Por Antonio Miranda.
‘’Los
diez primeros minutos me parecieron de una belleza extraordinaria; a partir de
ahí, ya no entendí nada’’.
Leí
este pequeño apunte en
cualquier sitio a no sé qué persona que presenció la obra en una sala de
proyección; en efecto, ni el filme ni su música son nada entendibles para quien
intente sentarse a ver una película. Es la vida, pero una vida singularmente
concebida desde el análisis filosófico. La existencia es una asquerosa y
burda muerte, repetitiva,
trivial y austera que suena hasta machacarnos el cerebro y la carne (como la música que,
insistente, suena ya desde el inicio, cuando el caballo huye de la vida hacia
su muerte, guiado por el viejo dueño y sentenciado, momentos atrás, por el
crudo y extraordinario abrazo de Friedrich Nietzsche).
Un amigo
me dio a conocer The Turin horse; tarareó fielmente los acordes que sirven
de base para el compositor durante toda la obra. Al escuchar, comenté: ‘’Pero,
¡si estás tarareando Vértigo, de Herrmann!’’ Ambos nos sorprendimos. En efecto,
ambas estructuras son similares, una (Vértigo) iniciada desde las notas agudas
a las graves y la otra (The Turin horse) al contrario. Y ambas sirviendo de
base al resto de la música. Y ambas, distanciadas por los años, confluyendo a
una misma estructura filosófica y vital. Curioso y atractivo.
Béla
Tarr (el director) da cuerpo a una estudiada forma artística; aquí entra en
juego nuestro componente: la música. Vig (el compositor) propone una partitura
minimalista en extremo, una composición de cámara con violines en melodía principal
(tres notas, con la última de ellas prolongada) y cuerdas magníficas como
arreglos, un grupo de ellas subiendo y bajando notas continuamente (las
similares a la base usada por Herrmann) y las otras, tediosas, monótonas,
adornadas con sólo dos apuntes que juegan y ríen burlonamente, conociendo, sólo
ellas, el desenlace final. Este pequeño arreglo, sus dos notas, tocadas por los
graves de la orquesta, simbolizan tantas situaciones que alguien que no tuviera
su intención puesta en la música quedaría asombrado al conocerlas. Voluntad o
no del director, del compositor, pero ahí está: el viejo y la hija; lo humano
(el viejo y la hija) contra el animal; la huida y el regreso; la idea de Dios y
el tedio de la vida; así…muchísimas otras.
Mihály Víg.
Mihály Vig crea para la película un solo tema, no hay más. Se va
repitiendo a lo largo de la obra. Una estructura de unos cinco o seis minutos
en el que también se incluye un pequeño matiz: la idea de Dios (la tormenta
apocalíptica, el posible final de la existencia…) aparece en la composición en
forma de órgano, tantas veces relacionado con las iglesias y vivencias
religiosas, y que nace entre las notas tímidamente, casi imperceptible al oído,
pero que adquiere, para el oyente intrépido y atento, una especial dirección
del grupo musical. ¿Algo nos querrán decir director y compositor con este matiz
tan etéreo y a la vez importante? Las interpretaciones pueden volar tanto como
para formar miles de ellas.
En
fin, un entramado voluminoso y lento, como la vida; estudiado y de una simpleza
minimalista llega a un nivel muy alto empastado en ese mundo tedioso que
representa la película. Lástima su escasa duración que limita, de forma
importante, la calificación de este fruto artístico; o, tal vez, se agradezca
una apuesta de tal tipología.
Una reseña muy arriesgada. Es cierto que no podría considerarse una obra maestra en sí misma la banda sonora (¿se le puede llamar así?); pero lo que sí podemos afirmar es que la canción se ajusta perfectamente a lo visual, y su repetición incide en el eterno retorno que habita en el film. Esta película no deja de crecer en mi recuerdo, es como llevar el 'Waiting for Godot' de Samuel Beckett a sus últimas consecuencias. Un hito en el cine.
ResponderEliminarSobre la canción, es una de las piezas más desoladoras que he escuchado. No llega a ser triste del todo. Quizás sería triste si aún albergáramos esperanza. Lo que hay es ese sentimiento que impregna toda la obra de Krasznahorkai, y es el derrotismo. Oyendo esta canción tomamos conciencia de nuestra derrota, de que todo lo que tocaron lo envilecieron. Probablemente nosotros mismos lo habríamos echado todo abajo, de quedar algo que arruinar.
Un saludo.
El riesgo en sí lo acaricia dotar a un filme de esta tipología de una composición como la que tiene. No creo que deba ser concebida como canción, sino más allá de unos simples pocos minutos de música. Es un elaborado estudio para las imágenes. Muy interesante y, por supuesto, complicada de valorar en puntuación.
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