Por Antonio Miranda
‘’Yo quiero
muertos; odio vivos’’.
Mucho
ha cambiado la concepción artístico-musical sobre las películas de terror. El
arte, la escenografía, los argumentos, los medios. No obstante, el apartado
musical, al cual nos ceñimos, siempre ha sido, en su genérica idea, muy
parecido. Aportemos, eso sí, los potentes efectos de sonido o la electrónica
musical de la actualidad, que dotan a las imágenes de una fuerza aplastante que
años atrás no se podía conseguir. El compositor de antaño, así comparadas ambas
épocas, otorgaba a toda escena, o incluso detalle, una ‘’artística musical’’
que, aun queriendo simplemente describir un golpe, caída o instante, lo hacía
adornando el momento de una belleza orquestal que ahora ya no existe. Gran
parte de este cine estaba influenciado, como la obra que tratamos, por el
sinfonismo de autores como Saint-Saëns, Smetana, Debussy o Strauss, todos ellos
dando forma al preludio artístico de la música de cine: el poema sinfónico.
Waxman
describe las intenciones del filme ya desde la primera secuencia; los créditos
iniciales son el ejemplo y luego la escena de la charla entre los dos hombres y
la dama. No esperemos atmósferas tensas ni atronadoras escenas, la película no
lo exige. Nos adentramos en una exquisita concepción tragicómica de la obra,
uniforme y sin picos absorbentes que alteren el estado de ánimo de forma
brusca. Incluso cuando el monstruo se presenta por vez primera, el compositor
acude a tales circunstancias; sólo golpea con su orquesta nítidamente antes de
aparecer el rostro de Frankenstein. Una sutil e inteligente muestra de cómo va
a ser su composición: narrativa (breve y ejemplificador es el caso del doctor y
su esposa, cuando aquel ya se recupera y ésta le indica la presencia de algo
que se acerca a por él, ambos en la cama de la habitación) pero con ese toque
descriptivo, directo y potente, usado en contadas y estudiadas ocasiones.
La
llegada del doctor Pretorius es magnífica; igual resulta la descripción de
Waxman. El personaje es todo un símbolo de fuerza filosófica, en todos los
sentidos, y la música que el artista asocia al hombre siniestro y embaucador
es, como fue a la hora de presentar a Frankenstein, simple y rectilínea para
crear esa sensación de temor y respeto. Usa cuatro notas aderezadas con graves
y poco más, recurso genialmente explotado por los grandes clásicos de la música
de cine. La aparición de Pretorius contrasta con quien le recibe, la criada, el
lado extravagante y creativo de la escena, al cual Waxman también le da cabida
entre esas cuatro notas que se balancean acariciando al doctor: los vientos,
ligeros y suaves, quieren tildar de una ligera comicidad a esta extraordinaria
llegada del personaje a la morada del doctor Frankenstein. Reflejan la
presencia, aunque pobre y ensombrecida por Pretorius, de la criada. Incluso
Franz va más allá y, al preguntar la mujer el nombre nuevamente del doctor y
éste reafirmárselo, la orquesta cambia de tonalidad y entran entonces los
vientos a ser el instrumento principal, intentando luchar contra las cuerdas,
sin conseguirlo. Pretorius es demasiado firme y poderoso como para ser superado
por la locura creativa del personaje de la criada. Si nos damos cuenta, en definitiva, aquí se
resume maravillosamente el argumento y sentido global de la banda sonora. En
qué poco espacio de tiempo y con qué pocas y claras notas musicales. Exquisito.
A
partir de la presencia más continuada del monstruo, desde que es perseguido y
atrapado, el ámbito musical se convierte en un interesante poema sinfónico, ya
con cuerpo absoluto, con el que se narran episodios varios en el devenir del
personaje. Los principales temas musicales ya fueron presentados en el inicio
de la película. Pequeños apuntes descriptivos, como por ejemplo en los inicios
de las apariciones de Frankenstein, coincidiendo casi siempre con la imagen del
rostro en primer plano. Sin embargo, Waxman opta por la narración musical y da
rienda suelta a toda su creatividad; es aquí cuando hemos de estudiar, captar
la esencia de estas partes prolongadas y llenas de fragmentos y arreglos de
corte clásico. La culminación la podemos escuchar durante la crucifixión del
monstruo; sencillamente genial, un tema a recordar dentro de la música de cine
de toda la historia.
El
tema de Pretorius se hará más presente avanzando hacia el final. El personaje
se convierte en el Ser principal que resuelve, manda y piensa. Waxman se
centrará entonces en convertir su narración sinfónica en una descripción suave,
llegando al detalle de percutir y simular el latido del corazón, arrítmico,
experimentado por los doctores cuando estos descubren que cobra vida. Este
pequeño y machacón ritmo divergente que origina el compositor, arriesgada
apuesta, por cierto, sirve de base a la
estancia final en el laboratorio. Todo es tensión, los episodios se suceden,
pero Waxman consigue que pasen desapercibidos y nuestra idea quede martilleada
por el constante y embriagador ‘’latido’’, concluyendo la obra con la magistral
composición, dramática y romántica, del tema de la novia y el final del filme.
En
conclusión, una magistral obra de Franz Waxman que roza los grandes niveles
artísticos del sinfonismo alemán.
Me parece muy Interesante la reflexión que estableces sobre la composición artística de antaño y a la que considero muy acertada. Espero leer muy pronto una reseña dedicada a Edward Artémiev:).Un saludo.
ResponderEliminarGracias Lumiére!! Un pequeño adelanto, viene Stalker para muy prontito...
ResponderEliminarFelicidades por estas entradas tan detalladas e instructivas, para los que nos encanta la música y concretamente las bandas sonoras , como es mi caso y no tenemos grandes conocimientos musicales. Saludos
ResponderEliminarEs muy enriquecedor ver el cine desde la música y sobretodo, para los que lo hacemos, es seguir el blog de Ricardo y los comentarios que hacéis. Un saludo!!!!
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