Las diez mejores películas de Orson Welles.





Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941).



El cuarto mandamiento (The Magnificent Ambersons, 1942).



Otelo (The Tragedy of Othello: The Moor of Venice, 1952).



Sed de mal (Touch of Evil, 1958).



Macbeth (ídem, 1948).



La dama de Shanghai (The Lady From Shanghai, 1947).



Campanadas a medianoche (Falstaff - Chimes at Midnight, 1965).



El proceso (Le procès, 1962).



El extraño (The Stranger, 1946).



Mister Arkadin (Confidential Report, 1955).

Especial Semana Santa: las veinticinco mejores películas sobre religión.

Los títulos de la lista aparecen en orden aleatorio.

Ordet (La palabra) [Ordet, 1955) de Carl Theodor Dreyer.



Diario de un cura rural (Journal d'un curé de campagne, 1950) de Robert Bresson.



El evangelio según San Mateo (Il Vangelo secondo Matteo, 1964) de Pier Paolo Pasolini.



Simón del desierto (1965) de Luis Buñuel.



Andrei Rublev (Andrey Rublyov, 1966) de Andrei Tarkovsky.



La última tentación de Cristo (The Last Temptation of Christ, 1988) de Martin Scorsese.



El séptimo sello (Det sjunde inseglet, 1957) de Ingmar Bergman.



Barrabás (Barabba, 1961) de Richard Fleischer.



Yo confieso (I Confess, 1953) de Alfred Hitchcock.



El valle de las abejas (Údolí vcel, 1968) de Frantisek Vlácil.



Nazarín (1959) de Luis Buñuel.



Dies irae (Vredens dag, 1943) de Carl Theodor Dreyer.



Los diez mandamientos (The Ten Commandments, 1956) de Cecil B. DeMille.



Los comulgantes (Nattvardsgästerna, 1963) de Ingmar Bergman.



Jesús de Nazaret (Jesus of Nazareth, 1977) de Franco Zeffirelli.



El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011) de Terrence Malick.



Sansón y Dalila (Samson and Delilah, 1949) de Cecil B. DeMille.



Madre Juana de los Ángeles (Matka Joanna od Aniolów, 1961) de Jerzy Kawalerowicz.



La pasión de Juana de Arco (La Passion de Jeanne d'Arc, 1928) de Carl Theodor Dreyer.



Viridiana (1961) de Luis Buñuel.



Rey de reyes (King of Kings, 1961) de Nicholas Ray.



Sacrificio (Offret, 1986) de Andrei Tarkovsky.



Francisco, juglar de Dios (Francesco giullare di Dio, 1950) de Roberto Rossellini.



Ben-Hur (ídem, 1959) de William Wyler.



La vía láctea (La voie lactée, 1969) de Luis Buñuel.

Francisco, juglar de Dios (Francesco, giullare di Dio, 1950) de Roberto Rossellini.

“Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, sólo lo que has dado”.
(San Francisco de Asís)

Siglo XIII. Después de ser recibido en audiencia por el Papa Inocencio III, Francisco de Asís (Nazario Gerardi) y sus discípulos se instalan en Santa María de los Ángeles, donde construyen una pequeña capilla y viven de acuerdo con su ideal de pobreza. 


Francesco, giullare di Dio es el filme más sencillo y hermoso del director italiano Roberto Rossellini. Su mejor trabajo en opinión de quien suscribe estas líneas. Cada uno de sus fotogramas destila armonía y belleza, como un fresco de Giotto, en su primigenia concepción de la religiosidad cristiana. Es una de esas escasas películas capaces de apaciguar los sentidos y confortar el alma del mismo modo que lo hace una oración. Una verdadera obra de arte.



Mediante la depuración plástica y el realismo ascético, Rossellini recrea algunos fragmentos de la vida del santo fundador de la Orden Franciscana antes del inicio de su predicación por el mundo. El relato, estructurado en episodios cuyos títulos anticipan lo que en ellos ha de acontecer, resulta diáfano en su sencilla narrativa salpicada de ironía y sentido del humor. Fue rodado de manera casi íntegra en exteriores de apariencia bucólica, acentuándose así el mensaje de humildad, pureza y amor hacia la naturaleza que pretende transmitir. La mayoría de los intérpretes eran auténticos religiosos en la vida real, lo que refuerza la veracidad de sus actuaciones. El dibujo de personajes es entrañable, virando entre la santidad, la inocencia, la devoción o la simple estupidez. Se muestra a San Francisco como un individuo bondadoso y abandonado de sí mismo para entregarse a los demás. Sus discípulos siguen sus preceptos a pies juntillas, a pesar de las consecuencias que esto les pueda acarrear. La película contiene episodios inolvidables, como aquel en el que fray Junípero (Severino Pisacane) intenta convencer a unos cerdos para que se dejen cortar una de sus patas con el fin de satisfacer los deseos de un fraile enfermo, el emotivo encuentro entre San Francisco y un leproso errante, la prédica del santo a los pájaros, o aquel otro donde éste enseña a fray León en qué consiste la perfecta felicidad.


En estos tiempos en los que el relativismo se impone como lo políticamente correcto, y la sociedad hace bandera del vacío espiritual, conviene recordar títulos como el que ahora nos ocupa, ricos en profundidad y valores humanos. Imprescindible.


Forajidos (The Killers, 1946) de Robert Siodmak.

“No pida a un moribundo que mienta y se condene”.

Un perspicaz inspector de seguros (Edmond O'Brien) decide investigar el asesinato de un asegurado de su compañía al que apodaban “el sueco” (Burt Lancaster). Hurgando en su pasado, descubre que se trataba de un ex boxeador que terminó inmiscuyéndose en asuntos delictivos por culpa de una mala pécora (Ava Gardner). 


Dos matones llegan de noche a un pequeño pueblo. Su objetivo no es otro que el de acabar con la vida de un simple gasolinero. Tras comprobar que éste no ha ido al restaurante en el que cada noche acostumbra a cenar, deciden hacerle una visita en la pensión donde se hospeda. Allí, en su cuarto, lo acribillan a balazos. La víctima no opone la menor resistencia. De hecho, parecía esperar resignada a sus verdugos… Así comienza The Killers, un soberbio ejercicio de cine negro filmado por Robert Siodmak a partir de un relato corto de Ernest Hemingway publicado en el año 1927. John Huston colaboró en la escritura de su preciso guión, pese a no aparecer acreditado. Además, la película supuso el descubrimiento de una jovencísima Ava Gardner, que hasta ese momento sólo había participado de manera testimonial en unas pocas producciones de irrisorio presupuesto.


El filme posee una estructura narrativa similar a la de la obra maestra de Orson Welles Ciudadano Kane, al articularse en varios flashbacks que provienen de los testimonios aportados por diversos personajes a lo largo del metraje. Aquí, en lugar de un periodista anónimo, es Jim Riordan, inspector de seguros, el que se encarga de armar las piezas del puzzle en torno a la trágica figura del sueco. Las distintas revelaciones irán sacando a la luz una compleja historia de engaño y ambición que casi siempre culmina con la muerte. La presencia de esos flashbacks, sumada a la de otros elementos como la voz en off, el marco urbano, la iluminación expresionista o la mujer fatal, convierten a Forajidos en un ejemplo canónico del noir clásico. Es una lástima que el guión, en su afán de que todo encaje, contenga algunas situaciones no demasiado creíbles (el testimonio del moribundo en la cama del hospital, por ejemplo).


No quisiera finalizar la reseña sin aludir a dos de las escenas que más me gustan de la cinta. La primera de ellas es la presentación del personaje de Kitty, irresistible junto al piano, durante la fiesta organizada por el mafioso Big Jim (Albert Dekker); la segunda, el brillantísimo plano secuencia que muestra el asalto a la fábrica desde la llegada de los ladrones, hasta su posterior huida en coche escapando de la policía. Sencillamente magistral. 

No se deben perder The Killers, uno de esos clásicos que de verdad hacen justicia a su denominación.


Las quince mejores películas del cine español de todos los tiempos.


El espíritu de la colmena (1973) de Víctor Erice.



Viridiana (1961) de Luis Buñuel.



El mundo sigue (1963) de Fernando Fernán Gómez.



Tristana (1970) de Luis Buñuel.



El extraño viaje (1964) de Fernando Fernán Gómez.



El verdugo (1963) de Luis García Berlanga.



El sur (1983) de Víctor Erice.



El cebo (Es geschah am hellichten Tag, 1958) de Ladislao Vajda.



Campanadas a medianoche (Falstaff - Chimes at Midnight, 1965) de Orson Welles.



La tía Tula (1964) de Miguel Picazo.



¡Bienvenido, Mr. Marshall! (1953) de Luis García Berlanga.



Calle Mayor (1956) de Juan Antonio Bardem.



Ese oscuro objeto del deseo (Cet obscur objet du désir, 1977) de Luis Buñuel.



Plácido (1961) de Luis García Berlanga.



Los peces rojos (1955) de José Antonio Nieves Conde.

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