“Cuando
tienes diecisiete años, el mundo es maravilloso, tu vida está llena de
diversión, de alegría, fiestas y bailes. Pero cuando tienes setenta, ya no te
importan las fiestas, ni piensas en ir a bailar, y la única diversión que te
queda es fingir que no hay ninguna realidad que asumir”.
Barkley
y Lucy Cooper (Victor Moore y Beulah Bondi) son un viejo matrimonio que reúne a
sus hijos para comunicarles que están arruinados y que van a ser desahuciados. Ante
esa situación, estos deciden repartirse a sus progenitores, que por vez primera
en muchos años, tendrán que vivir separados el uno del otro, lo que supondrá un
duro golpe para ellos.
Pocas
películas rebosan tanto patetismo y tristeza en la pantalla como Make Way For Tomorrow, la obra maestra
de Leo McCarey y uno de los mejores filmes norteamericanos de los años treinta.
Este tierno relato sobre el amor crepuscular y la ingratitud filial, sirvió muy
probablemente de inspiración a Yasujirō Ozu para su inmortal Cuentos de Tokio (Tôkyô monogatari, 1953), aunque, en realidad, y pese a lo que en un
principio pudiera parecer, se trate de dos obras bastante diferentes entre sí,
como podrá verse a continuación.
Si
El rey Lear, de William Shakespeare,
se iniciaba con el reparto del reino de un viejo monarca entre sus hijos, Dejad paso al mañana lo hace trastocando
por completo esa premisa. Aquí, el patriarca de los Cooper, tan cansado y
abatido como el Lear Shakesperiano, sentado en un sillón, que no en un trono,
no sólo no tiene nada que repartir, sino que prácticamente suplica para él y su
esposa la caridad de sus descendientes. La respuesta de estos, como ustedes
pueden imaginar, será decepcionante: pegas y más pegas. Tantas que, de los
cuatro reunidos, dos de ellos se escabullen por diferentes razones, por lo que
Lucy, la madre, termina yéndose a vivir con George (Thomas Mitchell), un buen
hombre, pero títere de su mujer (Fay Bainter), y Barkley, el padre, hace lo
propio con la poco agradable Cora (Elisabeth Risdon). La convivencia, en uno y
otro caso, tampoco será la más idónea, lo que llevará tanto a los ancianos como
a sus hijos, a plantearse nuevas alternativas. Ese desagradecido comportamiento
de los hijos para con sus padres, es lo que emparenta principalmente a la
película que nos ocupa con la citada Cuentos
de Tokio. Sin embargo, existe una gran diferencia entre ambas, y es que Make Way For Tomorrow es, además, una
conmovedora historia de amor. Sirva de ejemplo el hermosísimo último tercio del
filme, donde Barkley y Lucy rememoran su luna de miel antes de despedirse para
siempre en una estación de tren. Que el espectador no se sorprenda si alguna
lágrima asalta sus mejillas de improviso en esta escena final, una de las más
tristes de toda la historia del séptimo arte.
Como
no sabemos hacia dónde nos conducirá el cine del mañana, les recomiendo que,
mientras tanto, se refugien en el de ayer. Les aseguro que rara vez decepciona.
Pues sí, cierto, muchas pelis de ayer están llenas de polvo, pero esta nos da lecciones sobre qué debe hacer el cine: emocionar y conmover sin dar la lata y sin rodeos. El tercio final, como dices, es maravilloso, pero a mí no se me olvidará jamás, tampoco, la escena en la que la mujer habla por teléfono con su marido en el salón de la casa del hijo, ocupado por aprendices de bridge: el efecto que la conversación tiene en los jugadores es la viva representación del estado anímico del espectador ante la injusticia y el patetismo de la situación.
ResponderEliminarHola, Josep:
EliminarRecuerdo que en esa escena a la que aludes, hay todo tipo de reacciones entre los jugadores de bridge: emoción, alegría, enfado... Magnífica. Gracias por comentar y no dejar desangelado este apartado de comentarios. La obra de McCarey no se lo merecía.
Un saludo.
Sí, Ricardo, al principio de la escena sí hay todo tipo de reacciones, pero a medida que se va desenvolviendo la conversación las reacciones de alegría y enfado desaparecen y sólo queda una especie de pesadumbre que corta el aliento.
ResponderEliminar