Por Antonio Miranda.
No
resultaría nada fácil, a priori, conseguir una obra de tan alta calidad como la
que nos ocupa tras componer magistralmente durante los años precedentes varias
joyas de la música de cine. Elfman se enfrentaba a un auténtico reto; lo
consiguió.
El
inicio de Pesadilla antes de Navidad es de una calidad sorprendente y, más
diría si cabe, de una composición de formas, figuras y sonidos extraordinarios.
La combinación no se reduce a la composición sobresaliente que el músico ya nos
plantea de inicio, rebosante de arreglos acertados y ritmos controlados,
culminados por la presentación majestuosa, inenarrable y apoteósica de Jack,
sino que va más allá y la manera en la que director y artista enlazan imagen y
partitura es de una grandeza única. Pareciera como si, de pronto, una nota
resultara estrictamente la plastilina figurada de un personaje de la ciudad o,
al instante, uno de ellos transformara su presencia en musicalidad que
acompañara a la orquesta. Genial. Como digo, una narración y control del ritmo
asombrosos por parte de Elfman que podríamos ejemplificar en los dos momentos
más potentes de la musical introducción: la comentada aparición de Jack, en su
gloriosa ascensión cual Divino Maestro de Halloween, y el final de este pequeño
inicio, enlazado habilidosamente con la
escena posterior.
Los
diez primeros minutos merecen el reconocimiento de cualquier aficionado al
cine. Un canto (musical) prodigioso, sin pausa, y con dos ámbitos claramente enfrentados,
cada uno de ellos representado en las dos canciones que suenan: la fama, la
alegría y lo social de la introducción y, por otro, el lamento, la soledad y la
inquietud de la segunda parte de esta decena de minutos importantes en la
historia. El compositor da forma a dos temas de altísima calidad y se enfrenta,
en los momentos que no suenan, a una exquisita narración de la escena
combinando con habilidad los motivos entonados que han sonado en boca de los
personajes. Se inicia el problema en la existencia vital de Jack.
Los
tres personajes esenciales en esta primera mitad de metraje, Sally, Jack y el
doctor, son descritos por Elfman de una manera notable: delicada, tragicómica y
grotesca y presentándonos la agradable sorpresa, pocas veces ‘’visible’’ en una
partitura para cine, de combinar los temas que, en principio, se refieren a
cada uno, con las apariciones del otro y las menciones del tercero. En fin, un
entramado de telaraña habilísimo donde cada nota describe y narra y enlaza con
las siguientes y las inmediatas anteriores; donde la aparición repentina y
frecuente de los temas cantados ofrece una visión distinta de la parodia sobre,
ya no sólo la Navidad sino, abruptamente, la soledad del individuo y, en
consecuencia, su propia naturaleza vital.
¿Os
imagináis un personaje actual intentando cambiar nuestra Navidad hacia otros
conceptos que no deriven en felicidad y alegría? Tal atrevimiento existe, el
pensamiento de mucha gente lo aplica pero el sistema social lo prohíbe. Los
habitantes de Halloween no, apoyan a Jack en su intento desde su mundo del
terror y el miedo y dejan expuesta a la intemperie su trivialidad mental,
ensalzando sin querer la genialidad de Jack Skellington. La música describe el
mundo de la historia de una forma asombrosa, no para de sonar y marca el ritmo
incluso desde antes de concebirse el argumento (Elfman compuso, bajo
directrices de Tim Burton, todas las canciones previa realización del metraje).
Las
elucubraciones mentales concluyen; Skellington inicia su idea y los tres
diabólicos niños preparan el asalto definitivo. La partitura llega al culmen
musical de las canciones con esta escena, una maravillosa burla en forma de marcha;
inolvidable. Sin embargo, no podríamos encontrar un instante superior al resto;
la composición presume de un equilibrio compositivo exquisito, aun cuando es
una obra con incesantes cambios de estructuras, ritmos y sensaciones, como lo
son los diálogos, peripecias y situaciones. Un alarde de momentos e instantes
musicales como pocas veces encontramos y con un detalle, a juicio de quien esto
escribe, embriagador y solemne: Elfman no utiliza, para la forma de su
partitura, ninguna referencia facilona y previsible a canciones típicas de la
Navidad. Él mismo se vale y se sobra para mostrar su genio y envolver la
historia en una seda musical insuperable.
Danny Elfman.
El
desenlace se mueve por derroteros similares al del resto de la partitura,
obedeciendo al equilibrio comentado, pero con dos detalles finales
hermosísimos. Por un lado, el compendio final, en un solo tema, de las
canciones principales de la historia, fácilmente identificables por el
espectador, pero variadas a tonalidades distintas y el encuentro definitivo
entre Sally y Jack en el que el sonido de bajo clásico va marcando los golpes
del caminar de ambos personajes, primero ella y después él. Exquisito.
Concluyendo,
nos encontramos ante posiblemente la banda sonora más trabajada y virtuosa de
una película de animación. Sin duda, entre las mejores de la historia del cine
en su vertiente genérica y que ha marcado un punto clave en la composición para
el cine de su género. Un referente.
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