"Desde hace unos cuantos meses ya, todos los navíos descansan en sus puertos a lo largo de las costas francesas. De igual manera, en Cannes, los alegres pequeños yates ya no pueden navegar. Estrechamente apretados los unos contra los otros como pajaritos multicolores de lujo que estuvieran sostenidos por las alas, ya no pueden volar para sus dueños. El polvo y el barro se depositan sobre sus plumas antaño tan brillantes.
En esos elegantes barcos de recreo ahora viven poetas, pintores o músicos, todas personas libres y que ya no tienen mucho dinero. El verdadero dueño, inglés o americano, está lejos. Así se alquilan salón, cocina, camas y sillones transatlánticos por algunos duros al mes. Todo eso cabecea suavemente, sin por ello moverse. Hierbas, algas e insectos se han abierto camino hasta el casco. La cadena del ancla está cubierta por el verdín como un jinete de bronce en la plaza pública. Más lejos, en alta mar, aquí y allí, el agua azul chapotea alegremente. Las lanchas de las aduanas italianas surcan el mar y lo vigilan.
Mi amigo Alex vive en uno de esos yates difuntos. Está a la espera. No cree en la muerte. Piensa que sólo se duermen las cosas, a veces. Cuando por casualidad hay correo para él, los pescadores del Vieux Port gritan: 'Señor, ¡hay una carta para usted!' Todos le conocen y están a la espera, como él.
En el barco también vive el marinero Popoff. Popoff es ruso. Es un anciano de pelo blanco y maravilloso aire aristocrático, que ninguna situación mundial podrá alterar jamás. Popoff pretende ser marino de a bordo, cuentan que antes de la guerra habría sido suboficial, en la época en que el viejo inglés aún estaba aquí. Hoy ya no es posible verificar sus afirmaciones; lo entiende usted, hace tanto tiempo de aquello... De todas formas, no hay un alma en los muelles para poner en duda las pretensiones de Popoff. A decir verdad, no hace gran cosa. Duerme en su camarote, de madrugada va a la ciudad. De vez en cuando se le ve, livianamente gris, en algún lugar, y suele volver tarde. Únicamente aparece el viejo marinero cuando Alex recibe visitas. Entonces va hacia la bomba a bordo, vacía un poco la capa de agua que ya se extiende por la cala, bombea durante cinco minutos, sólo para que se note que algo pasa a bordo... y vuelve a desaparecer. El visitante tiene que saber que está aquí.
El otro día, 'han' declarado la guerra a Rusia. Al día siguiente empezaba la gran caza de rusos. 'Señor, sus documentos, perdón, no se puede pasar...' Los camiones, llenos de gente estrechamente apretada, corren por las calles. Las bayonetas brillan como navajas de afeitar, la guardia móvil triunfa. De pobres criaturas perseguidas: son los rusos esta vez... Ya ni se les presta atención, es igual.
Alex ha vuelto, aquella noche, más tarde que de costumbre. Adelante, Popoff está sentado en el suelo. La noche es estrellada. Pronto despuntará el alba. Al lado de Popoff está su maleta, un pequeño rollo de tela rellenado con todos sus enseres. Alex se sienta cerca de Popoff, quiere hablarle. Lo entiende muy bien porque él es checo expatriado y Popoff es un ruso expatriado: '¿Por qué, en Francia, hoy le meten preso a este y mañana a aquel otro? Ya no se sabe... Las razones por las cuales en otro tiempo uno ha dejado su patria se borran, pero lo que sí se sabe, es que aquí uno no tiene país...'
'Sabe, dice Alex a modo de consuelo, no es nada grave. Seguro que todo esto no es más que una medida de la policía. Se van a pasar unos días registrando, y luego, ya pasará... No sé ni por qué ni cómo usted ha emigrado aquí, Popoff, y no es asunto mío, pero a usted no le va a pasar nada, ¡eso, no! Es imposible...'
El anciano se queda muy tranquilo. 'Está usted equivocado, señor. Ése no es el motivo por el cual estoy molesto. ¡Ah, no! Me está malentendiendo. Verá usted, hace más de un día que esto dura. Los han encontrado a todos. Yo, soy el único que queda. Me van a olvidar. Quiero estar con mis compatriotas. Quiero estar en su lugar. Ya ve, ¡habría uno a quien no le tocaría como a los demás! Esperaré hasta las siete de mañana por la mañana. Si para entonces no han venido, me presentaré en la comisaría y me pondré a su disposición...'
Eso mismo hizo Popoff y no volvió a aparecer nunca más".
Precioso cuento, Ricardo, y que final! No solo sabía hacer buenas películas, Ophuls. Por cierto, fotaza la que has puesto en la cabecera y muy bonito el detalle de la nieve. Un abrazo!
ResponderEliminarHola, selegna:
EliminarMe alegra que te hayan gustado el cuento y la imagen de cabecera. Ah, y el detalle de la nieve. Usted como siempre tan atenta ;)
Un abrazo.