Por Antonio Miranda.
Los detalles compositivos que
encontramos en la partitura de Cadena perpetua son majestuosos. Una de las
creaciones musicales para cine más grandes de la historia. Un inicio soberbio
que difícilmente será captado por cualquier espectador que, enfrascado en la
parte introductoria, atienda a lo que se narra. Efectivamente, lo que se cuenta
(la voz en off del preso Red) y, con anterioridad, el discurso del fiscal
durante el juicio, son los elementos fundamentales del preludio que comentamos.
Y aquí, atónitos, presenciamos la grandeza de un compositor ya entre los
grandes. Thomas Newman actúa en los dos momentos iniciales de mayor
trascendencia. Primero, al situarnos en el suceso causa del litigio: Newman es
capaz de apoyar la imagen con tanta sutileza que su delicadísima composición
llega a ser narración en sí de lo que ocurre. Algo muy difícil de ver hoy día
en las partituras para la gran pantalla (y que es la línea a seguir en el resto
del filme), cómo el compositor se sitúa en el fondo de lo que acontece pero,
inconscientemente para el espectador, llega a tener en su mano y sus notas el
guión de la situación. Segundo, al presentársenos el ambiente carcelario: la
música inicia su presencia en primer plano. El tema principal suena, poderoso y
tiernamente intrigante. Nos encontramos ante una obra en la que la sección de
graves de la orquesta va a adquirir una importancia como nunca antes. La
aparición, manejo y arreglos que se le atribuye son inteligentísimos y, parte
de ello, se nos muestra en este inicio del filme. Hay un detalle formidable; el
nuevo preso viaja en autobús, llegando a la cárcel. La voz en off cuenta cómo
ocurre. Suena el compositor, pero los graves no (gran detalle ya que si esta
sección orquestal lo hiciera, la sensación que provoca la voz cambiaría
radicalmente, al igual que la imagen que se quiere matizar al terminar lo que
se cuenta). Lo hacen, de nuevo, cuando la escena carece de narración y se
juntan los presos para presenciar la llegada. La partitura nos lleva donde el
artista pretende. No hay duda. Y será la tónica durante la mayor parte del
discurso: reflexiones de Red como voz superpuesta, apoyadas por la música de
Newman y concluidas con un cambio a otras notas, melodías o temas iniciados y
potenciados con la aparición de los graves.
Podríamos quedarnos con las partes
narradas de Red y comprenderíamos la historia. El guión se resume en unas
breves líneas y varios sentimientos intensos. Si eliminamos la voz en off y nos
quedamos con imagen y música, igualmente trascendería el significado. De ahí la
muestra de la gran labor de guión que ejerce Thomas Newman en Cadena
perpetua. El dominio que muestra controlando tempos y ritmos en sus
estructuras musicales es elegantísimo. El matiz sutil y delicado de toda la
composición es igualmente respetado en cualquier situación narrada o apoyada,
incluso incrementando la calidad compositiva si cabe cuanto más compleja se
presume la secuencia.
Unen a la película contrastes
visibles, pero siempre bien enfrentados y estudiados. Violencia y meditación,
muerte y vida, creencia y realidad, esperanza y pesimismo. No obstante, la
partitura se decanta siempre hacia las vertientes más tranquilas y metafísicas,
objetivo e intención final del metraje como tal. La imagen encierra a los
protagonistas; la música los libera y es un absoluto cuadro descriptivo de las
miradas, expresiones y pensamientos de estos hombres que, sometidos por todo,
se esperanzan en algo, que no es poco en el estado en el que viven. Las
melodías se mantienen y parecen flotar durante todo el argumento, algo así como
anunciando la única realidad, que no es la que viven, que es la que viene…
En la mitad de la historia
presenciamos un suceso aparentemente normal. Se trata del viejo Brooks, un
anciano al que conceden la libertad. Vayamos a nuestro ámbito, el musical. Nada
cambia, estructura y atmósfera no varían aún reflejando la vuelta a la vida, a
la libertad. Entonces hemos de preguntarnos: ¿es Cadena perpetua una
llamada a la vida, o a la muerte? Expliquémoslo: hasta el momento podríamos
entender la postura de Newman como el llamamiento a la esperanza, a la ilusión
por terminar en la prisión y volver a vivir la libertad. No es así. Ahora
presenciamos cómo uno de los presos es libre, y nada cambia. Lo refleja el
mismo anciano, nada satisfecho por su nueva vida. Las notas suenan algo
perezosas, pero no menos que antes (parémonos en el detalle que usa el artista
para reflejar el final del viejo, su muerte: suenan los graves de la orquesta,
poderosos, en relación a su importancia comentada anteriormente). La partitura
es una auténtica apelación a la miseria vital, a la mismísima muerte. Ella es
la libertad (a la que tanta gente asocia, en la película, con la salida de la
cárcel). No, no es así. El compositor nos conduce tranquilo, como la vida lo
hace también con lentitud, a la muerte. Justamente esta es la estructura
compositiva de la obra, pausada y lenta (el devenir vital) que culminará, al
final del metraje, con una conclusión que sube su tono hasta alcanzar
auténticos momentos de belleza musical (la muerte).
El final del filme es,
musicalmente, sublime. A partir de la liberación de Red, tras la revelación de
los últimos sucesos, en los que la partitura enciende ligeramente el botón de la
acción, los acontecimientos evolucionan de forma brillantísima. Nos encontramos
ante el final más hermoso, hablando desde el ámbito de la música de cine, de la
historia del séptimo arte. Sencillamente de una estructura tan arrolladoramente
romántica que la idea de filosofía musical o del sentimiento es, ciertamente,
escasa para definirlo. El mantenimiento descriptivo de las secuencias desde la
salida de la cárcel hasta la lectura de la carta... Y, a partir de aquí, de forma directa y violentamente delicada, el
compositor elabora una serie de melodías finales, incluidos los créditos, que
nadie, amante del cine, debiera desconocer. Thomas Newman narra el encuentro
final y las sensaciones últimas con una capacidad de genio indudable: la
apoteosis musical más grande que un servidor haya escuchado jamás. Obra
maestra.
Thomas Newman.
En conclusión, nos encontramos
ante, con seguridad, una de las composiciones para cine más grandes de todos
los tiempos. Una partitura solemne, delicada y tristísima que alcanza las cotas
más altas en la historia del arte y que no debería faltar en el conocimiento de
ningún amante de la cultura.
Imprescindible.
un gran soundtrack de una gran pelicula
ResponderEliminarHola, Antonio:
ResponderEliminarDespués de leer tu análisis musical y de descubrir a un nuevo compositor como Thomas Newman, me dan ganas de volver a verla. La próxima vez que la revise, la veré de una manera diferente, estoy segura. ¡Buen trabajo!
Un saludo.
Gracias, amigos. Thomas Newman es, desde hace tiempo, uno de los grandes. Combina, como todos, trabajos más flojos con sus grandes obras. No obstante, sus partituras mayores son inigualables. A ver si pronto vuelvo con otro artículo sobre él. Saludos!
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