“La
poesía es el eco de la melodía del universo en el corazón de los humanos”.
(Rabindranath
Tagore)
Shun
Li (Tao Zhao) es una inmigrante china que trabaja en una fábrica textil romana.
Quienes la ayudaron a venir a Europa, a los que adeuda una importante suma de
dinero, deciden trasladarla hasta Chioggia, un pueblo situado cerca de Venecia para
que trabaje como camarera en un bar. Allí conoce a Bepi (Rade Serbedzija),
alias “el poeta”, un viejo yugoslavo que, como ella, un día se vio obligado a
emigrar.
Io sono Li es la estimable ópera prima del director italiano Andrea Segre. Un filme pequeño
e intimista, falto de pretensiones, que narra la relación que se establece entre
dos personas de diferentes culturas con el tema de la inmigración y las mafias
chinas como telón de fondo.
La película, de desarrollo más bien previsible, funciona sólo a ratos, y se sostiene gracias a la buena labor de sus dos intérpretes principales. Es reseñable el respeto que Segre muestra por unos personajes perfilados con gran delicadeza, aunque estos carezcan de cualquier tipo de profundidad psicológica o emocional. La narración resulta rutinaria, incidiendo en lugares demasiado comunes y pasando de puntillas por los asuntos más espinosos que trata. Se hubiera agradecido un posicionamiento mayor del director al respecto.
La película, de desarrollo más bien previsible, funciona sólo a ratos, y se sostiene gracias a la buena labor de sus dos intérpretes principales. Es reseñable el respeto que Segre muestra por unos personajes perfilados con gran delicadeza, aunque estos carezcan de cualquier tipo de profundidad psicológica o emocional. La narración resulta rutinaria, incidiendo en lugares demasiado comunes y pasando de puntillas por los asuntos más espinosos que trata. Se hubiera agradecido un posicionamiento mayor del director al respecto.
A
su favor cabe apuntar que la cinta contiene algunos planos muy bellos con el
mar y el neblinoso puerto como protagonistas. Eso sí, existen otros que sobran
por completo, como aquellos en los que la amiga de Shun Li aparece haciendo
ejercicios de ¿yoga? en la playa. El realizador debería saber que la poesía
aflora, nunca debe buscarse.
Con
La pequeña Venecia (Shun Li y el poeta)
el espectador pasará un rato agradable, que no es poco. No le pidan más.
Por
cierto, lo de denominar poeta a un tipo aficionado a las rimas es un pelín
exagerado.
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