“Los muertos son los
únicos que ven el final de la guerra”.
(Platón)
Dheepan
(Jesuthasan Antonythasan), un guerrillero tamil, huye de la guerra civil en Sri
Lanka junto con Yalini (Kalieaswari Srinivasan) e Illayaal (Claudine
Vinasithamby), haciéndose pasar por una familia para conseguir asilo político
en Francia.
El
casi siempre interesante realizador francés Jacques Audiard (Un profeta, 2009), dio la sorpresa durante
el pasado Festival de Cannes al alzarse con la Palma de Oro gracias a Dheepan, un estimable filme sobre
inmigración, violencia e integración, que se impuso a películas a concurso netamente
superiores como Carol (ídem), de Todd
Haynes; El hijo de Saúl (Saul fia), de László Nemes; o The assassin (Nie yin niang), de Hou Hsiao-Hsien. Y no es que Dheepan sea, ni mucho menos, un mal
ejercicio cinematográfico, sino que, simplemente y en mi opinión, carece de la relevancia,
la brillantez o la originalidad que deberían poseer las obras que obtienen tan
prestigioso galardón.
El
prólogo de la cinta se ubica en Sri Lanka, en medio del conflicto civil que
tuvo lugar entre 1983 y 2009, y que enfrentó al gobierno esrilanqués con el grupo
militar separatista de los tigres tamiles, al que pertenece Dheepan, nuestro
protagonista. Éste, tras incinerar a algunos de sus compañeros y quemar su
uniforme, decide, hastiado, abandonar el país, contando para ello con tres pasaportes
pertenecientes a una familia fallecida. Necesita de una mujer y de una niña que
terminan siendo Yalini e Illayaal. No existe ningún tipo de parentesco entre
ellos, pero en su viaje a Francia simularán formar una verdadera familia con el
objetivo de lograr el asilo político para refugiados de guerra. A su llegada a
París, y después de ejercer la venta ambulante, Dheepan consigue un trabajo
como conserje en un conflictivo barrio del extrarradio parisino donde conviven
bandas criminales enfrentadas por el control del negocio de la droga. La
primera parte del filme (la más lograda) se corresponde con el proceso de
integración de la nueva “familia” en la sociedad francesa. Con la aparición del
personaje de un antiguo coronel de las milicias de Dheepan, que pretende obtener dinero en Europa para comprar armas y volver a poner en marcha una
guerra que en realidad ya han perdido, se inicia la segunda parte del metraje,
en la que la narración de Audiard, hasta entonces muy directa y sobria, de
lectura sociológica, humana y realista, vira hacia lugares comunes donde un individuo
atormentado por su pasado acaba por explosionar desencadenando acciones
violentas. Nada nuevo. Ni siquiera en el cine del propio Audiard.
Me parece una gran película con muchas posibles lecturas y ese final que da muchísimo que pensar. La violencia como irónica salvaguarda del emigrante que precisamente huye de ella, en un Occidente tan o más tramposo en su supuesta superioridad moral, que vende como patético sueño poder hacer barbacoas los domingos. Tal vez una revisión inversa de Gran Torino, aún mejor en tanto que más verdadera y con ausencia de esa discutible inmolación de, en el fondo, un westerniano americano republicano. Un película mayor y sin ambages.
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