The Artist (ídem, 2011) de Michel Hazanavicius.

Años veinte. George Valentin (Jean Dujardin) es un afamado actor de cine mudo, que ve cómo su carrera se viene abajo con la llegada del sonoro. De forma paralela a su descalabro personal y profesional, asistimos al progresivo éxito de Peppy Miller (Bérénice Bejo), una joven actriz que se enamora de George. 

Este delicioso y anacrónico filme francés, mudo y filmado en un exquisito blanco y negro, es un encantador melodrama que rememora de manera nostálgica una época determinada, los años veinte, y un tipo de cine, el silente, constituyendo un más que estimable homenaje a este hermoso arte que tanto amamos. 

Con una factura técnica impecable a la que poco o nada se le puede reprochar, la película nos traslada a un momento clave en la historia del cine: el año 1927. O lo que es lo mismo, el año en el que el séptimo arte descubrió que sus personajes, además de moverse y gesticular, también podían hablar. Este hallazgo que conmocionó a la industria y sorprendió al público, supuso una verdadera losa para muchas de las estrellas del período anterior, que se mostraron incapaces de adaptarse a las demandas de la nueva era. Ese es precisamente el caso de nuestro protagonista (conseguida y carismática interpretación de Jean Dujardin), que pasará de ser el galán aventurero que más corazones rompía en la gran pantalla, a convertirse en una vieja gloria olvidada y cautiva de su propio pasado. 

Hazanavicius, también autor del guión, narra los acontecimientos de un modo espléndido, haciendo uso de muchos recursos propios del cine de la época y equilibrando adecuadamente el relato en su tránsito desde la comedia ligera hasta el drama. A lo largo del metraje encontramos algunos momentos realmente ingeniosos (la secuencia de la pesadilla), más de una inteligente metáfora visual (me quedo con la de la escalera) y no pocos guiños cinéfilos. Estos últimos van desde Ciudadano Kane, citada visualmente en un par de ocasiones, hasta Vértigo, a la que se alude con la inclusión del tema de amor que Bernard Herrmann compuso para la misma durante los últimos minutos de la obra. 

¿Por qué a pesar de todo lo comentado no considero que The Artist sea esa gran película que muchos han pretendido ver? Pues por la sencilla razón de que carece de personalidad artística propia, ya que en ningún momento se eleva por encima de su condición de mero homenaje. De hecho, argumentalmente no deja de ser una especie de remedo entre Ha nacido una estrella (ya sea la versión original de Wellman o el superior remake de Cukor) y Cantando bajo la lluvia, lo que hace que su desarrollo resulte tremendamente previsible.

En cualquier caso, se trata de un trabajo netamente superior a la media de lo que, semana tras semana, llega hasta nuestras deprimentes carteleras, por lo que recomiendo su agradecido visionado.