Las diez mejores películas estrenadas en España durante el año 2012.



El caballo de Turín (A Torinói ló) de Béla Tarr. Estrenada el 10 de febrero.



Blancanieves de Pablo Berger. Estrenada el 28 de septiembre.



Shame (ídem) de Steve McQueen. Estrenada el 17 de febrero.



La vida de Pi (Life of Pi) de Ang Lee. Estrenada el 30 de noviembre.



Amor bajo el espino blanco (Shan zha shu zhi lian) de Zhang Yimou. Estrenada el 31 de agosto.



César debe morir (Cesare deve morire) de Paolo y Vittorio Taviani. Estrenada el 23 de noviembre.



Take Shelter (ídem) de Jeff Nichols. Estrenada el 4 de abril.



J. Edgar (ídem) de Clint Eastwood. Estrenada el 27 de enero.



Casa de tolerancia (L´apollonide) de Bertrand Bonello. Estrenada el 24 de agosto.



Argo (ídem) de Ben Affleck. Estrenada el 26 de octubre.


XXVI Aniversario de la muerte de Tarkovsky: rodando Sacrificio en la isla de Gotland.


    "Desde que comencé con las notas iniciales de Sacrificio, y durante todo el tiempo que trabajé en el guión, me sentí constantemente preocupado por la idea del equilibrio que está implícito en todo acto sacrificial -el ying-yang, por así decir, del amor y de la personalidad individual-. Me movía el tema de esa armonía que sólo puede surgir del sacrificio. No quería hablar del amor mutuo, del amor en dos direcciones, sino del amor como entrega unilateral, total y desinteresada. Para mí, cualquier otra forma ya no es amor o, al menos, no la manifestación suprema de esta experiencia humana". 


     "El personaje de Sacrificio busca participar en la vida, influir en el destino de sus contemporáneos y de su país, sin dejar que sean los políticos profesionales los que decidan por él. Este individuo quiere introducirse en la corriente de la vida y cambiar su curso. Y eso es posible sólo cuando se da cuenta de que nadie hará nada por él, mientras él mismo no tome la iniciativa. De esto trata la película. Si no queremos vivir como parásitos en el cuerpo de la sociedad, disfrutando de los beneficios de la democracia; si no queremos convertirnos en conformistas y estúpidos consumistas, tenemos que aprender a renunciar a muchas cosas".









































Teniente corrupto (Bad Lieutenant, 1992) de Abel Ferrara.


“Me sacó de la fosa fatal, del fango cenagoso; asentó mis pies sobre roca, afianzó mis pasos”. (Salmo 40:2)

Historia sobre un  teniente de policía (Harvey Keitel) para nada ejemplar, adicto a las drogas, al alcohol y al sexo; y endeudado hasta la médula por su enfermiza afición a las apuestas. La investigación de un caso de brutal agresión sexual sobre una monja en una iglesia, le hará replantearse su forma de vida.


Bad Lieutenant es la mejor película del director estadounidense Abel Ferrara. Una obra de culto que, con todo merecimiento, no ha parado de ganar adeptos desde que se estrenara hace ya un par de décadas. Se trata de un drama policial urbano, hosco y crudo, cuyas implicaciones religiosas en torno a conceptos como los de redención y perdón, lo elevan hasta situarlo como uno de los clásicos imprescindibles del cine norteamericano de los noventa. En 2009 Werner Herzog realizó un remake (en realidad no es tal) del que hablaremos en otro momento, en el que Nicolas Cage asumía el rol aquí desempeñado por un inmenso Harvey Keitel.


De fondo suena Pledging My Love de Johny Ace, canción que también se escucha al final del metraje. El personaje al que interpreta Harvey Keitel está ebrio y colocado. Mientras, dos prostitutas realizan juegos sexuales sobre una cama. Primero baila con una de ellas, lentamente, después lo hace con ambas a la vez. Más tarde se pasea desnudo por la habitación; una expresión llorosa, de insondable amargura, se posa en su rostro. Creo que esta escena es la que mejor recoge la esencia del filme, reflejando como pocas los excesos y el hastío vital que inundan la vida del protagonista. No por casualidad se ha convertido en la más icónica de la película.

 Ferrara plasma de un modo bastante logrado los ambientes sórdidos y noctívagos por los que pulula su antihéroe en busca de alcohol, drogas o alguien a quien extorsionar, impregnando todos ellos de cierto halo taciturno y ofuscado. Impresionante resulta la secuencia en el interior de la iglesia en donde el policía reconoce y pide perdón por sus pecados ante la alucinada visión de Jesucristo. Conseguirá redimirse, al menos en parte, cuando se inmiscuya en la investigación del caso de una monja que ha sido violada. El realizador utiliza a ésta como figura que se contrapone a la del teniente; su pureza y elevado sentido del perdón harán que el mezquino agente actúe por vez primera como debe (según la moral católica), en lugar de como hubiera querido. Harvey Keitel está soberbio en el que, con toda seguridad, es el trabajo más destacado de toda su carrera. 


Polémica, áspera, provocadora, explícita y finalmente inolvidable. Así es Teniente corrupto, un ejercicio cinematográfico de primer nivel.

El alucinante mundo de Norman (ParaNorman, 2012) de Chris Butler y Sam Fell.


Norman es un niño de once años que tiene el don, o la desgracia, de ver a los muertos. Sus compañeros de clase se burlan de él, y ni siquiera encuentra una pizca de comprensión entre sus propios familiares, quienes lo consideran un bicho raro. Sin embargo, cuando la maldición de una bruja recaiga sobre la pequeña localidad en donde reside, y los muertos vivientes salgan de sus tumbas hambrientos de cerebros frescos, se convertirá en la única esperanza de salvación para todos. 


De la mano de los estudios Laika, los mismos que crearon la deliciosamente siniestra Los mundos de Coraline, llega hasta las pantallas de nuestros cines ParaNorman, una divertida y “aterradora” cinta de animación en stop-motion que parodia las películas de zombis e intenta transmitir un mensaje de tolerancia dentro de un contexto de bullying escolar.  

El filme destaca por su extraordinaria imaginería, que se sustenta en un uso brillante de la técnica de parada de imagen. Sólo cierto histrionismo visual en su tramo final, amén de un dibujo de personajes excesivamente estereotipado (el raro, el gordito, el macarra, el “cachas”, la frívola…), impiden al conjunto alcanzar una categoría mayor. En cualquier caso, el resultado supera con creces a la media, constituyendo un divertimento que satisfará tanto a grandes como a pequeños. 


Llama la atención, debido a su originalidad, el planteamiento paradójico sobre el que se erige el tema de la resurrección de los muertos; estos no surgen de la tierra con el fin de zamparse a nadie, tal y como estamos acostumbrados a ver en multitud de movies americanas y series de televisión, sino para sufrir en sus decrépitas carnes la venganza de una bruja que fue injustamente condenada en el pasado. Aquí, en lugar de perseguidores, los zombis serán perseguidos: el blanco perfecto de una turba enfurecida.

La cinta, que se inicia con el pequeño Norman viendo en TV una película de zombis mientras conversa con su abuela muerta, está plagada de humor negro y momentos de gran diversión, especialmente en su primera parte, la más conseguida. Una vez descubierto el “pastel” (la historia de la bruja y sus intenciones), la trama deja de sorprender y se enreda en mareantes artificios visuales que no aportan nada nuevo a la historia. De ese modo, lo que podría haber sido un trabajo de animación asombroso, se queda en bueno, lo cual no es poco teniendo en cuenta los tiempos que corren.


 Entre ParaNorman y Frankenweenie, por cotejar dos filmes en stop-motion estrenados en los últimos meses, me quedo con la nostalgia de la obra de Burton.

Cine y literatura: Dickens y su cuento de Navidad.


Ilustración de Roberto Innocenti.


"Era una figura extraña..., como un niño; aunque, más que un niño, parecía un anciano, visto a través de un medio sobrenatural, que le daba la apariencia de haberse alejado de la vista y disminuido hasta las proporciones de un niño. Su cabello, que le colgaba alrededor del cuello y por la espalda, era blanco como el de los ancianos pero la cara no tenía ni una arruga, y la piel era delicadísima. Los brazos eran muy largos y musculosos, y lo mismo las manos, como si fueran extraordinariamente fuertes. Las piernas y los pies, que eran perfectos, los llevaba desnudos, como los miembros superiores. Vestía una túnica del blanco más puro y le ceñía la cintura una luciente faja de hermoso brillo. Empuñaba una rama fresca de verde acebo y, contrastando singularmente con este emblema del invierno, llevaba el vestido salpicado de flores estivales. Pero lo más extraño de él era que de lo alto de su cabeza brotaba un surtidor de brillante luz clara, que todo lo hacía visible; y para ciertos momentos en que no fuese oportuno hacer uso de él, llevaba un gran apagador en forma de gorro, que entonces tenía bajo el brazo.

 Y aun esto no le pareció a Scrooge, al mirarle con creciente curiosidad, su cualidad más extraña, sino que su cinturón brillaba lanzando destellos tan pronto en una parte como en otra. Y lo que un instante era luz, se hacía de pronto obscuridad, y así la figura misma fluctuaba en su claridad, siendo ora una cosa con un brazo, ora con una pierna, ora con veinte piernas, ora dos piernas sin cabeza, ora una cabeza sin cuerpo, y de las partes que se desvanecían, ningún perfil podía distinguirse en medio de la densa oscuridad en que se fundían, y después de tal maravilla, volvía a ser él mismo, con toda la claridad anterior.

 -¿Sois, señor, el Espíritu cuya venida me han predicho? -preguntó Scrooge.

 -Lo soy".
(Un cuento de Navidad, Charles Dickens).


Scrooge (ídem, 1935) de Henry Edwards. 



Cuento de Navidad (A Christmas Carol, 1938) de Edward L. Marin.



Cuento de Navidad (Scrooge, 1951) de Brian Desmond Hurst.



Muchas gracias, Mr. Scrooge (Scrooge, 1970) de Ronald Neame.



Los fantasmas atacan al jefe (Scrooged, 1988) de Richard Donner.



Los teleñecos en Cuento de Navidad (The Muppet Christmas Carol, 1992) de Brian Henson.



Cuento de navidad (Disney's A Christmas Carol, 2009) de Robert Zemeckis.

La vida de Pi (Life of Pi, 2012) de Ang Lee.


“La fe engaña a los hombres, pero da brillo a la mirada”. (Rabindranath Tagore)

Tras un naufragio en medio del Océano Pacífico, el joven Pi (Suraj Sharma), que viaja junto a su familia desde la India hasta Canadá con el objetivo de establecer allí un zoo similar al que regentan en su país, se convierte en el único superviviente humano de la tragedia al aferrarse a un bote salvavidas. Su inesperado compañero de viaje será un tigre de bengala con el que tendrá que aprender a convivir mientras dure la agónica travesía. 


Ningún cineasta actual posee la capacidad camaleónica del director taiwanés Ang Lee, capaz de afrontar y salir airoso de proyectos tan dispares entre sí como lo puedan ser la adaptación de una obra de Jane Austen, un melodrama gay, una cinta de artes marciales, un thriller erótico o el retrato de la liberación sexual norteamericana de los años setenta. Ahora presenta Life of Pi, hermosa fábula que ilustra, a través de un increíble relato de supervivencia, la necesidad espiritual del individuo frente al sufrimiento terreno. Traslación a la gran pantalla de la exitosa novela del escritor canadiense, nacido en Salamanca, Yann Martel.

El autor de Deseo, peligro demuestra ser un auténtico hakawati, un contador de historias que narra como lo solían hacer los maestros clásicos. No en vano, probablemente se trate de uno de los mejores narradores de la cinematografía mundial de los últimos años. En este sentido, el filme que nos ocupa resulta mucho más complejo de lo que en principio cabría esperar. Y es que, como toda fábula, reviste de fantasía unos acontecimientos reales con el fin de establecer una moraleja: no importa tanto lo sucedido como lo aprendido en ello. Corresponde a la mirada del espectador decidir entre lo uno y lo otro.


La vida de Pi reflexiona sobre cómo el poder de la fe puede llegar a convertir lo ordinario en extraordinario, base a partir de la cual se han erigido todas las grandes religiones de la humanidad. Lo que diferencia al que cree del que no lo hace, no es lo que ve, sino lo que cree estar viendo. Esa fe, esa confianza en sentirse arropado por el manto de Dios, es la que insufla valor al protagonista, quien conseguirá transformar los peligros de su odisea en alta mar, en estímulos para lograr la supervivencia.

La película, deliciosamente arrebatadora y de gran riqueza cromática en su aspecto visual (extraordinaria fotografía del chileno Claudio Miranda), posee unos espectaculares efectos especiales siempre puestos al servicio de la narración. Nada que ver con la artificialidad anodina de cintas mediocres como Avatar. La recreación digital del tigre Richard Parker, por ejemplo, es un verdadero prodigio de realismo.


En definitiva, si creen que el cine aún les puede deparar momentos mágicos no exentos de reflexión, no se pierdan este magnífico trabajo de Ang Lee. De lo mejor que se ha visto durante este año que estamos a punto de dejar atrás.

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