, que pocos años después, el
director italiano Sergio Leone decidió plagiarla en su famosa Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964).
El
filme se abre con la presentación del personaje principal, al que vemos
deambular por el campo sin rumbo definido acompañado por las inolvidables notas
de la partitura de Masaru Sato. Será el azar (un palo lanzado al aire) quien finalmente
determine el camino a seguir. Tras encontrarse con un joven campesino que
quiere abandonar a sus padres para iniciar una vida aventurera (dice estar harto
de comer gachas), nuestro protagonista llega al poblado donde se desarrolla el grueso
de la trama. La desértica vía principal no parece augurar nada bueno. Y mucho
menos cuando, de repente, un perro callejero entra en escena paseándose con una
mano amputada entre los colmillos. El viejo posadero (Eijirō Tōno) lo pone (nos pone) al corriente de lo que sucede en el
pueblo: dos bandas, la de Seibei (Seizaburô Kawazu) y la de Ushitora (Kyû
Sazanka), se disputan el control del territorio mediante el uso de la violencia.
Al primero lo apoya el cervecero (Takashi Shimura) por un asunto de faldas, y al segundo el dueño
de la fábrica de seda (Kamatari Fujiwara). El único satisfecho con lo que acontece es el tonelero (Atsushi Watanabe),
que no para de hacer ataúdes para unos y otros. Otra pieza importante en este tablero
de ajedrez es la de Unosuke (Tatsuya Nakadai), el malvado hermano de Ushitora,
que además posee el único arma de fuego del lugar. Sanjuro analiza fríamente la
situación y decide jugar a dos bandos con el objetivo de sacar el mayor
beneficio. Sin embargo, no cuenta con que tiene un corazón menos impasible de
lo que se empeña en aparentar.
La
cinta posee un atractivo dibujo de personajes (la mayoría intencionadamente
caricaturizados), una gran puesta en escena en la que sobresale la maestría de
Kurosawa para la composición de planos (magnífica fotografía en blanco y negro de
Kazuo Miyagawa), un desarrollo entretenidísimo, acción y mucho sentido del
humor. ¿Mi secuencia favorita de la película? El impresionante duelo final.
Lo
dicho: obra maestra absoluta. Imperdible.