“Hay que elegir: mentir
o morir”
Tras
salir de la cárcel, el hastiado Maurice Faugel (Serge Reggiani) prepara un robo
fácil para el que Silien (Jean-Paul Belmondo), un viejo amigo, le proporciona las herramientas
necesarias. Como el robo sale mal, Maurice sospecha que Silien lo ha delatado.
Soberbio
ejercicio de cine negro con el que Jean-Pierre Melville, a partir de una novela
menor de Pierre Lesou, se sitúa a la altura de sus admirados clásicos estadounidenses
del género (yo diría que incluso los supera), alumbrando una oscura, ambigua y
compleja fábula sobre la mentira y la traición, con sabor a tragedia clásica en
su fatalista desenlace. El título original de la película, refuerza precisamente
esa ambivalencia del relato, al poder referirse tanto al sombrero que porta el
personaje de Silien, un doulos, como
a su posible condición de confidente de la policía, puesto que en el argot del
gremio policial/criminal, el término doulos
también se utiliza para designar al chivato o soplón. Magníficas
interpretaciones de Serge Reggiani y un impecable Jean-Paul Belmondo en su
arquetípica encarnación del impávido antihéroe melvilliano.
El
autor de El silencio de un hombre (Le Samouraï, 1967) se movía como pez en
el agua en ese ambiente turbio de hampones, policías, clubes nocturnos y
fulanas que tan bien refleja El
confidente, donde vuelve a optar por una realización sobria, al estilo
Bresson (Melville, al que algún necio de la época acusó de plagiar a su compatriota,
respondía, ni corto ni perezoso, que era éste quien lo copiaba a él), aunque
plagada de claroscuros que remiten a la imaginería sombría del cine
expresionista (gran fotografía de Nicholas Hayer). La trama de Le doulos es bastante compleja, debido,
principalmente, a que nunca sabemos a ciencia cierta si lo que cuentan los
personajes de la historia es verdad o mentira, pero sin llegar nunca a los
niveles de ininteligibilidad argumental de otro clásico del género como El sueño eterno (The Big Sleep, 1946), de Howard Hawks. Aquí, todos tienen sus
motivos para engañar, traicionar y desconfiar de los demás; constituyendo el
mejor ejemplo de esa ambigüedad moral el personaje de Belmondo: ¿es o no es un
confidente de la policía? ¿De verdad es amigo de Maurice? ¿Y del inspector de
policía Salignari (Daniel Crohem)? ¿Siente algo o no por la guapa Fabienne
(Fabienne Dali)? ¿Debemos fiarnos de ese flashback
final con el que justifica todas sus acciones anteriores? Que cada espectador saque sus propias conclusiones.
La
dirección de Melville es siempre estupenda, cuando no directamente brillante,
como en ese plano secuencia de más de nueve minutos de duración que tiene lugar
en el interior de las oficinas de la policía, donde Silien es interrogado por
el comisario Clain (Jean Desailly) y otros dos agentes de rango inferior. Sin
duda, un buen ejemplo del ubérrimo talento de su hacedor.
Una estupenda película (la segunda que vi de Melville, tras "Les enfants terribles") con un Belmondo tremendamente carismático, una historia compleja y oscura, una dirección maravillosa y una atmosfera tan sucia como cuidada.
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