Thomas Mann (1875-1955).
“Porque la belleza, Fedón, nótalo
bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el
camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero
¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera
dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los
sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que éste es un
camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al
extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el
camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si
podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin
embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestras
ansias han de ser de amor. Tal es nuestra gloria y tal es nuestra vergüenza.
¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser ni sabios ni
dignos? ¿Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser
necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos? La maestría de
nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura
farsa; altamente ridícula, la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa
desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud.
¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un
modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? Cierto es que
quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quiera que
procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento
libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es
sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con
el abismo; es ya el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en
adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan sólo a la belleza; es decir, a la sencillez,
a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero
inocencia y forma, Fedón, conducen a la embriaguez y al deseo, dirigen quizás al
espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como
infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo
llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos
emprender el vuelo hacia arriba rectamente, sólo podemos extraviarnos. Ahora me
voy, Fedón; quédate tú aquí, y sólo cuando ya hayas dejado de verme, vete
también tú”. (La muerte en Venecia,
1912).
Luchino Visconti (1906-1976).
(Morte a Venezia, 1971).
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