Por Antonio Miranda.
No comprenderemos el
sentido del uso de la música en ‘’2001: una odisea del espacio’’ sin antes
haber presenciado veinte minutos de secuencias impactantes, cuando el Hombre
aún no era tal. Escuchamos en este fragmento de historia el famoso motivo de Richard
Strauss ‘’Así habló Zaratustra’’, el ‘’Réquiem’’ de György Ligeti y el
‘’Danubio azul’’, de Johann Strauss, los tres más importantes de la banda
sonora que, finalmente, Stanley Kubrick decidió usar para su historia tras un
proceso de relación con el exquisito compositor Alex North que terminó con el
engaño de aquél y la enfermedad de éste, componiendo durante once intensos días
una partitura original (con indicaciones incluidas del director) que finalmente
Kubrick rechazó ante la sorpresa de todos y sin avisar a nadie. Vayamos con la
definitiva obra musical para esta obra maestra del cine.
El ejemplo más claro
de los tres mencionados lo representa el vals de Strauss, aparentemente forzado
paso de las secuencias de los monos a las espaciales. Refleja, intencionadamente,
el carácter tecnológico y avanzado del hombre actual respecto al prehistórico.
Su evolución la practica Kubrick a través de esta pieza musical que en el siglo
XVIII conquistó su rango de nobleza en Viena al introducirse en la selecta ópera
y el estilizado ballet y nos da a entender, a parte el matiz lento y suave de
las imágenes, ese salto evolutivo y la forma superior y poderosa de la mente
humana actual respecto a la primitiva. La aplicación que luego hace de este
vals sobre imágenes preciosistas es un detalle logrado y lógico, pero que en
algunas ocasiones olvida la sincronización exacta y estudiada con las
secuencias. Lo veremos. En segundo y tercer lugar situamos los otros dos temas,
el de Richard Strauss y su inclusión guarda relación con el sentido religioso y
de poder absoluto que Kubrick aplica en su película a la figura del Monolito
(como dador incluso, o referencia individual, del Universo), descrita su acción
sobre los humanos (o su mente) a su vez mediante el tercero de los temas, el de
Ligeti, más vanguardista, experimental y misterioso, como resulta desde el
inicio la acción del extraño objeto sobre los hombres.
El desarrollo del
final de la primera parte, a punto de entrar ya de lleno en la segunda y la
evolución verdadera del argumento, se centra, musicalmente hablando, en el
empleo de la obra de Johann Strauss. Parémonos en ella: un uso entusiasta y
refinado y una combinación música-imagen exquisita (aunque sólo en apariencia).
Las secuencias en las que es aplicado carecen de trascendencia real, por lo que
su función, una vez habiendo aclarado el matiz del paso a la civilización como
manera de organización superior en relación a la primitiva forma de vida
humana, se limita a una sencilla descripción de lo que vemos. Atendiendo a este
matiz, tal vez su falta de sincronización en algunos instantes podría ser
obviada mas, no obstante, sí presenciamos por momentos detalles de un empaste
de las notas con las figuras en pantalla verdaderamente interesante y logrado:
el descenso de la nave en la que viaja el doctor Floyd, abriéndose las
compuertas de la base Clavius, es hermosamente descrito, incluso ahora narrado
gracias a la buena sincronización, y su presencia en pantalla nos hace
preguntar: ¿por qué no sucede esto en el resto del tema, cuando el compositor
cambia ritmos, estructuras o contenidos de su música y la imagen de Kubrick no
llega siquiera a inmutarse? Es evidente que para el espectador global tanto
detalle referido pasará desapercibido, pero no para el inquieto en este mundo
tan rico e importante de las partituras para cine.
A la hora de metraje,
la composición alcanza un clímax importante, crucial incluso para entender la
postura del director hacia la obra original que encargó a Alex North. La
expedición de científicos llega a la Luna, donde el doctor Floyd conocerá el
nuevo descubrimiento (el Monolito). Suena de nuevo György Ligeti, ahora su
‘’Lux Aeterna’’ y entrando en las lindes del Monolito, el ‘’Réquiem’’. Su
‘’micropolifonía’’ y experimentación marcan el camino básico de la idea de
Kubrick. La obra de North no se movía por este linde extraño y novedoso, acudía
a una sincronización exquisita, una fuerza única y calidad indudable pero, pese
al gran trabajo (grabado y editado años más tarde por su amigo Jerry Goldsmith),
el matiz inquietante y oscuro del Monolito jamás habría visto la luz. Ligeti
compone en estructuras lineales largas y vocales, detalle que une la figura
divina del objeto descubierto (y presuntamente sobrehumano) con la de los
hombres. Siempre se escucha al compositor húngaro en ambientes exteriores y
asociado en todo momento al Monolito como estructura física o bien influencia
directa (escenas en negro o último viaje al más allá). El carácter místico y
verdaderamente musical de ‘’2001’’ no tiene nada que ver con los Strauss,
sentencia arriesgada la que presento pero, en opinión de quien esto escribe,
sin ninguna duda que pueda llevarnos hacia otro lugar.
‘’Misión a Júpiter’’.
El inicio de la encomienda nos presenta un nuevo y crucial personaje: el ordenador
de la serie 9000 Hal, descrito inteligentemente por Kubrick al aplicar en
pantalla el adagio de la ‘’Gayane ballet suite’’, del compositor soviético de
origen armenio Aram Khachaturiam, una estupenda pieza de gamas tranquilas y
ligeramente enigmáticas, como va a resultar la evolución de la máquina en la
historia. Magnífico inicio de esta parte para nada asociado con el ambiente
tranquilo y pausado de la expedición espacial y sí, como se indica, con el
ordenador Hal. Fragmento extenso en el que ninguna pieza musical más sonará. La
relación que establece el director entre música y personaje es, inicialmente,
fascinante.
‘’Júpiter, y más allá
del infinito’’. Dos horas de historia. Nueva, directa y visual referencia al
Monolito. Escuchamos de nuevo el ‘’Réquiem’’ de Ligeti. La tonalidad musical de
la historia ha dado, empleando un par de piezas y escasos minutos, un giro
brusco dejando atrás la suavidad de los valses y la universalidad de las piezas
clásicas. Las imágenes siguen presentando una poesía visual y una pausa
extremas, hermosas. No escuchar ya, desde hace muchos minutos, la música de
Strauss nos lleva a ratificar la teoría propuesta del sentido de ésta en el
filme, muy lejano al que muchos quieren atribuirle de manera única, como es la
representación de la solemnidad visual. Sí, existe (ya comentado), pero su
crucial cometido fue enlazar vida primitiva con la suntuosidad de la evolución
a la moderna. Una vez ‘’gastada’’ esta
función, Johann Strauss desaparece. Por otro lado, el detalle de la aplicación
del ‘’Réquiem’’ de György Ligeti nos hace ver la figura del extraño objeto como
algo más allá de la común ubicación referente al concepto de Dios o la Idea. El
réquiem es una composición musical que se asocia a los difuntos, a la muerte.
Aquí encontramos, desde el punto de vista musical, una interpretación posible,
interesante y por la que me decanto, terminado el estudio de la partitura que
Kubrick aplicó sobre el extraño elemento: la muerte; más aún, la Muerte como
concepto global y amplísimo que, de la misma forma que interpretaciones
directas, podemos incluso asociar con la idea de Dios. Complejísimo.
El desenlace contiene
un poder compositivo excepcional, tanto de imagen como de música.
‘’Atmosphères’’ supone, en la secuencia de las luces y paisajes vanguardistas,
el colofón a su presencia, como pieza musical, en toda la obra. Una elegía por
lo desconocido, lamento al miedo, al terror por no saber qué… (así se muestra
durante su audición, única e individual, en las pequeñas partes en negro, al
inicio y mitad del filme). Su proyección hacia los colores y formas que vemos,
por las que permanece el astronauta tras ser atrapado por el Monolito, es una
prueba de paciente filosofía y meditación de todo aquel que sufre o ve. György
Ligeti se ha convertido en pieza clave en la presente historia. Y, por fin,
Richard Strauss de nuevo, tras todo el argumento, poderoso para trazar un lazo
de incertidumbre en torno a la figura completa y global del Universo y el Ser
Humano, motivo por el cual se escucha al inicio y final de la obra.
En definitiva, una
partitura para ‘’2001: una odisea del espacio’’ que, si bien carece de
trabajo original, es inteligentemente aplicada y su sonoridad y significado
real, lejos de mantenernos entre las dos famosas piezas que suenan y la mayoría
de espectadores conoce, nos conducen inexorablemente (quizá como el Monolito)
hacia las texturas dramáticas y oscuras de György Ligeti, auténtico referente
de esta obra. Gran trabajo de elección y aplicación de Stanley Kubrick y
excepcionales piezas clásicas.
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