Johan Borg (Max Von Sydow), pintor en crisis creativa, y su esposa Alma (Liv Ullmann) se trasladan temporalmente a una casa situada en una apartada isla, en donde serán invitados al castillo del barón Von Merkens (Erland Josephson).
La hora del lobo es, tal y como señala su protagonista, esa hora del día en la que más gente muere y más niños nacen; la hora en la que los sueños se tornan pesadillas.
Nos encontramos ante un filme de horror, probablemente el más sombrío y turbador de toda la filmografía bergmaniana. Una obra maestra absoluta en la que el cineasta sueco reflexiona acerca de las relaciones destructoras que se establecen entre el artista y su insaciable público.
Supone, además, la culminación de la influencia expresionista en Bergman, tanto desde un punto de vista estético (extraordinaria fotografía de Sven Nykvist) como conceptual. En este sentido, cabe recordar que la esencia del expresionismo es la interpretación subjetiva del mundo, predominando la imaginación y las fantasías oníricas sobre la realidad. Algo que sucede en la película, donde lo que ocurre en la realidad se confunde con la imagen atormentada que tiene de la misma el protagonista. De modo que, con frecuencia, lo que vemos en pantalla no es más que la exteriorización de los fantasmas y temores internos que lo acechan.
Esa estructura narrativa en la que se alternan lo real y lo pesadillesco, recuerda mucho a algunas de las narraciones de E.T.A. Hoffmann, escritor y compositor que ha influido de forma notable en cineastas como David Lynch, al que Bergman se adelantó varias décadas con cintas tan complejas y rompedoras como Persona (ídem, 1966) o la que ahora nos ocupa.
Al principio del filme, mientras leemos los créditos, escuchamos todo el ajetreo que precede a la filmación de una escena. Y es que, al igual que en Persona, que se iniciaba con planos sobre la puesta en marcha de un proyector de cine, Bergman nos presenta su obra como artificio, dejando claro que nos encontramos ante una ilusión.
A lo largo del mismo, destacan especialmente por su carácter perturbador, la secuencia en la que Johan se encuentra pescando y resulta atacado por un niño, al que finalmente tiene que machacarle la cabeza con una piedra para que lo deje en paz; así como toda la parte final que transcurre en el castillo. Es en este último y fascinante tramo de la película donde Johan se ve humillado, vejado y finalmente devorado por aquellos que se presentaban inicialmente como sus admiradores (secuencias que representan el miedo del artista de no estar a la altura de las exigencias de su clientela).
No se puede terminar este comentario sin hacer alusión al gran trabajo llevado a cabo por los actores, que al igual que en el resto de la obra de Bergman, es excelente.
En definitiva, una obra esencial de su autor y uno de los filmes más logrados de los que realizó en la isla de Farö; de atmósfera opresiva, angustiosa e inquietante.
Estando el que este comentario escribe bastante (o muy) contaminado por lo peor del cine actual, me cuesta conectar con determinados 'clásicos' del medio. Pero Bergman ha sabido tocarme, inquietarme, incluso desgarrarme, y sobre todo fascinarme. Esta película es más indigesta que aquella otra cinta con la que me inicié en la filmografía del maestro ("El séptimo sello"). Indigesta porque resulta más incómoda, porque es perturbadora como sólo puede serlo una pesadilla, porque se te cuela muy adentro y te desarma. Desde luego, es todo un preludio a lo que el chiflado de David Lynch haría muchos años después (de lo que se deduce que Lynch no inventó la rueda, lo sé).
ResponderEliminarUn saludo, cinéfago. De tú-ya-deberías-saber-quién... ;)
Es una película impresionante. Es como la cara siniestra de los sueños, frivolones, que plasmó Fellini en muchas de sus películas. La banda sonora es perfecta.
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