Por Antonio Miranda.
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La expresividad musical en el
western ha mantenido un altísimo nivel a lo largo de la historia. No es de otra
forma el caso que nos ocupa y, menos aún, hablando de Ennio Morricone. Gran
primera escena e interesante detalle en los créditos iniciales (ambos se funden
en una sola idea), que suelen ser ejemplo del contenido básico de la partitura
de cualquier película. Créditos e inicio, si compositor y director aúnan
esfuerzo en pro de la calidad artística, llegan a resultar la síntesis y
concepto esenciales de la música trabajada para ese filme.
Silencio
absoluto y expresiones faciales idénticas en todos los personajes y durante
toda la primera escena, incluso cuando llega el cuarto hombre y baja del tren,
desencadenando los disparos. A continuación, de nuevo silencio absoluto,
únicamente quebrado por los efectos sonoros. Me extiendo en esta primera
secuencia ya que la composición, como idea, resulta fundamental: ¿seríamos
capaces de, habiendo visto las imágenes, volver a pasar la cinta desde el
inicio escuchando únicamente el sonido y reconocer al instante la secuencia
exacta de tensión? He aquí la clave: la angustia. Existe este breve momento
musical durante la larga primera escena, pero hábilmente es el compositor quien
la saca a la luz; ni gestos (o sí, pero impávidos), ni lenguajes, ni efectos.
La música aparece por primera vez, desde el comienzo, dura menos de un minuto
(precedida de la pequeña pieza para armónica del personaje) y desaparece.
Súbitamente después: el sonido constante del movimiento del antiguo molino, que
se escucha desde el principio y que refleja esa quietud, turbada por la música
de pronto. Sin darnos cuenta, en escasos segundos, Morricone ha acaparado el
absoluto dominio de una larga e inicial escena. Genial.
El
transcurrir de la primera mitad de la historia es similar a lo explicado. El
compositor se limita admirablemente a narrar los acontecimientos cruciales muy
puntualmente y de forma rápida, aunque con inteligencia. Son temas cortos en
comparación con la duración del metraje, muy cortos. En la primera media hora,
tres: la escena indicada, la matanza de la familia y la llegada de la mujer. En
todas ellas sucede una curiosidad artística exquisita: Sergio Leone (el
director) muestra lo que acontece; inmediatamente ocurrida la secuencia de
acción, o a punto de suceder (nunca dentro de ella), el compositor aparece y es
él mismo quien describe de una forma tan estéticamente genial que su función
descriptiva se transforma inmediatamente en narradora de la historia. Pocas
veces, en la música para cine, el artista consigue llevar a otra dimensión la
que en principio pareciera lógica. Morricone, sin duda, lo hace. Es más, los
tres momentos mencionados son, hasta ahora, presentados por temas distintos e
identificativos, eso sí, con una unión de estilo y tipología que se mantendrá
durante todo el trabajo.
Detengámonos
en la secuencia de Jill McBain, la dama que llega en el tren, personaje
crucial. La escena es de una belleza musical abrumadora, un ejemplo inigualable
de cómo la música narra y no describe, de cómo la partitura del genio italiano
es capaz de acompañar una imagen recordando otra (lo hace evocando la tragedia
que inmediatamente antes acababa de suceder y que espera a la mujer sin ella
saberlo). El cuadro musical, imprescindible, se divide en cuatro partes: la
llegada de Jill a la estación (la música se inicia cuando la dama percibe el
abandono), la marcha de la señora hasta los encargados del tren (es la
aparición de la soprano y el reflejo de la muerte; la voz femenina es de una
belleza autoritaria y surge delicada justo cuando los elementos visuales de la
imagen, que en ese instante presenciamos, comienzan a moverse, previa
contemplación de ella y estatismo de todo, incluidos los dos operarios que la
secundan. Un detalle pequeño pero que, en el estudio de una partitura como
ésta, rebosa de un sensacional dominio de la situación), el paso de la estación
al pueblo (en esta ocasión la orquesta sube el nivel y se olvida la muerte; Jill
entra en el pueblo y el tono de la música es ligeramente inquietante, como el
suyo) y la marcha por las calles del lugar (vuelve la voz de la soprano, la
orquesta iguala su nivel de intensidad y la mujer descansa su inquietud al ser
recogida y guiada por los caballos. Ya no está sola). Nos encontramos ante un
tema nada propio de una película del género. El sonido plácido del clavicordio
y la voz delicadamente fascinante de la soprano bien nos podría servir de pieza
operística más que de notas para un western. Pero, evidentemente, aquí no
importa dónde o cómo o cuándo ocurre; interesa qué ocurre y qué se siente.
Morricone manda, dirige, plantea; compone la música antes del rodaje. Esto lo
explica todo.
La
ductilidad del maestro Morricone es asombrosa. La música de Hasta que llegó
su hora guarda una adaptabilidad a las situaciones y caracteres de los
personajes altísima y consigue aunar cuadros desiguales en uno principal, que
es el sentido global de la partitura. Desde la suavidad del tema de Jill antes comentado
(que descansa en toques dóciles de clavicordio y voz), hasta la brusquedad y
torpeza del que corresponde al bandido Cheyenne (matizado con toques continuos
de guitarra algo rudos), pasando por la armónica (que rasga el alma herida del
hombre sin nombre, como fiel reflejo de su presencia en la música blues) o el
tema de Frank (de corte curiosamente melancólico y con la orquesta formando un
colchón sobre el que suena el oboe, la flauta…). Hasta el momento, más de
cuarenta y cinco minutos de cinta, Morricone trabaja como pintor artístico de
personalidades y rostros, de ojos y miradas y al tiempo, casi sin pretenderlo,
ha narrado cual escritor empedernido, el lento y meditado transcurrir de la
historia. Pero esta orientación seguirá con el paso de los minutos. La
partitura se limita (bendita limitación) a pintar esos cuadros de caracteres de
forma breve y directa y, más aún, enlaza unos con otros (como pasa en la misma
trama) mediante la aplicación del tema de un personaje en la escena de
cualquier otro que se relacione con el primero. Este es el caso de Frank, de
estudiada musicalidad, cuya primera y estelar aparición (en la matanza de la
familia) es interpretada por el maestro italiano con el tema de la armónica del
‘’hombre sin nombre’’ (el vínculo entre ambos será crucial y el artista opta
por introducirlo mediante las características musicales de su enemigo;
inquietante, al menos, y sin duda magistral). Más adelante, el tema musical
propio de Frank, que lo describe con prudencia exquisita, surgirá por vez
primera no con él sino cuando Jill, la mujer, se mira en el espejo. Importante
será la relación entre ambos durante la trama, anunciada ya por Morricone en la
secuencia del espejo. Se ve a Jill pero se percibe también a Frank.
Ennio Morricone.
Prácticamente la primera aparición
de la partitura mediante un tema alejado del entramado de los descritos
pertenecientes a cada personaje se produce en una escena en la que participan
Frank y ‘’Armónica’’, una especie de unión entre ambos adelantando el desenlace
final. Morricone experimenta sin pudor y separa la impresión causada por el
resto de temas anteriores con la del presente, afianzando más la secuencia y el
lazo que une a los dos hombres.
La parte final es magnífica; no
aporta nada nuevo en cuanto a composición, pero sí en lo referente a intención.
Aparecen los temas de Cheyenne y Jill, y el desenlace se convierte, precedido
del acontecimiento esperado (el duelo final, narrado por el tema de
‘’Armónica’’ en todo su esplendor, que ahora sí ya llegamos a comprender gracias
a la historia), en un drama absoluto con tintes verdaderamente tragicómicos.
Morricone finaliza de forma asombrosa y directa el argumento y, más allá, los
personajes. El tema de Jill enlaza ahora el recuerdo de Frank, la marcha
(poderoso romanticismo) de ‘’Armónica’’ y la muerte de su amigo, cuyo tema, por
su parte, sorprende escuchar en sus momentos finales de vida. Nada, ni el
sufrimiento, cambia su carácter, fijado por la melodía, que cerrará la
composición en los créditos finales. El tema de Jill sonaba intenso al llegar
la dama al pueblo. Ahora es ella quien se encuentra en pleno esplendor de la
creación del suyo propio. Sus notas brotan de nuevo y la historia cobra una
figura ya idealizada por la partitura. Magnífico.
Hola, Antonio:
ResponderEliminarDe este gran clásico poco puedo añadir, pues aún no he tenido ocasión de verla... ¡Ha de ser que aún no le llegó su hora!:).
He escuchado algunos de los temas que has adjuntado en la reseña, y el primer tema musical me ha parecido muy bello. El último trabajo que escuché del maestro Morricone fue en "La cosa", de Carpenter. Personalmente me resultó difícil reconocer su estilo, aunque su "renovada" aportación musical resultó crucial para un filme de tan estimable envergadura. No sé,¿a tí que te parece?
Bueno cambiando de partituras...sería un placer leer una reseña tuya dedicada a la partitura del compositor francés Maurice Jarre, por su trabajo en "Doctor Zhivago". Ya sé que tienes en cuenta mis peticiones:). Gracias por tenerlo en consideración.
Un saludo.
Hola Lumiére!! Personalmente Morricone nunca me ha llegado a enganchar irremediablemente; no obstante, consigo ignorar este aspecto y apreciar su inmensa calidad en la historia del cine como, sin duda, un grande. El trabajo para el filme tratado cobra una atmósfera hermosísima escuchada la música junto a las imágenes y la historia. Te recomiendo que la veas, disfrutarás, yo pasé unas horas inolvidables estudiándola.
Eliminar''La cosa'' ya está prevista, si Ricardo y un servidor no consideramos finalmente situarla en otro lugar, incluirla para el terrorífico mes de abril próximo. Para nada resultó un gran trabajo del maestro en comparación con otros suyos. Resumiendo, en ''La cosa'' Morricone compuso al estilo del genial Carpenter y, como apuntaré en el artículo, hacerlo como John nadie es capaz, aún llamándose Ennio Morricone. El fallo fue no componer ''La cosa'' usando su propio estilo.
Respecto a Jarre, es uno de mis músicos favoritos y, curiosamente, no tengo ningún score suyo en el horizonte. Sin duda, lo haré. Zhivago puede ir preparándose ;)
Un abrazo y gracias siempre por tus comentarios!
Hola Antonio:
ResponderEliminarY que opinas del tema que corresponde a Morton, las escenas donde se escucha son magnificas, personalmente es mi favorito de este gran soundtrack.
Espero que algún momento te animes a comentar el otro hermoso soundtrack de este gran músico, Erase una vez en America!!!
Saludos desde Lima.
Hola, Zarturo! Interesante apunte el tuyo sobre el tema de Morton. Podríamos considerarlo como secundario en el filme, pero también muy atractivo. No está tan presente como los demás, pero su finalidad es clara y habilidosa: unas notas de piano en oscilación, algo así como simulando el sonido del mar (su ansiado deseo) y realmente muy tenues, como su estado enfermizo y moribundo. Buen detalle el que has apuntado.
EliminarTomaré nota de tu sugerencia y en unos meses la haremos. Un abrazo desde España!!!!
Hola Antonio,
ResponderEliminarHoy he seguido tu recomendación: le llegó su hora a "C'era una volta il west".Tenías razón, he disfrutado mucho viéndola, ¡¡no podía ser menos!! La primera vez que escuché el sonido del clavicordio del tema de Jill fue precisamente después de leer tu estudio. Después de haberlo escuchado junto a sus imágenes y a su historia, su composición me ha resultado tan abrumadora como sobrecogedora. La fusión clavicordio-voz soprano adopta formas de expresión tan sutiles que son perfectamente adaptadas a la emoción sugerida en cada momento (evocan abandono, soledad, paz espiritual, recogimiento, tristeza, quietud, cambio). Como tú bien señalas, los temas son tratados con brevedad; así pueden ser recuperados a posteriori en el transcurrir de la historia, sin caer en lo fatídico de la repetición desmesurada. No sé si mi percepción musical y opinión personal serán acertadas o no, pero hubo un momento, una vez pasada la hora de metraje, que pensé que si las imágenes seguían teniendo la misma intensidad musical y recibiendo el mismo tratamiento como hasta entonces, caerían en el error de la saturación musical, aunque al final lo supo resolver con sabia maestría. A lo mejor peco de atrevimiento, pero pienso que algunas notas no deberían de haber sido tan “aprovechadas”, harto difícil para un largometraje de tan prolongada duración. No sé, me gustaría conocer tu opinión.
Resulta cautivadora la forma en que la música describe algunos aspectos de la idiosincrasia de cada uno de los personajes, nos los presentan y se interconectan. Un prodigio de lirismo.
Un abrazo.
Hola Lumiere, siento que se me pasara este comentario tuyo por entonces! El aprovechamiento o no de notas o temas principales, o secundarios, es algo, en mi opinión, totalmente subjetivo. Se pueden repetir y dar sensaciones de demasiados instantes musicados de tal forma; por el contrario, si en un largometraje de pronunciada duración no se vuelve a usar esa música cuando su asociación aparece en pantalla, el argumento puede perder solidez y globalidad. Ahí entra en juego la genialidad de los artistas que, sin duda (y más tratándose de Morricone), sobrepasan nuestro juicio y entendimiento. Por otro lado, está la opción de no musicar, lo cual lleva al espectador a lugares insospechados para el director y, por otro lado, la de componer fervientemente todo, que resulta la guía más auténtica para cualquier director ya que, por medio de los temas y asociaciones, nos conduce directamente hacia los terrenos que él pretende. Saludos, Lumiére!!!!! Seguimos atentos al cine y su música. Gracias!
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