“Es
un placer repleto de tristeza, es un tormento ornado de alegría, un desespero
donde siempre se espera, un esperar que siempre desespera”.
(Pierre
de Ronsard)
Niko
(Tom Schilling) es un veinteañero que, tras abandonar sus estudios en la
universidad, deambula sin rumbo definido por las calles de Berlín.
Más
que estimable debut como realizador del alemán Jan Ole Gerster, quien con Oh Boy, una sencilla comedia dramática
filmada en blanco y negro, retrata con lúcida mirada el desencanto vital que
asola a una buena parte de la juventud europea actual, que no sabe ni qué
quiere ni adónde va. El filme que nos ocupa, constituye un canto a la derrota,
a esa llamada generación perdida que, por defectos propios y, sobre todo, del implacable
sistema, carece de un sólido proyecto de vida. No deja de resultar paradójico que
sea precisamente esa generación, acaso la más preparada de la historia, la que
se encamine al más incierto de los futuros. Algo falla en esta sociedad, y eso
lo ha sabido plasmar el director en su película.
Si
en El discreto encanto de la burguesía
(Le charme discret de la bourgeoisie,
1972), de Luis Buñuel, un grupo de burgueses era incapaz, debido a las más
disparatadas interrupciones, de sentarse a cenar, en Oh Boy, su atribulado protagonista (estupendo trabajo de Tom
Schilling), se topa con la imposibilidad, por muy absurda que pueda parecer, de
llevar a cabo un acto tan rutinario como el de tomarse un simple café. La
acción se desarrolla a lo largo de un solo día, de mañana a mañana, en el que
Niko, además de fracasar repetidamente en su intento de degustar un café (¿qué
cinematográfico es el café, verdad?), compartirá momentos con un buen puñado de
personajes singulares, desde su padre, un ricachón que se ha cansado de
mantenerlo (Niko ni estudia ni trabaja), hasta una antigua compañera de colegio
acomplejada, pasando por un viejo borracho con quien tiene más cosas en común
de las que en un principio podría pensar (ambos están y se sienten solos, al
margen del mundo que los rodea). La puesta en escena se caracteriza por una
sobria naturalidad, al estilo de la Nouvelle
vague, destacando la magnífica fotografía de Philipp Kirsamer y los acordes
jazzísticos que acompañan a Niko en su inusual periplo urbano. Y luego está la omnipresente
ciudad de Berlín, la gran capital cultural contemporánea del viejo continente, cuyas
calles, rincones, cafeterías y teatros, se convierten en otro personaje más al
servicio de la trama.
En
definitiva, con Oh Boy, Jan Ole
Gerster nos ofrece uno de los debuts más sorprendentes y frescos del cine
europeo de los últimos años. Notable.
Es una película que me ha sorprendido notablemente. Uno de sus principales aciertos reside en saber combinar con equilibrio el tono cómico y el melancólico. Además, como bien señalas, ofrece un bosquejo muy acertado de la confusión que vive actualmente mi generación. Y no se hace para nada pesada, al contrario.
ResponderEliminarHola, Alpino:
EliminarSorpresa compartida. Se trata de una película con un encanto especial. Muy agradable de ver.
Un saludo.