“La
cara humana. Nadie la dibuja en la pantalla como Bergman. En sus películas
recientes no hay nada más que bocas que hablan, oídos que escuchan y ojos que
expresan la curiosidad, hambre, pánico…”. (François Truffaut)
Dos hermanas, Ester (Ingrid Thulin) y Anna (Gunnel Lindblom), y el hijo
de una de ellas (Jörgen Lindström), se ven obligados, debido a la enfermedad
que padece la primera, a hospedarse en un hotel de una desconocida ciudad
europea que parece estar en guerra.
Aterradora y desasosegante obra mayor con la que el maestro sueco cierra
la llamada “trilogía sobre el silencio de Dios” tras Como en un espejo y Los
comulgantes. Debido a su contenido erótico, bastante explícito para la
época, el filme fue censurado en diversos países, entre ellos España, donde no
se pudo ver hasta bien entrada la década de los setenta. Tystnaden es una de las películas más minimalistas de Bergman. Una
pieza de cámara con pocos personajes, diálogos y escenarios que profundiza en temas
como el vacío existencial, la enfermedad, el odio, los celos, el rencor o la
muerte.
El argumento gira en torno a la difícil relación que mantienen las dos
hermanas. Un combate psicológico entre caracteres opuestos que recuerda a la “lucha
de cerebros” strindbergiana. Ester es una mujer fría, reprimida e intelectual;
Anna es voluptuosa, sensual y promiscua. Sus diferentes perspectivas a la hora
de ver y entender el mundo, conducen a una inevitable y cruda confrontación. A ello
habría que sumar la actitud castrante que Ester siempre ha ejercido sobre la
conducta de su hermana, cuya probable causa no es otra que un incestuoso y
secreto deseo carnal. Bergman subraya el distanciamiento y la incomunicación
entre ambas mediante la ubicación de cada una de ellas en habitaciones
distintas, aunque unidas por una puerta que suele permanecer abierta. De este
modo resulta frecuente que veamos en un primer término del encuadre lo que hace
una, y, al fondo del mismo, a través de la puerta, lo que hace la otra: vida
(Anna) y muerte (Ester) conectadas en una claustrofóbica y sofocante atmósfera.
El pequeño Johan, por su parte, se limita a contemplar todo aquello que a su
alrededor acontece, deambulando sin rumbo fijo por los largos y solitarios
pasillos del espectral hotel. Durante esos paseos se topará con un simpático y
viejo conserje, además de con una troupe
de artistas enanos que aportan con su presencia un toque surrealista a lo Buñuel.
La precisa y desnuda puesta en escena, sublimada nuevamente por la fotografía
en blanco y negro de Sven Nykvist, se jacta en escudriñar, por medio de
primeros planos, caras marcadas por el profundo abismo de la frustración.
El filme se inicia con un admirable plano secuencia que transcurre en el
caluroso interior de un vagón de tren en el que se nos presentan a los tres
personajes principales. A través de una de las ventanillas, Johan observa la sucesión
de un buen número de tanques que aparecen ante él como si de difuminadas
sombras se tratasen. Como vemos, Bergman no necesita hacer uso de ningún tipo
de pirotecnia para transmitir la amenaza que supone el conflicto bélico
exterior. Aquí, la (invisible) guerra es utilizada como elemento contextual que
enfatiza la opresión a la que están sometidos los protagonistas. Al final del
metraje, volveremos a ese mismo vagón, y al igual que Anna, que se asoma por la
ventana para que la fría lluvia caiga en su ardiente rostro, nos sentiremos
liberados después de tanta angustia. El acelerado “tictaqueo” del reloj (quizá metáfora del
peso del tiempo) que hemos escuchado en determinados momentos de la cinta se
detiene. Ya sólo queda el silencio… el silencio… el silencio… el silencio… el
eterno e insoportable silencio…
Gran película de Bergman para cuyo visionado se necesitan como mínimo 5 horas: poco más de hora y media de duración de la película y el resto del tiempo para reflexionar sin parar sobre los múltiples temas que trata.
ResponderEliminarLa verdad es que la trilogía es uno de los momentos culminantes no sólo de su director, sino de la historia del cine.
Hola, Carlos:
EliminarEs lo que tiene el cine de Bergman, que da para reflexionar y hablar durante horas. La trilogía sobre "el silencio de Dios" es de lo mejor que hizo, sin duda.
Un saludo.
Sobran las palabras. O faltan. En un país cuya lengua se desconoce solo queda la posibilidad de la traducción de palabras aisladas e inconexas (como si de una asociación libre freudiana se tratara) por obra de una mujer atada a un padre muerto (y del que parece que ha asumido el rol en su relación con su hermana, pues la censura cual progenitor castrador), a una hermana que ama y odia a la vez, y a un niño que necesita pero que no se deja acariciar. El mundo es irrespirable: la pobre se ahoga. El niño lo ve todo, y también comprende (o eso parece): los ojos con los que mira a su madre en el tren, al final, después de que ella haya abierto la ventanilla para refrescarse, lo dicen todo: ¿ha interiorizado la mirada con que su tía ve a mamá? Es una mirada (la de su tía y la de él) llena de rencor. Mamá se burla de los dos (¿de qué sirve una lista de palabras?). Vaya triángulo. La única nota de ternura en este film tan sombrío y desquiciado es el camarero que cuida a la enferma. Y J.S. Bach. Bergman en la cúspide de su arte.
ResponderEliminarHola, josep:
EliminarComentario muy lúcido el tuyo. Agradezco que te pases por aquí.
Un saludo.
¿Bergman...un cine para "intelectuales"?
ResponderEliminarEl silencio fue una de las conmociones (físicas) más potentes que experimenté en toda mi vida...
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