Por Antonio Miranda.
‘’Si eres listo te preocuparás sólo
por ti, no puedes ayudar a los demás’’. Estas palabras resumen contundentemente
gran parte de la filosofía de ‘’La delgada línea roja’’. Un superior aconseja
al soldado que, reflexivo, apunto está de iniciar el avance hacia los enemigos;
anuncia su muerte, es lo que hace, pero, al tiempo, su vida. Silencio. La
orquesta (suave, sutil, sin graves) va apareciendo majestuosa y entrañable,
casi imperceptible; una melodía hermosa (sin tonos graves, repito) coincide con
la que los aborígenes de las tierras donde se escondía al inicio el soldado
entonarán al final de la historia, en los títulos de crédito. Un canto a la
esperanza, que es la muerte; es comprender cómo la vida sufre, precisamente,
viviendo. Se trata de la escena con la que cualquiera que atienda al trasfondo
de Malick podrá comprenderlo todo. También aquí se sintetiza la filosofía
musical del metraje. Hans Zimmer poblará los momentos con notas infinitas
tocadas por chelos y contrabajos. En ellos se apoya, absolutamente, toda la
música del compositor alemán para esta película. No lo hace, por otro lado, en
la escena nombrada (ni en dos o tres puntos esenciales), donde los graves de
las cuerdas no aparecen, desempeñando tal función el entramado de palabras y el
rostro contemplativo del soldado, pensamientos y circunstancias que nos vienen
dadas. Igual ocurre en la escena en la que dicho soldado fallece. Momento
cumbre y extasiante, absoluta belleza descriptiva de director y compositor
tratada de la misma forma que el instante reflexivo anteriormente nombrado y
con cuyos únicos análisis (necesariamente profundos) podría entenderse la magna
trascendencia de esta obra.
Hans Zimmer.
No recordar apenas nada sobre ‘’La
delgada línea roja’’ (como leí comentar a un espectador) supone pobre atención
a esta magnífica creación y todo lo que lleva detrás. Nos encontramos ante un
tratado de filosofía; es más, Terrence Malick otorga a la que en aquellos años
era la gran figura de la música de cine, Hans Zimmer, el honor de convertir sus
reconocidas y reconocibles notas en literatura absoluta. El inicio de la obra
ya nos lo aclara: el cocodrilo (símbolo de maldad, daño, poder; incluso del
origen de todo lo viviente) se adentra en el río. La naturaleza y el daño de
los humanos se unen, aquélla impasible, éste, lento y seguro. Suena la música
con un protagonismo hiriente y en la misma línea que lo hará durante todo el
metraje: ponderación de largas melodías, notas mantenidas majestuosamente y los
graves, ahora sí, como grandes reyes de todo. Precisamente son estos últimos
los que, en la primera escena, la describen con magno egoísmo. No suena nada
más, varias notas mantenidas en bajos a forma de efecto de sonido. Zimmer nos
está presentando, como lo hace también Malick, el esquema fundamental del
contenido.
Dos historias son narradas; ‘’La delgada línea roja’’ supone la dualidad, en una misma obra, de dos literaturas
distintas, una visual (las escenas, la guerra, los disparos, los diálogos) y
otra sonora (la música). Ningún episodio de acción, ni siquiera violento, es
sustentado por sonidos épicos, desorbitantes o, incluso, acelerados. Todo lo
contrario: Hans Zimmer acaricia las balas, la sangre y la desgracia siempre con su música deliciosa y casi
celestial. Es la música la literatura filosófica de la obra a la que le da
igual sonar mientras se mata. Ella (la música), impasible al drama, lo encumbra
ya, de antemano, hasta la gloria. No vemos: pensamos.
Zimmer
no narra episodios o imágenes sino que se dedica a describir etéreamente.
Cualquiera de sus composiciones podría usarse para todas y cada una de las
partes del metraje. Llega a encadenar múltiples escenas con una sola e incluso hacerlo mediante su
reconocido e imitado ‘’tic-tac’’ durante toda la pieza como base rítmica
marcada y repetitiva (magnífica en la parte en la que el grupo viaja desde la
costa de la isla a su interior). La
aparición del arpa y el oboe también son muy a tener en cuenta; entre tanta
cuerda, ellos son los que balancean largos conceptos musicales y nos adentran
en la historia que ocurre, la que se ve,
en los pequeños detalles de la imagen mientras los graves y las cuerdas
siguen tejiendo esa continua y delgada línea que sirve de lazo a las escenas y
de esencia a la obra.
Parémonos,
por último, en un detalle. Muere el sargento Keck. Maravillosa estampa,
intensa, llena de matices de todo tipo, artísticos, de cámara, ideológicos y,
por supuesto, musicales. Fragmentos así son los que engrandecen el estudio y
contemplación de las obras de arte. Vayamos a ello: suena la música. Nada de
alteraciones, nada de nervio musical; todo calma, insólita calma melódica al
tiempo que el sargento enloquece sintiendo su muerte. El compositor alemán
esconde ahora los graves, pero no se oculta él. ¿Por qué? No suena ningún matiz
que los ponga al descubierto, ni cuerdas, ni efectos. No obstante, ahí están.
La absoluta intensidad de la escena, los diálogos, la muerte cercana, las
interrelaciones de los protagonistas, todo eso actúa tomando el cuerpo de los
contrabajos y violonchelos. Es un momento intenso, máximo. Se conjuntan las
acciones y no los pensamientos, los cuales surgirán de aquellas más tarde, al
concluir el desaliento. La música, ahora, cede su poder descriptivo para dejar
que la propia imagen sea su narradora. Así ocurre durante varios momentos
cumbre del metraje; en ellos, Zimmer abandona los graves de la orquesta para
ceder el protagonismo a quien lo requiere: la acción, incluso el discurso
filosófico (siempre que este no sea partiendo de imágenes sin palabras, en cuyo
caso la orquesta suena en todo su potencial). Curioso: el compositor alemán,
maestro de la acción, compone música lenitiva para cualquiera de los momentos
trepidantes.
Concluyendo,
un trabajo exquisito del compositor alemán dentro de su línea melódica pero
que, sin duda, fue un salto adelante por encima de cualquier otro antes
compuesto tanto por su concepción como por la adaptación musical a la imagen.
Auténtica filosofía musical y exquisito trabajo compositor-director.
Interesante reseña la que apuntas. La semana pasada ví un filme que tenía pendiente, y para el que esperaba encontrar el momento apropiado para su visionado: se trata de 'Stalker', de Tarkovsky. Desde su visionado, y cada vez que la recuerdo, una profunda y enriquecedora huella ha quedado en mi memoria indeleble. La composición de la meditación de Edward Artemiev es extraordinaria, sublime.:).¡Qué maravilla! Saludos.
ResponderEliminarGracias Lumiére!!!! Ummm...algo de Artemiev/ Tarkovsky viene en camino (Solaris...Stalker..., no sé cuál elegir para el estreno de esta pareja. Se admiten propuestas).
EliminarAntonio, cualquiera de las dos será un gran estreno. Bueno, venga, me decantaré por 'Stalker', ya que para mí es la más reciente:). Música electrónica e instrumentos de viento,¡menuda mezcla! Saludos.
EliminarTotal y absolutamente magistral, tanto la película como la B.S.O. Creo que pocas veces me ha llegado tanto algo en el cine como cuando los soldados van en busca de la confrontación final con los japoneses y resuena la pieza The Journey to the Line.
ResponderEliminarUn saludo
Gran tema ese que comentas y magna su influencia en la música de cine posterior.
EliminarPersonalmente, lo que menos me gustó de toda la película fue la banda sonora, Hnas Zimer hace siempre bandas sonoras muy parecidas y ésto siempre termina cansando al espectador. Mucho mejor la banda sonora de "El Árbol de la vida".
ResponderEliminarAlejandro, interesante tema el que comentas, pero precisamente no estamos ante una banda sonora que Zimmer compuso repitiendo otras; fue pionera en el estilo del propio artista y en el de muchas composiciones posteriores, Cierto es que el músico alemán ha bajado veinte peldaños de golpe con sus últimos trabajos pero, aún así, su genio e influencia en la música moderna del séptimo arte es indudable. Desplat compone para El árbol de la vida una partitura precisa y corta, más bien funcional y lejos de su maestría. Malick no quiso una música original potente y principal sino artísticamente bella y práctica. Así se hizo. Un saludo cordial, Alejandro.
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