“El
progreso tecnológico sólo nos ha provisto de medios más eficientes para ir
hacia atrás”.
(Aldous
Huxley)
Monsieur
Hulot (Jacques Tati), que no tiene oficio ni beneficio, recoge cada día a su sobrino
(Alain Bécourt) a la salida del colegio para llevarlo a la casa de diseño
vanguardista de su hermana (Adrienne Servantie), felizmente casada con el señor Arpel
(Jean-Pierre Zola), quien intenta conseguir un empleo a su cuñado en la fábrica de plásticos donde trabaja.
Con
Mon oncle, Jacques Tati no sólo
alumbró una de las comedias más sofisticadas, originales y divertidas de la historia del séptimo arte, sino que también consolidó una nueva escritura cinematográfica que empieza y
termina con él. La película, de deliciosa imaginería audiovisual, supone una
inteligente sátira sobre la sociedad moderna ultratecnificada y la élite social
que se beneficia de ella. Ganó el Óscar a la Mejor película de habla no inglesa
en 1958.
En
Mi tío, el inmarcesible autor de Playtime confronta dos espacios urbanos
que difieren tanto en morfología arquitectónica como en sustrato social y humano. Por un
lado está el barrio tradicional en el que reside Monsieur Hulot, caracterizado
por el alborozo y el continuo ir y venir de unos vecinos que parecen conocerse desde
siempre. Es un barrio cálido, lleno de color y de vida, cuyo centro de
interacción lo conforman la plaza y su mercado diario. Frente a él, el
barrio residencial donde viven el matrimonio Arpel y su hijo. Una zona de
viviendas unifamiliares de arquitectura moderna (“No estoy en absoluto en contra de la arquitectura moderna, pero creo
que además del permiso de construcción se debería emitir un permiso para
habitar”, decía Tati a propósito de su película). La vida en comunidad del
barrio de Hulot no existe aquí. Los edificios son monocromos, sobrios,
geométricos. El único elemento colorista procede del escaso mobiliario y los
jardines minimalistas. El resto resulta frío y cerebral. Demasiado calculado. Las
relaciones entre vecinos (escasas) gravitan en torno a la superficialidad y la apariencia.
Monsieur Hulot (y un grupo de perros callejeros) constituye el único nexo común entre los dos barrios, pero
desentona mucho en uno de ellos. Ya saben cuál. Soltero, en paro y sin hijos, vuelve a suponer
la nota discordante dentro de la sociedad elitista de los estereotipos y las
convenciones. Ésa a la que Tati ridiculiza con sutil ironía. De ahí los intentos
de su hermana y de su cuñado por integrarlo en ella tratándole de conseguir un
puesto de trabajo y una relación amorosa con la vecina de al lado. Porque, según
la opinión del señor Arpel, Hulot supone un “mal ejemplo” para su sobrino: ese pobre
crío que se aburre como una ostra cuando está en compañía de sus padres, y que,
en cambio, se lo pasa en grande junto a su tío.
Mon oncle
fue la primera obra en color de Tati, aunque nadie lo diría a tenor de su
brillantísima composición cromática (incluido el vestuario). Como suele ser
habitual en la filmografía del director francés, los decorados cobran una
importancia capital en el desarrollo la historia. De hecho, la trama, por otra parte mínima,
algo también característico en el cómico de Le Pecq, no puede concebirse sin
ellos. Destacan el decorado de la vanguardista vivienda de los Arpel (el más conocido), y el del viejo
bloque que habita Hulot. Con respecto a este último, resaltar un plano general
fijo (en realidad son varios planos fijos con cortes apenas perceptibles gracias al
montaje) del mismo en el que se puede apreciar, a través de las ventanas que
dan a los descansillos del edificio, todo el recorrido vertical que Hulot hace desde
que entra por el portal hasta que llega a su buhardilla, situada en la última
planta. La sola concepción y ejecución de este plano me parecen de una
genialidad sin parangón.
Concluyo
la reseña aludiendo a algunas de las secuencias más ocurrentes del filme, todas
ellas protagonizadas, como no podía ser de otro modo, por el deliciosamente
inútil e incapaz señor Hulot: la de la cocina en casa de los Arpel; la de la entrevista
de trabajo en la fábrica; la de la fiesta en el jardín para buscarle pareja a Hulot; o aquella otra, hilarante, en la que éste está a
punto de convertir la fábrica de mangueras de plástico donde lo emplean en una
“charcutería”.
A falta de ver "Playtime" (lo cual espero enmendar un día de estos), esta película me parece una obra maestra difícilmente superable. Y esa música inolvidable que el director asocia al barrio tradicional...
ResponderEliminarSaludos.
Hola, ricard:
EliminarPara mí 'Playtime' es la mejor película de Tati. Simplemente grandiosa.
Un saludo.
Estupendos tus análisis de las películas de Jacques Tati. ¿No vas a hacer crítica de la que te falta? Un saludo.
ResponderEliminarPor supuesto. En cuanto pueda reseñaré 'Trafic'.
EliminarUn saludo.