“Comienzo
declarando al lector que, en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno
o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto,
debo creerme libre".
(Historia de mi vida, Giacomo Casanova)
Siglo
XVIII. El seductor veneciano Giacomo Casanova (Donald Sutherland) recorre las
cortes de las principales capitales europeas acumulando a su paso experiencias
y amantes de todo tipo.
Fantasiosa,
original, desmesurada y brillantísima adaptación libre de las memorias de
Giacomo Casanova que constituye una de las cimas creativas de la filmografía del
realizador italiano Federico Fellini y del cine de los setenta en general. La
película, filmada íntegramente en decorados construidos para la ocasión en el
interior de los míticos estudios Cinecittá
de Roma, tuvo un rodaje largo y complicado, con un coste final que se disparó
hasta los veintinueve mil millones de liras. Lejos de presentarnos a Casanova rodeado de su tradicional aura de conquistador triunfante, Fellini opta por
ofrecer una visión más amarga y patética del personaje: “Según mi humilde parecer, su perpetua huída, su necesidad enfermiza de
acumular hechos y gestos, su incapacidad para construir unas relaciones
auténticas y verdaderas, prueban más bien que nunca ha salido del vientre de su
madre. Por eso, mi Casanova no es más que un maniquí electrificado, o un
fantasma sorprendido en la niebla por una cámara, que deja escapar retazos de
respuestas a las inconvenientes preguntas que le hace un entrevistador
indiscreto”.
El
Casanova de Fellini (excelente elección la de Donald Sutherland) es un tipo irrealizado que
compensa su vacío existencial con una frenética actividad fornicadora. Siendo
un hombre ducho en diversas materias (literatura, oratoria, economía, política…),
sólo es reconocido y valorado como amante en las diferentes cortes europeas por
las que viaja (París, Londres, Parma, Roma, Berna, Bohemia…). Desde la
biblioteca del conde de Waldstein, donde un Casanova ya anciano pasa los
últimos años de su vida, rememora no sin cierta melancolía sus aventuras
amorosas a lo largo y ancho del viejo continente. A su alrededor, un buen puñado
de personajes grotescos y pintorescos sirven al particular autor de Ocho y medio para retratar la decadencia
moral y conductista de la aristocracia y la burguesía del Siglo de las Luces. Valiéndose
para ello de una puesta en escena extremadamente imaginativa, barroca, singular,
artificiosa, colorista y hasta carnavalesca. Con impresionantes decorados y un
diseño de vestuario ganador de un Óscar. Mención
aparte merece la memorable partitura del gran Nino Rota, que envuelve al relato
en una onírica atmósfera musical.
"El mayor de los sufrimientos es la ausencia de amor" comenta Fellini sobre su Casanova. Maravillosa y bella es también esa escena del apagado de las grandísimas lámparas de velas.
ResponderEliminarSaludos.
Hace muchos años que no la veo pero cuando lo hice me dejó una muy buena impresión y siempre he pensado que, con 'Satyricon', se la tiene como olvidada, como si no estuvieran a la altura de, pongamos por caso, las archicitadas 'Roma' y 'Amarcord'. Pero para mí ambas son mucho mejores que estas últimas. Por cierto, ¿veremos algún día una crítica tuya de 'Satyricon', Ricardo? Yo, por pedir… :-)
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