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Yojimbo (Yôjinbô, 1961) de Akira Kurosawa.

“Es mejor tener una vida larga, aunque siempre tengas que comer gachas”.

Japón, 1860. Sanjuro Kuwabatake (Toshirô Mifune), un samurái errante, llega a un poblado donde dos bandas enemigas se disputan el control del territorio. Debido a su pericia con la espada, las dos bandas tratan de contratarlo como mercenario.


Magistral “western” de samuráis que supone una de las obras maestras de Akira Kurosawa. El gran Toshirô Mifune, que interpreta aquí a uno de sus personajes más carismáticos, el del desaliñado y cínico rōnin Sanjuro Kuwabatake, cuyo nombre significa literalmente “campo de moras”, se alzó con la Copa Volpi al Mejor actor en el Festival Internacional de Cine de Venecia de 1961. Tal fue el éxito comercial obtenido por la película en Japón, que pocos años después, el director italiano Sergio Leone decidió plagiarla en su famosa Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, 1964).


El filme se abre con la presentación del personaje principal, al que vemos deambular por el campo sin rumbo definido acompañado por las inolvidables notas de la partitura de Masaru Sato. Será el azar (un palo lanzado al aire) quien finalmente determine el camino a seguir. Tras encontrarse con un joven campesino que quiere abandonar a sus padres para iniciar una vida aventurera (dice estar harto de comer gachas), nuestro protagonista llega al poblado donde se desarrolla el grueso de la trama. La desértica vía principal no parece augurar nada bueno. Y mucho menos cuando, de repente, un perro callejero entra en escena paseándose con una mano amputada entre los colmillos. El viejo posadero (Eijirō Tōno) lo pone (nos pone) al corriente de lo que sucede en el pueblo: dos bandas, la de Seibei (Seizaburô Kawazu) y la de Ushitora (Kyû Sazanka), se disputan el control del territorio mediante el uso de la violencia. Al primero lo apoya el cervecero (Takashi Shimura) por un asunto de faldas, y al segundo el dueño de la fábrica de seda (Kamatari Fujiwara). El único satisfecho con lo que acontece es el tonelero (Atsushi Watanabe), que no para de hacer ataúdes para unos y otros. Otra pieza importante en este tablero de ajedrez es la de Unosuke (Tatsuya Nakadai), el malvado hermano de Ushitora, que además posee el único arma de fuego del lugar. Sanjuro analiza fríamente la situación y decide jugar a dos bandos con el objetivo de sacar el mayor beneficio. Sin embargo, no cuenta con que tiene un corazón menos impasible de lo que se empeña en aparentar.


La cinta posee un atractivo dibujo de personajes (la mayoría intencionadamente caricaturizados), una gran puesta en escena en la que sobresale la maestría de Kurosawa para la composición de planos (magnífica fotografía en blanco y negro de Kazuo Miyagawa), un desarrollo entretenidísimo, acción y mucho sentido del humor. ¿Mi secuencia favorita de la película? El impresionante duelo final.

Lo dicho: obra maestra absoluta. Imperdible.


CIUDADES de CINE. Varios autores. Coordinado por Francisco García Gómez y Gonzalo M. Pavés. CÁTEDRA.


¿Se puede pensar en Vértigo, de Alfred Hitchcock, sin hacerlo también en el Golden Gate Bridge de San Francisco; en La dolce vita, de Federico Fellini, sin que asome a nuestra memoria la Fontana di Trevi de Roma; en El tercer hombre, de Oliver Reed, sin que recordemos las sombrías calles de la Viena de posguerra; o en El padrino II, de Francis Ford Coppola, sin que aparezca ante nosotros la imponente efigie de la Estatua de la Libertad de Nueva York? Evidentemente no, puesto que desde los comienzos del cinematógrafo, a finales del siglo XIX, hasta nuestros días, el espacio fílmico ha estado siempre vinculado al espacio urbano, ya sea retratándolo, reconstruyéndolo o reinterpretándolo: “El cine ha acompañado a las ciudades en el avance imparable que han experimentado. Ha sido testigo, pero también cómplice, de su desarrollo… Tan grande ha sido su influencia sobre los espectadores que, a través de sus imágenes, el público se ha familiarizado con espacios urbanos en los que no ha estado físicamente. Barrios, calles, avenidas, esquinas y monumentos de ciudades distantes se han convertido, gracias al poder difusor del cine, en rincones fácilmente identificables por todos, en ‘viejos conocidos’”. Mediante el minucioso análisis de la “imagen cinematográfica” de veintinueve ciudades pertenecientes a veinte países de los cinco continentes (Barcelona, Berlín, Bombay, Buenos Aires, El Cairo, Estambul, Hong Kong, La Habana, Las Vegas, Lisboa, Londres, Los Ángeles, Madrid, México D.F., Moscú, Nueva York, París, Pekín, Río de Janeiro, Roma, San Francisco, Sevilla, Shanghái, Sídney, Tánger, Tokio, Venecia, Viena y Washington D.C.), Ciudades de cine, donde tienen cabida tanto las producciones autorales (Antonioni, Buñuel, Kurosawa, Rossellini, Eisenstein, Ozu, Godard…) como las más comerciales, nos ilustra acerca de los diversos usos fílmicos dados al espacio urbano a lo largo de la historia del séptimo arte, y de cómo algunos de esos espacios (ciudades) han quedado finalmente adscritos a determinados géneros o directores. En esta imponente obra superior a las quinientas páginas editada por Cátedra dentro de su colección Signo e Imagen, hay sitio también para el estudio de las ciudades de la antigüedad (su reconstrucción en celuloide), las ciudades fantasmas del western y las ciudades imaginarias de las películas de fantasía o ciencia-ficción (desde la Metrópolis de Fritz Lang hasta la Tierra Media de la trilogía de El señor de los anillos). Y es que cualquier cosa que quepa dentro de los amplios conceptos de cine y ciudad, encuentra su lugar en este apasionante libro de lectura recomendada para todos los cinéfilos. Acceder a la ficha del libro

Soundtracks: Una historia de violencia (2005) de Howard Shore.

Por Antonio Miranda.


La primera media hora de metraje fija con personalidad el camino por el que el compositor de Una historia de violencia se moverá con claridad: dos extremos, unidos por el mismo sentido musical, que son el lado romántico y hermoso de las melodías y, por otro, su toque siniestro, aunque nada frenético sino complejamente compuesto para momentos directos y breves. Ambos lados, opuestos, son hábilmente entrelazados hasta llegar a pasar desapercibidos en la narración de la historia y al punto de convertir al protagonista en dicho nexo físico en la obra, el cual, de la misma forma, se desdobla en la interpretación de Viggo Mortensen en dos existencias, cada una elemento básico de ambos extremos mencionados. Resumiendo: una estructura compositiva que va desde la partitura de Howard Shore hasta la trama en sí del genial director, David Cronenberg, todo exquisita e inteligentemente unido.


La tensión del metraje es absoluta. Podríamos enquistarnos en la simple contemplación de instantes tranquilos y rutinarios combinados con escenas inquietantes. Va más allá. Shore describe las primeras con una partitura, como antes ya he apuntado, romántica y hermosa, tranquila (recordando voluntariamente por parte del autor su gran composición para El señor de los Anillos), pero astuta y delicadamente ornamentada con ligeros y chispeantes toques de intriga con los que se tensiona constantemente al espectador, recordando la realidad de lo que está sucediendo. Las segundas, magistrales. Los instantes de más inquietud (que rozan la violencia, puntualmente mostrada en la historia) son narrados por el compositor canadiense desde diversos planos, pero siempre sin perder la unidad y van desde la magnífica pieza de acción en la que el protagonista corre desde el bar a su casa, hasta la llegada de los gánsteres a la residencia familiar, exigiendo al protagonista que les acompañe. Ambas, lujosas. Las dos violentamente compuestas, la primera con una orquesta embravecida y la segunda mediante cuerdas estudiadas que llegan a cortar la respiración de la magnífica secuencia, continuando varios minutos hasta convertirse en el inicio del salto que música e historia provocarán en el conjunto y que, prácticamente siguiendo la misma orientación y dejando ya de lado la vertiente más romántica, se prolongará hasta el final.

Howard Shore.

En conclusión, un trabajo muy medido y estudiado que, empastado a imagen e historia, alcanza un gran nivel pero que al resultar, musicalmente hablando, de una continua evocación a estilos y melodías de pasadas partituras del compositor, baja notablemente su nivel ya que, comparándolas con aquellas, son tratadas mediante un método mucho más débil y relajado. Buen resultado final, pero lejos de los altísimos umbrales artísticos que ha conseguido Howard Shore a lo largo de su sobresaliente carrera.


Rebeca (Rebecca, 1940) de Alfred Hitchcock.

“Anoche soñé que volvía a Manderley…”

Un año después del fallecimiento de su esposa Rebeca, Maxim De Winter (Laurence Olivier), caballero perteneciente a la alta aristocracia inglesa, conoce en un hotel de Montecarlo a una humilde joven (Joan Fontaine), dama de compañía de una rica señora estadounidense, de la que queda prendado y con la que decide contraer matrimonio. Ambos se van a vivir a Inglaterra, a la mansión de Manderley, propiedad de Maxim, donde la siniestra señora Danvers (Judith Anderson), la ama de llaves del lugar, parece empeñada en mantener vivo el recuerdo la anterior señora De Winter.


Rebeca, adaptación de la novela homónima de Daphne du Maurier publicada en 1938, supuso el debut de Alfred Hitchcock en Estados Unidos después de que la industria cinematográfica británica se le quedase pequeña. El férreo control ejercido por parte del poderoso productor David O. Selznick, que venía de arrasar con Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939), impidió al cineasta limar los excesos melodramáticos (más evidentes hoy que entonces) del texto original de du Maurier, lo que hizo que el autor de Psicosis no quedase demasiado satisfecho con el resultado final: “No es una película de Hitchcock. Es una especie de cuento y la misma historia pertenece a finales del siglo XIX. Era una historia bastante pasada de moda, de un estilo anticuado. En aquella época había muchas escritoras; no es que esté en contra de ellas, pero Rebeca es una historia a la que le falta sentido del humor”. (El cine según Hitchcock, François Truffaut). Pese a ello, el filme se alzó con el Óscar a la Mejor película (también consiguió el de Mejor fotografía en blanco y negro para Georges Barnes por su increíble trabajo), lo que abrió de par en par las puertas de Hollywood al realizador inglés.


Podríamos definir a Rebeca como un melodrama gótico heredero de la literatura romántica de las hermanas Brontë. La imponente Manderley, antecesora en muchos aspectos del Xanadú de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941), recuerda bastante al Thornfield de Jane Eyre. Asimismo, de igual modo que el personaje del señor Rochester en la novela de Charlotte Brontë, Maxim De Winter (Ronald Colman rechazó el papel que finalmente encarnaría Laurence Olivier), de personalidad menos interesante que la del citado, también oculta un misterio relacionado con su anterior esposa que le reconcome por dentro. Una compungida Joan Fontaine (en ningún momento se alude al nombre de su personaje), debe hacer frente a la alargada sombra de su antecesora: la bella y sofisticada Rebeca. Hasta el compositor Franz Waxman desliza unas notas musicales determinadas para subrayar su presencia invisible cada vez que alguien pronuncia su nombre o se refiere a ella. Este es, bajo mi punto de vista, el mayor logro de la obra que nos ocupa: el de convertir a un personaje ausente en su principal protagonista. Y luego está la señora Danvers, una inmensa Judith Anderson que se comporta con la nueva señora De Winter como lo hacen las malvadas madrastras de los cuentos tradicionales. Su maravilloso personaje apenas puede ocultar un trastornado sentimiento lésbico/amoroso hacia la fallecida Rebeca, a la que siempre se refiere en términos de admiración. Por supuesto que nada de esto habría funcionado sin la exquisita atmósfera de misterio que Hitchcock y su director de fotografía impregnan al conjunto.


Como dato curioso, señalar que antes de la filmación de la película, se grabó una adaptación radiofónica de la obra de du Maurier con Orson Welles y Margaret Sullavan en los roles principales. ¿Se imaginan ustedes lo que hubiese sido de Rebeca si Orson Welles hubiera interpretado a Maxim de Winter en lugar del soso Laurence Olivier? Pues sí, seguramente estaríamos ante una incontestable obra maestra.


Las diabólicas (Les diaboliques, 1955) de Henri-Georges Clouzot.

“Una pintura siempre es lo suficientemente moral, cuando es trágica y muestra el horror de lo que retrata”.
 (Barbey D´Aurevilly)

Christina Delassalle (Véra Clouzot) y Nicole Horner (Simone Signoret), son la esposa y la amante, respectivamente, de Michel Delassalle (Paul Meurisse), el autoritario director de un internado. Hartas de sufrir su tiranía y sus malos tratos, deciden asesinarlo.


Si en 1960, con Psicosis, Alfred Hitchcock provocó que muchos espectadores sintiesen pánico ante el simple hecho de tomar una ducha, unos años antes, el director francés Henri-Georges Clouzot, al que muchos han comparado con el maestro británico por su sentido del suspense, hizo que otro elemento cotidiano del cuarto de baño se convirtiera en objeto de nuestras pesadillas: la bañera. Les diaboliques, incontestable clásico del cine francés, adapta la novela Celle qui n’était plus, de Pierre Boileau y Thomas Narcejac, también autores de D´entre les morts, que fue llevada a la gran pantalla por el citado Hitchcock en su mítica Vértigo.

La película, pese a no inquietar como probablemente lo hiciese en la época de su estreno, sigue manteniéndose como un notable thriller psicológico donde el naturalismo, el suspense y el terror (porque contiene momentos en verdad escalofriantes), van de la mano durante sus casi dos horas de metraje. Quizá su punto más fuerte sea la contraposición psicológica entre los personajes de Christina y Nicole, ambas magníficamente interpretadas por Véra Clouzot (mujer del director) y Simone Signoret de manera respectiva. La primera de ellas posee un carácter débil, pusilánime, enfermizo, atormentado. Además, sufre una dolencia cardíaca que subraya desde un punto de vista físico su fragilidad interior. La segunda, en cambio, es segura y decidida, con nervios de acero. Nada que ver con su compañera de fatigas homicidas. Sólo las une el profundo odio que profesan hacia Michel: marido de una, amante de la otra y un cabrón con las dos. Nicole es la que planifica su asesinato; sin embargo, algo parece no salir bien… Clouzot apoya su minucioso guión sobre una puesta en escena en la que destaca la extraordinaria fotografía en blanco y negro de Armand Thirard. Esa escenografía expresionista alcanza cotas sobresalientes en su inolvidable y terrorífico tramo decisivo, del que, haciendo caso al consejo que aparece en los títulos de crédito finales, no diré nada para no fastidiar la sorpresa al lector que aún no haya disfrutado la cinta.


En 1996 Hollywood perpetró un pobre remake, Diabólicas (Diabolique), dirigido por Jeremiah Chechik e interpretado por Sharon Stone, Isabelle Adjani y Chazz Palminteri que es mejor olvidar.


Un toque de violencia (Tian zhu ding, 2013) de Jia Zhangke.

“El desarrollo desarrolla la desigualdad”.
(Eduardo Galeano)

Se narran cuatro historias independientes ubicadas en cuatro provincias de la China actual.


Jia Zhangke, uno de los máximos exponentes de la cinematografía china actual, consiguió el premio al Mejor guión durante el Festival de Cannes de 2013 con esta cinta episódica que adapta una novela de Su Tong, autor, entre otras obras, de La linterna roja, llevada a la gran pantalla en 1991 por el también realizador chino Zhang Yimou. El filme presenta cuatro relatos autónomos que tienen como nexo común la violencia y la injusticia social. Zhangke los conecta a través de personajes que se cruzan, enlazando uno con otro de manera azarosa. Su objetivo es mostrar las diferencias sociales que surgen del imparable ascenso económico del gigante asiático, y cómo esas desigualdades terminan generando situaciones de extrema violencia difícilmente predecibles.



La primera de las historias, la más conseguida en mi opinión, se centra en Dahai (Wu Jiang), un minero que no está dispuesto a ver cómo los mandamases de su pueblo se enriquecen a costa de la venta de la mina de carbón que sostiene la economía del lugar. De ahí que, escopeta en mano, dé cuenta de todos y cada uno de ellos. En la segunda, la peor de las cuatro, el protagonista es Zhou San (Baoqiang Wang), a quien vimos cruzarse con Dahai al principio, un tipo violento que descubre que su pistola le puede proporcionar dinero con mucho menos esfuerzo del que supone ir de región en región en busca de trabajo. La tercera, muy interesante, describe los problemas que padece Xiao Yu (Tao Zhao), mujer que mantiene una relación con un hombre casado y tiene que soportar los caprichos de los clientes ricos que acuden a la sauna donde trabaja como recepcionista. Por último, la cuarta de las historias gravita en torno a Xiao Hui (Lanshan Luo), un joven que, harto de su antiguo jefe, que por cierto era el amante de Xiao Yu en la historia anterior, decide comenzar a trabajar en un club nocturno en el que conoce y se enamora de una prostituta (Li Meng). Jia Zhangke dota a su película de un aspecto estilizado (la dirección de fotografía de Yu Likwai es magnífica), haciendo hincapié en el uso de planos de larga duración y demostrando una notable habilidad para la captación de los entornos.


Es cierto que quizá se eche en falta una mayor unidad entre los diferentes relatos, apenas vinculados; pero, con todo, Tian zhu ding se erige como una espléndida, áspera, pesimista y, a ratos, salvaje reflexión sobre el desarrollo socioeconómico de la China capitalista.  


Rompenieves (Snowpiercer, 2013) de Bong Joon-ho.

“Pueden forzarte a decir cualquier cosa, pero no hay manera de que te lo hagan creer. Dentro de ti no pueden entrar nunca”.
(George Orwell)

Un fallido experimento científico para combatir el calentamiento global, ha terminado por congelar la totalidad de la superficie terrestre. Los únicos supervivientes son los pasajeros de un moderno tren que recorre el mundo impulsado por un motor de movimiento eterno.


El director surcoreano Bong Joon-ho, responsable de las sobrevaloradas cintas de culto Memories of Murder (Salinui chueok, 2003) y The Host (Gwoemul, 2006), entre otras, adapta en Snowpiercer la novela gráfica de ciencia-ficción posapocalíptica Le Transperceneige, de Jacques Lob y Jean-Marc Rochette. El resultado es un filme mediano, muy lineal desde el punto de vista narrativo, en el que lo más destacado es su notable concepción visual.


Corre el año 2031, la Tierra lleva diecisiete años inmersa en una nueva era glacial. Los pocos humanos que aún sobreviven permanecen a bordo de un tren del que no bajan por temor a morir congelados. La sociedad de jodedores y jodidos se perpetúa en el interior de los vagones diseñados tiempo atrás por el visionario Wilford (Ed Harris), quien controla el motor sagrado y al que se rinde culto como si de una divinidad se tratase. Mientras las clases privilegiadas disfrutan de cierto nivel de bienestar en los vagones delanteros, el populacho malvive hacinado en el insalubre vagón de cola. Curtis (Chris Evans), arquetipo del héroe atormentado por su pasado, debe liderar una rebelión que conduzca a sus harapientos compañeros hacia la libertad. Este es, grosso modo, el atractivo planteamiento inicial de Rompenieves. Una lástima que su reiterativo desarrollo (la trama se reduce al progresivo avance de los rebeldes de un vagón a otro, con las consiguientes sorpresas que en cada uno les aguardan) termine arruinando las esperanzadoras perspectivas que el espectador tenía depositadas al principio de la película. Tampoco ayuda la insuficiente configuración de personajes, a caballo entre lo plano y lo pintoresco (a Tilda Swinton dan ganas de arrojarla del tren en marcha), pese a algún que otro buen momento protagonizado por la simpática pareja de surcoreanos (Kang-ho Song y Ah-sung Ko) adictos al kronol (una droga) que ayuda a Curtis y a los suyos a abrir las puertas de acceso a los diferentes vagones. Lo mejor: el magnífico diseño de producción.

Para pasar el rato. Aceptable sin más.


Gangs of Wasseypur. Parte 2 (ídem, 2012) de Anurag Kashyap.

“Antes de empezar un viaje de venganza cava dos tumbas”.
(Confucio)

Ciudad de Wasseypur, distrito de Dhanbad, en la India. Tras los asesinatos de su padre y su hermano mayor, Faizal Khan (Nawazuddin Siddiqui) decide vengar sus muertes, convirtiéndose en el nuevo señor de Wasseypur.


¿Quién dijo que segundas partes nunca fueron buenas? La de Gangs of Wasseypur, el díptico que, a buen seguro, va a convertir en autor de culto al hasta ahora desconocido realizador indio Anurag Kashyap, no sólo supera en todo a su ya de por sí espléndida predecesora, sino que se erige como el baño de sangre más apoteósicamente liberador de la historia del cine desde la mítica Grupo salvaje (The Wild Bunch, 1969), de Sam Peckinpah. Su preciso guión, repleto de engaños, contubernios y traiciones que no entienden de parentesco, parece sacado de una tragedia de William Shakespeare: no se salva ni el acomodador.

La cinta arranca del mismo modo que se cerraba la primera entrega, con el asesinato a balazos de Sardar Khan en una gasolinera. Una muerte que recuerda a la de Sonny Corleone en El padrino (The Godfather, 1972). Pero aquí no terminan los paralelismos entre Gangs of Wasseypur y la obra de Coppola. Otro, muy evidente, es el hecho de que el hijo que hasta ese momento no había querido inmiscuirse en los turbios negocios de su padre, Faizal Khan en este caso (soberbio el trabajo de Nawazuddin Siddiqui, con una mirada enrojecida por su adicción a la heroína y sus ansias de vendetta), sea finalmente quien asuma el liderazgo de su familia, tratando de culminar la venganza iniciada por su progenitor dando cuenta de Ramadhir Singh: cacique de Dhanbad y responsable último de los asesinatos de su abuelo, Shahid Khan, su padre, Sardar Khan, y su hermano mayor, Danish Khan. Si en la reseña de la primera parte apuntábamos que su mayor defecto era su, a ratos, atropellamiento narrativo, a esta segunda, más concisa, ni siquiera le podemos reprochar eso, puesto que la acción abarca un segmento temporal menor y ya conocemos a casi todos los personajes. La voz en off de Nasir (Piyush Mishra), fiel sirviente de la familia Khan desde los tiempos de Shahid Khan, continúa guiando al espectador a través de este “culebrón” criminal que se retroalimenta con cada muerte. Anurag Kashyap, por su parte, vuelve a dar una clase de nervio narrativo a lo largo de ciento cincuenta y ocho minutos de metraje que pasan en un santiamén.


En comparación con su antecesora, la segunda entrega de Gangs of Wasseypur, donde las canciones populares de Bollywood se integran a la perfección en el desarrollo de la trama, resulta más intensa, violenta y dramática.

Concluyo: una auténtica joya del cine de mafiosos del siglo XXI que hubiera firmado el mejor Scorsese. Simplemente brutal.


Las diez mejores películas de Joel y Ethan Coen.



Muerte entre las flores (Miller´s Crossing, 1990).


No es país para viejos (No Country for Old Men, 2007).


Barton Fink (ídem, 1991).


Fargo (ídem, 1996).


El hombre que nunca estuvo allí (The Man Who Wasn´t There, 2001).


El gran Lebowski (The Big Lebowski, 1998).


Sangre fácil (Blood Simple, 1984).


Valor de ley (True Grit, 2010).


Quemar después de leer (Burn After Reading, 2008).


A propósito de Llewyn Davis (Inside Llewyn Davis, 2013).

¡Tú eliges a los mejores cineastas de la historia!


Con motivo del cuarto aniversario de Esculpiendo el tiempo, a celebrar el próximo 9 de julio, os invito a participar en una macroencuesta para elegir a los mejores directores de la historia del cine. Participar es muy sencillo, sólo tienes que enviar un correo electrónico a la dirección "ricardoesculpiendoeltiempo@yahoo.es" con el nombre de tus diez cineastas elegidos en orden preferencial. Al que aparezca en primer lugar se le otorgarán diez puntos; al segundo, nueve; al tercero, ocho... y así sucesivamente. En caso de que vuestra lista no esté ordenada, se le adjudicarán dos puntos a cada uno de los realizadores presentes en ella. Con la suma de todos los votos, se elaborará un listado a publicar el 9 de julio. Las votaciones se cerrarán el 1 de julio. Espero vuestra participación. ¡GRACIAS!

Gangs of Wasseypur. Parte 1 (ídem, 2012) de Anurag Kashyap.

“Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas”.
(Sir Francis Bacon)

Ciudad de Wasseypur, distrito de Dhanbad, en la India. Sardar Khan (Manoj Bajpayee) busca venganza por la muerte de su padre, Shahid Khan (Jaideep Ahlawat), a manos de Ramadhir Singh (Tigmanshu Dhulia), un antiguo oligarca minero ahora convertido en político.


Gangs of Wasseypur constituye la primera entrega del díptico que ha vuelto a poner al cine indio en boca de la comunidad cinéfila internacional. Se trata de un filme épico-criminal, que sigue a lo largo de los años la irreconciliable enemistad entre distintas familias indias, tanto hindúes como musulmanas, residentes en Dhanbad y Wasseypur. La cinta está claramente influida por el cine de Scorsese y por la saga de El padrino; aunque mantiene ese toque exótico a lo Bollywood (la cultura del país, la música, el colorido…) que tanto gusta en Occidente.


Como señalaba con anterioridad, la acción se desarrolla durante varias décadas, desde 1941, cuando se muestra la rivalidad entre Shahid Khan y el bandido sultana, perteneciente a la familia de los Qureshi, por el asalto a trenes británicos, hasta los años noventa, donde Sardar Khan, el gran protagonista de la película, aparece consolidado como uno de los tipos más peligrosos de Wasseypur y amenaza la primacía de Ramadhir Singh, responsable del asesinato de su padre. El mayor defecto de Gangs of Wasseypur, a mi entender, es la sobreabundancia de nombres y líneas genealógicas que hacen que la narración resulte, en determinadas ocasiones, algo confusa y atropellada. No obstante, el director sabe compensar esa fragosidad de la trama con un buen pulso narrativo, lo que permite que la obra no se haga pesada pese a lo extenso de su metraje. Manoj Bajpayee, quien durante el tramo final del filme irá cediendo protagonismo a Faizal Khan (Nawazuddin Siddiqui), uno de sus hijos, realiza un trabajo magnífico en su encarnación de matón sediento de venganza. Muy destacable es, asimismo, la sucia atmósfera de los suburbios de Wasseypur, en donde la más violenta (la violencia es una de las marcas del díptico) de las muertes acecha en cada callejón.


Como interesante telón de fondo al enfrentamiento entre los diferentes clanes familiares, Anurag Kashyap va introduciendo algunos apuntes referidos a la evolución social y económica de la India tras la descolonización británica.

Continuará…